“Miembros del Club Eva Perón, de la ciudad Eva Perón, esperaron en la estación Presidente Perón al Delegado del club Coronel Perón de Villa Eva Perón. La reunión era de Delegados del Campamento Infantil Eva Perón y del juvenil Juan Domingo Perón, que patrocina la Fundación Eva Perón; y tuvo lugar en la Sala Perón de la CGT, cerca de la estación Eva Perón del subterráneo”, escribió Juan Filloy en una de sus parodias. Leer el texto completo es un experimento que no por obvio deja de ser interesante: da gracia comprobar al llegar al último punto, cómo, a expensas del machaque, las palabras “Eva”, “Juan”, “Domingo” y “Perón”, mutan en involuntarias onomatopeyas.
Hace unos días, consultado por Página/12 a propósito de su ensayo La vanguardia permanente, Martín Kohan habló de peronismo en relación a un momento muy concreto de la vida de Borges y, gracias a un titular tramposo y al vicio tuiteril de opinar sobre lo que se desconoce, se armó un revuelo virtual. Circularon sandeces de todo color, pero hubo algo potable en algunos cuestionamientos en torno al extendido hábito de tratar al peronismo como una suerte de medida de todas las cosas. En efecto, el libro de Kohan no pasa por ahí ni él es peronista, pero el peronismo parece un tema obligatorio para parte de la prensa, unos cuantos intelectuales y una infinidad de opinadores de red social.
Mientras que una parte del discurso antiperonista insiste con yerros como “los 70 años de peronismo” o cotilleos como “Perón, amante de las chicas de la UES” en fútiles intentos de menoscabar al enemigo, autopercibidos defensores del movimiento vacían de sentido palabras como Perón, Evita o justicia social, a fuerza de corearlas irreflexivamente, vengan al caso o no. Es posible que, al fin, “gorilas” y “peronchos”, unidos en una obsesión que a veces pareciera querer borrar lo que sucedió en Argentina antes de 1945, compongan juntos una “maravillosa música” que no diga nada, pero los contenga a todos.
