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opinión

Pequeña teoría

16-4-2023-Logo Perfil
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En un viejo artículo, Horacio González define a la novela como una “pequeña teoría no declarada”. Es una afirmación aguda, y de hecho cada una de las palabras que componen la frase está cargada de espesor intelectual y de preguntas. ¿Por qué una pequeña teoría y no una gran teoría? ¿Por qué no declarada? A lo que se le sumaría una serie de preguntas derivadas, tales como ¿puede haber una novela sin teoría? ¿Y de qué clase de teoría de la novela estaríamos hablando? Debo decir que me siento afín a la afirmación de González. Y eso me predispone a la discusión con las otras dos categorías que quedan afuera de la afirmación: las novelas que no incluyen ninguna teoría, y las novelas cuya teoría es demasiado grande.

Descreo profundamente de la literatura cuando se encuentra bajo el influjo de una teoría o de un contexto exterior a ella. A lo largo del tiempo, esta primacía de la teoría (en un sentido amplio, que incluye a la política, a la historia, a la estética) ha dado resultados poco interesantes para la novela. En la literatura reciente leemos a diario a novelistas absolutamente ininteresantes que aplican sin más las nuevas recetas de la academia norteamericana (las teorías de género, los estudios culturales, el ecofeminismo, el cuerpo como problema político, los géneros “menores” convertidos en “mayores”, etc.).

En el otro extremo, están las novelas que, en apariencia, no contienen teoría alguna. El relato ramplón que cuenta una historia lineal (introducción-desarrollo-conclusión), la literatura de congresos de detectives, de enigmas policiales en claustros universitarios, de hombres casados, de sufrientes humanistas centro-europeos, de psicólogos que narran casos clínicos, etc. Instaladas en la falsa ingenuidad de contar solo una historia, alejadas de la jerga y el habla pretencioso del roman philosophique, presentadas como la versión más sofisticada de la industria del entretenimiento, vendidas como ideológicamente neutras, conllevan en realidad una carga teórica aún mayor que las novelas pretendidamente teóricas. Su horizonte final desemboca en la publicidad del presente, el tiempo de todas las claudicaciones. Bajo una prosa supuestamente transparente, son formidables mecanismos de ocultamiento.

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Pero es tiempo de volver a González, a la novela como pequeña teoría no declarada. Aquí estamos invitados a la teoría que viaja clandestinamente, como polizonte, pero que deja su impronta, su cuerda excéntrica. Es la paradoja básica de la mejor literatura contemporánea: la literatura que exhibe la teoría ocultándola; la teoría que hace funcionar a la narración poniéndola en cuestión. O mejor dicho: el momento en que teoría y narración se imbrican hasta el punto de volverse indiscernibles, indistinguibles, siamesas (un cuerpo, dos cabezas). La pequeña teoría no declarada es ante todo la posibilidad para la literatura de una reflexión exigente sobre sus propias condiciones de existencia. La capacidad del relato de avanzar y, al mismo tiempo, de pensar críticamente las condiciones de ese avance. Cuando la literatura funciona así politiza zonas del lenguaje que aparecen, a priori, como despolitizadas o políticamente neutras. Pero su política es la de la paradoja, el deseo loco de una sintaxis otra. Porque siempre es allí, en la sintaxis, donde se juega el destino teórico de la novela.