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Apuntes en viaje

Pasillo interior

El sistema circular de recuerdos es el único elemento que considero fijo, como si los vaivenes maníacodepresivos manifestaran una doble ruina.

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| marta toledo

Tropezaré con la mediocridad de la repetición para comenzar este desvarío con una frase para nada original, dibujada hasta en la sopa de letras que sirven en los comedores infantiles: estoy agotado. De pésimo humor y sin incentivo para escribir, pero como me pagan para completar la página (reconozco que me vi tentado a ejecutar algún gesto que podríamos rotular vanguardista y dejarla en blanco, pero como no creo que en la actualidad exista algo cercano a la vanguardia, opté por lo que sigue), allá voy.

Por los pasillos interiores de mi existencia un maremoto emocional me empuja hacia otro plano, para convertirme así en una unidad atomizada: escribo, leo, edito este suplemento, nado, nado mucho de hecho, casi todos los días, celebro la milanesa con papas, toco el piano, pago la luz en cuotas, desprecio mi educación católica, doy clases por zoom, hago trabajos de edición por encargo, hago facturas, hago terapia, hago, hago; tomo helados con mis hijos, ando en bici (mucho también), me deprimo, ya no viajo, me encierro.

El tomógrafo psíquico berreta que adquirí en Marketplace (sin opción de devolución) no consigue diagnosticar con precisión mi malestar. El síntoma es claro: la melancolía; el remedio errado: la sonrisa boba (en una escena de “Annie Hall”, luego de ir al cine para trenzarse en la cola con Marshall McLuhan, Alvy Singer, es decir Woody Allen, cruza la calle cavilando con las mañas típicas del neurótico: la vida es una mierda, blablablá… De frente, una pareja de neoyorkinos fabricados en el stud de Ricardo Fort: rubios, hermosos, a-tléticos y… sonrientes. ¡Claro!, piensa Alvy: la vida es bella si se es idiota y no se piensa). Vuelvo: el desprendimiento de (mal) humor al que someto mi ánimo chatarra flota de manera expansiva, regido por leyes oscuras –las mismas leyes que oscurecen la naturaleza– que no aceptan el control humano, y no logro detenerlo. El sistema circular de recuerdos es el único elemento que considero fijo, como si los vaivenes maníacodepresivos manifestaran una doble ruina; la cabeza como sala de máquinas a la que se le han trabado los engranajes, y está a punto de colapsar. Esperemos que el desenlace actúe contra el nudo. Veremos.

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(Ufa: el contador del Word me explica que todavía restan 1.136 caracteres con espacios para completar mi texto. Tendré que inventar algo, y rápido.)

Mi amigo N.B. me escribe por whatsapp: “dejá todo y tomate vacaciones. Te las merecés, las necesitás”. No concibo vacacionar en el sentido del ocio ojotero. Jamás lo hice, nunca procederé. Pero ahora tampoco puedo viajar (mi extraña forma de vacacionar, agotándome de extrañamiento). Emancipado como estoy desde los 17 años, es la primera vez que no dispongo de los recursos, porque ese dinero ahorrado en los buenos tiempos para gastar en lo que resulta más placentero de mi existencia, ahora debo utilizarlo para pagar impuestos, servicios, comida. Pronto, muy pronto espero olvidaré los días difíciles como el de hoy, los grises que me tironean se habrán esfumado, y también ignoraré este texto rengo que compartí en este espacio, no sin antes dejar salir del corral una frase que siempre dibuja en mí una sonrisa, potestad del colosal Kimitake Hiraota, más conocido como Yukio Mishima (1945 – 1970): “Quiero sentarme en unos muebles rococó, vestido con unos Levi’s y una camisa hawaiana: ese estilo de vida es mi ideal”.