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¿Para qué sirven los presidentes?

Hace unos seis meses publiqué en este mismo diario una columna a propósito de un próximo coloquio sobre los medios de comunicación y la función presidencial, tomando como punto de partida la llegada a las playas de Japaratinga –un pequeño pueblo de pescadores en el nordeste del Brasil– de un manatí hembra de la familia de los Trichechidae, llamada Luna, adolescente de 16 años.

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Hace unos seis meses publiqué en este mismo diario una columna a propósito de un próximo coloquio sobre los medios de comunicación y la función presidencial, tomando como punto de partida la llegada a las playas de Japaratinga –un pequeño pueblo de pescadores en el nordeste del Brasil– de un manatí hembra de la familia de los Trichechidae, llamada Luna, adolescente de 16 años. Al parecer, Luna se ha ido con su novio a la desembocadura de un río de agua dulce a pocos kilómetros de Japaratinga (como, digamos, Carla Bruni se fue a Egipto con su novio, Nicolas Sarkozy). El pueblo, en cambio, fue invadido esta semana por un centenar de especialistas internacionales en comunicación, semiótica y otras ciencias sociales, convocado por el Centro Internacional de Semiótica y Comunicación (Ciseco), que debatió durante cinco días para qué sirven los presidentes y en qué se están transformando. Los casos, entre otros, de Sarkozy, Evo Morales, Chávez, Uribe, Obama, Berlusconi, Zapatero, fueron largamente discutidos. Hubo una sesión especial sobre las mujeres presidentes o las candidatas a la función en los últimos años (Bachelet, Cristina Fernández de Kirchner, la candidata francesa Ségolène Royale). La Rede Globo, principal auspiciante del coloquio a través de Globo Universidade, grabó para la posteridad la integridad de las discusiones.

Hubo tres momentos fuertes en el coloquio. El día lunes, en la sesión de apertura, la presencia virtual de Umberto Eco, a través de una entrevista que le hice en agosto pasado en Italia, entrevista a la que aludí en este mismo diario hace varias semanas (los lectores de mi columna serán siempre, como corresponde, los primeros en ser informados). En ella, Umberto Eco expresó una posición muy fuerte, según la cual la creciente visibilidad de los cuerpos presidenciales (proceso iniciado por la televisión en 1960, con el debate Nixon-Kennedy) implica la muerte de la democracia representativa. El día martes por la mañana, Luiz Dulci, ministro de Estado jefe de la Secretaría General del gobierno brasileño, explicó algunas de las características del discurso del presidente Lula, y subrayó la importancia que el primer mandatario, más allá de las relaciones institucionales entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, le atribuye a ciertas modalidades de vínculo con sectores esenciales de la sociedad civil (organizaciones no gubernamentales, múltiples asociaciones de ciudadanos, sindicatos), cuando se trata de compulsar los puntos de vista divergentes sobre problemas fundamentales de la gestión de gobierno. El ministro Dulci insistió sobre la búsqueda de consenso y de negociación del presidente del Brasil, como resultado de su larga experiencia como líder del sindicato metalúrgico. El tema de la voluntad de negociación reapareció en el tercer momento fuerte del coloquio, el día miércoles, cuando Eduardo Duhalde evocó algunos momentos claves de su presidencia, subrayando enfáticamente la importancia crucial de la búsqueda de consenso en el proceso de salida de la grave crisis argentina de 2001. Duhalde subrayó también las graves consecuencias de la creciente hegemonía de la función presidencial en América latina, insistiendo en la necesidad de ir construyendo las bases de regímenes parlamentarios.

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Personalmente, atravesé la multiplicidad de discusiones que se produjeron durante esta semana, afectado por un sentimiento preciso y orientado por una convicción que se fue reforzando a lo largo de los debates. El sentimiento tiene que ver con los peligros de lo que podemos llamar la profesionalización del campo político y cobró forma en mí a partir de una frase del ministro Dulci, según el cual Lula, en sus discursos, ha ido hablando cada vez más de economía, porque “no hay asunto público que sea sólo una cuestión de especialistas”. Este sentimiento puede parecer paradójico en un coloquio lleno, precisamente, de supuestos especialistas. Pero la experiencia de los largos diálogos, tan poco frecuentes, que este coloquio hizo posibles, entre actores sociales y “académicos”, incita decididamente a la modestia por parte de estos últimos. La convicción tiene que ver con la insistencia, tanto del ministro de Lula como de Eduardo Duhalde, en la cuestión social; es decir, en el principio central de la igualdad. Este principio puede parecer banal o, por decirlo de algún modo, apenas “políticamente correcto”. Pero lo importante es el rol que debe jugar la percepción de su transgresión. Poco importa si se trata o no de un “telepresidente”. La desigualdad de saber, de recursos, de calidad de vida, debe ser ese escándalo que ponga en movimiento, día tras día, las pasiones del ocupante de la función presidencial.

*Profesor plenario Universidad de San Andrés.