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Apuntes en viaje

Pala carancho

El moflete inflado por prepotencia del acullico que lo acompañaba a enfrentar la oscuridad para que entonces el miedo resultara menos espantoso. Pasaba así en la tumba casi treinta horas.

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| marta toledo

Detrás de la torre alta de la iglesia principal, se extiende ajironada la ristra de nubes grises tironeadas por los cerros que componen la postal escenográfica de Belén. El aire es liviano, prístino; diecisiete los grados de temperatura. En ocasiones intensas ráfagas arremolinadas levantan polvareda y entonces más vale cubrirse el rostro con lo que sea. El chirrido de los autos que escupe el centro de la ciudad llega tibio hasta los oídos de los turistas que asistimos al ascenso del mirador de la Virgen. (Desde aquí se obtienen unas vistas espléndidas del entramado urbano burbujeante, espiralado mundo de la fantasía celebratoria.) El guía, Manuel, que ahora reza y ofrenda a los pies del monumento sagrado, nos ofrecerá luego una fotografía de otros tiempos que servirá para introducir el tema que tensiona posiciones en la provincia. En ella se perfila el cuerpo escaso de su padre que habita debajo del sujetador plástico que obstinado en la frente sostiene el casco reglamentario; ostenta ojos de un sujeto deshumanizado; minúsculos, adormecidos, bailotean dentro de un cuenco gelatinoso carmesí; los surcos anchos del rostro duro, las manos deshilachadas, sí, también. El moflete inflado por prepotencia del acullico que lo acompañaba a enfrentar la oscuridad para que entonces el miedo resultara menos espantoso. Pasaba en la tumba casi treinta horas, próximo a la veta que esculpía pico-pala en un rincón estrecho del corredor minero. Sin comida, apenas una botellita con agua. Se llamaba Roque, y toda su vida cabe ahí, en ese instante del retrato, el único que conserva Manuel. En la imagen cargaba con 24 años, aunque aparenta 70. No llegó a los 30, pero con los 50 dólares que recibía por los 4 kilos de material provechoso que extraía por semana le alcanzaban para alimentar a los seis hijos que tuvo con cuatro mujeres distintas. (Imaginen por un momento, nos convoca Manuel: la humedad sepulcral de la atmósfera se adhiere a la piel como un cuerpo sólido. Serpentear el tendido arterial claustrofóbico; esnifar por horas que se vuelven días y a la vez años el polvo denso hasta secar el pulmón con silicosis, antes de morir de cáncer. Cierren los ojos e imaginen.) 

Se explaya: por su historia y tradición, Catamarca es una de las principales provincias mineras del país, es cierto. Oro, plata, concentrados en cobre, se obtienen de las reservas metalíferas; potasio y azufre –principalmente– de las no metalíferas. ¿Y los yacimientos de litio? Claro, hoy la gema a exprimir (tiene una habilidad bien alimentada para identificar y demostrar conexiones, para hacer que las asociaciones parezcan inevitables ante los hechos. Así, detalladas reminiscencias personales, descripciones naturales y observaciones científicas se entrelazan para componer sofisticadas definiciones del entorno). En el departamento de Belén anida uno de los emprendimientos de explotación más ambiciosos: Bajo de la Alumbrera; desde 1997, y ubicado a 2.600 msnm, extirpa a cielo abierto paladas que engordan las métricas de almacenamiento, sin contabilizar las pérdidas que en el traslado del producto concentrado se producen en el mineraloducto. Yo por las dudas, a partir de hoy y mientras dure mi estancia catamarqueña, seguiré regándome con agua mineral envasada.