La historia argentina se repite, pero recién nos damos cuenta cuando la repetición se vuelve una caricatura trágica.
Estamos en medio de un bucle de la historia. Uno más. Otra vez, un Presidente empoderado que pretende ir por todo.
Como si nos hubiéramos olvidado de otros presidentes que se sintieron empoderados por la misma tentación.
Como si no recordáramos qué pasó después con cada uno de ellos. Desde los empoderadísimos dictadores militares hasta los mandatarios electos que intentaron conquistar la hegemonía absoluta y, por momentos, parecían conseguirlo.
El “ir por todo” de Javier Milei es pretender gobernar sin Congreso, sin Presupuesto, sin oposición. Hasta sin aliados: de ahí la avanzada sobre el macrismo a nivel nacional y sobre Jorge Macri en Buenos Aires para subsumir al PRO dentro de LLA.
Como otros intentos hegemónicos antes que el suyo, su “ir por todo” es usar al Estado para espiar a los críticos, amenazar con “carpetazos” de Inteligencia hasta a su vicepresidenta y construir un aparato mediático para reverenciar al líder y perseguir a los que piensan distinto.
Milei 2025. Si el Milei 2024 suscribió como propia la ilusión de sus antecesores de “un mundo sin periodistas”, el Milei 2025 parece decidido a cumplir ese sueño.
Lo que este año se inició como la puesta en marcha de un multimedios mileista (estatal y paraestatal), intentará consolidarse en los próximos meses. Con más periodistas militantes comandando los programas del prime time en la mayoría de los medios audiovisuales, más periodistas censurados por su posicionamiento crítico (o incluso neutro), más listas negras de personas y temas que no se podrán mencionar.
Esta semana, hubo una serie de graves ejemplos de la aceleración de ese proceso.
Una investigación de Hugo Alconada Mon en La Nación, reveló que el titular de la DGI, Andrés Vázquez, había comprado tres inmuebles en Miami por US$ 2 millones que no declaró. La mayoría de los medios minimizó todo lo posible el escándalo, igual que los políticos. Como en el pasado, fue la solitaria voz de Carrió la que se dejó oír.
El miércoles, Marcelo Longobardi fue despedido de Rivadavia. Según contó en el programa Modo Fontevecchia, fue por presiones del Gobierno sobre el dueño de la emisora. Longobardi es uno de los periodistas críticos con Milei, como antes lo fue con otros. Días antes de dejar su programa dijo que nunca se había sentido tan abandonado por una empresa y por sus compañeros de trabajo frente a los insultos de un Presidente. Se lo dijo a Jonatan Viale, uno de los máximos comunicadores del oficialismo, en el último pase radial que compartieron.
La realidad es que las presiones existieron y son las mismas con las que se amenazan a los demás medios: “Rendición incondicional o quita de la publicidad oficial y cese del pago de las viejas deudas”.
Ese es el castigo que el Gobierno le aplica a los medios de editorial Perfil. Otra vez el loop: cambian las caras y la ideología, pero el mecanismo de apriete es el mismo que usó el kirchnerismo.
En la triste reiteración, esta editorial vuelve a responder a través de la Justicia. Ahora, con una jurisprudencia a favor (que lleva el nombre Perfil), que en el pasado se ganó tras una década de demandas.
Austera indignación. El jueves, un día después del episodio Longobardi, el canciller Gerardo Werthein le exigió a Natasha Niebieskikwiat, periodista de Clarín, que “cese de manera inmediata” con la difusión de información sobre el caso del gendarme Nahuel Gallo detenido en Venezuela. Werthein, además de funcionario, es dueño del grupo de medios El Observador, uno de cuyos accionistas es Luis Majul. Otro de sus socios es Gabriel Hochbaum, quien acaba de comprar Radio con Vos, hasta ahora una voz progresista en el dial.
Y el viernes fue el propio Presidente el que encabezó los ataques. Le dijo “imbécil, mentiroso, farsante y operador” al periodista Carlos Pagni. Fue en la Bolsa de Comercio de Córdoba, ante el silencio de algunos empresarios y el aplauso del resto.
Tampoco esta nueva agresión generó un escozor generalizado en medios y círculo rojo. Predominó el silencio.
Entre los ataques a unos y otros, la eterna repetición argentina viene con un clásico recargado: la obsesión de un Presidente contra Perfil, Jorge Fontevecchia y medios y periodistas de esta editorial. En el caso de Milei, una obsesión casi diaria en su laboriosidad tuitera.
Pero acorde con el clima de época (mezcla de oportunismo, esperanza y temor), las agresiones del poder de turno apenas generan módicas conmociones.
Igual que pasó en los bucles anteriores, hasta los propios atacados son austeros en la indignación.
Esto recién empieza. El aparato mediático que construye el oficialismo para 2025 no tendrá nada que envidiarle al que había armado el kirchnerismo en su momento de esplendor.
Kirchnermileismo. La clave del loop argentino es el olvido. Un acuerdo tácito para hacer de cuenta de que esto que está pasando no había pasado nunca. Olvidar que lo que antes se criticaba es lo mismo que ahora se defiende.
Como la amnesia de los exrepublicanos, ahora mileistas, que provoca que donde antes veían persecución a la prensa ahora sólo ven a un Presidente ejerciendo la libertad de expresión.
La amnesia confunde lo real y lo irreal.
Así es como los Milei, sus funcionarios, políticos y periodistas, construyen una nueva realidad en la que se autoperciben como históricos luchadores contra la corrupción y la casta y todos los demás son “mandriles”, “ratas”, “kirchos” o “kukas”.
Más allá del trágico retorno a aquella Alemania en la que también se usaban nombres de animales para deshumanizar a las personas (¡cómo conmueve que esto no conmueva!), la acusación política diaria de cualquiera que no sea oficialista es ser kirchnerista. Hasta la usan los propios funcionarios que fueron parte de la era K.
Como no se trata de la verdad sino de la degradación, la usina mileista puede tildar de kirchnerista a cualquiera de los colegas mencionados.
Incluso se llega al extremo de calificar así a Perfil, que durante los largos primeros años del kirchnerismo se ocupó (en cierta soledad, vale decir), de iniciar la mayoría de las investigaciones que años después llegarían a la Justicia. Y pagó caro por ello.
¿Dónde estaban los hermanos Milei cuando los Kirchner eran el poder? ¿Cuáles fueron las denuncias que hicieron en aquellos primeros años de empoderamiento K los actuales funcionarios de este Gobierno, incluyendo a los kirchneristas y a sus comunicadores de cabecera?
Neo Oficialitis. Poco después de la llegada de Néstor Kirchner al poder, siendo director de la revista Noticias, publicamos una tapa titulada “Oficialitis”.
Como si fuera hoy: políticos, empresarios y medios celebraban las medidas económicas, la “transparencia” de la nueva gestión y silenciaban los ya visibles rasgos autoritarios.
Algunos de los que allí aparecían como domesticados por el poder, son los que ahora acusan de “kukas” a los que son críticos.
Como hoy, sólo Carrió y pocos más aparecían como voces disonantes entre tanto acompañamiento festivo.
Buena parte de aquellos oficialistas, serían años después los más acérrimos perseguidores de peronistas de cualquier especie.
En la patológica repetición argentina, es probable que quienes ahora más silencian el avance autoritario de este Gobierno sean pronto sus mayores cazadores.
Pero no es tanto la tristeza de volver a cruzarnos con un gobernante que quiere ir por todo.
Lo triste es el tiempo y la energía que se pierde entre loop y loop.