Acapulco: tu fama te precede, como el ruido de fondo adosado a un paisaje publicitario. La excusa es la Feria del Libro, que este año tiene a la Argentina como país de honor. ¿Cómo se vive hoy en la que fuera la cuna del jet-set allá por los 50, cuando las celebridades hollywoodenses eligieron las bondades de esta bahía?
He oído hablar de la elegancia del decadentismo, pero estimo que esto es pura pose y no les hace justicia a los dos millones de personas que sufren el borronazo de su querida ciudad. Un taxista nos tira una cifra elocuente: de 185 cruceros que el puerto recibía, ahora llegan 8. El pico de violencia parece haber ocurrido hace tres años, cuando varios cárteles se disputaban la región. Los megahoteles vacíos –escalonados como terrazas de cultivos incas–, las discotecas carcomidas por la selva, los restaurantes apostados al mar quieto, todo me recuerda a esas ruinas futuristas que empiezan a reconvertirse en otra cosa. Acapulco busca volver a la vida y es arduo imaginar violencia en estas plácidas playas. Sin embargo, a pocos kilómetros crece la incertidumbre por los 43 estudiantes desaparecidos, víctimas de la alianza entre los grupos criminales, la policía y los alcaldes de Iguala y de Cocula. Ya son veinte días, que caen sobre esta feria como una lápida.
Algunos autores han preferido no asistir y denunciar así que las cosas no pueden seguir su curso normal. Yo creo también que venir es una manera de apuntar a lo normal, a lo deseable, y separarlo de lo atroz. Aunque harán falta mucha literatura, muchas palabras, para mitigar este horror interminable.