El inicio del año 2020 encontró al mundo con la diseminación de una pandemia cuya primera alarma se encendió en Wuhan. Fruto de ello, desde marzo, la mayoría de las naciones latinoamericanas recibió ayuda de la República Popular China en materia sanitaria y médica, bajo la forma de equipamiento o asesoramiento. El gigante asiático ha sobresalido en el concierto de naciones por la asistencia brindada, convirtiéndose en un polo de cooperación global.
Este papel proactivo de China se ha convertido en un ingrediente más en la disputa estratégica entre Washington y Beijing, particularmente en América Latina, porque la región -por ubicación geográfica, historia y cultura política- es parte de la esfera de influencia de los EE.UU.
En los últimos veinticinco años, China estrechó vínculos con Latinoamérica, gracias a la existente complementariedad: la economía china necesita alimentos y energía para proseguir su desarrollo, mientras que nuestro subcontinente es rico en commodities, pero carece de suficiente capital y tecnología.
Asimismo, Washington se desentendió en las últimas décadas de América Latina y, por ello, perdió presencia en la región. Mediante políticas proteccionistas y la postergación de acuerdos de comercio, la Casa Blanca ha contribuido con que no sólo China sino también la Unión Europea tomen la delantera en materia de acuerdos con el subcontinente.
A fines de 2019, organismos económicos internacionales pronosticaron para el presente año desaceleración en la actividad económica y retracción comercial a nivel mundial. La pandemia generó una caída mucho mayor que la prevista. Por ello, se espera para este año que la economía de EE. UU. se contraiga 5,9%, mientras que la economía china crecería 1,2%.
Según cifras de la CEPAL, el PBI de América Latina se contraerá -5,3%, la peor caída desde la crisis de 1929. También se prevé que las exportaciones se desplomen un 15%, a la vez que varios países desarrollados proyectan una desinversión en sus operaciones en el exterior y se preparan para repatriar sus cadenas de suministro. La combinación de los hechos mencionados resultaría en que Latinoamérica busque asistencia económica donde se la ofrezca sin demasiados condicionamientos.
En la actual puja entre Washington y Beijing por la transición hegemónica internacional, no sólo se compite por comercio, tecnología y espacios geopolíticos, sino también por aliados. Una reciente prueba de ello sería la voluntad estadounidense de colocar a un ciudadano de su país frente al BID, cambiando la tradición de que la sede esté en Washington y la conducción en manos latinoamericanas. Ello evidenciaría una política de retorno a la región, quizás destinada a afectar la presencia china.
Los gobiernos latinoamericanos tienen ante sí el desafío de definirse frente a ambas potencias. Las opciones serían priorizar la alianza histórica con Washington, hacer valer la creciente vinculación con China, adoptar una postura equidistante, o “jugar las dos cartas”.
Para la Argentina, existe una particularidad en la relación económica con EE.UU. y con China. En el primer caso, el énfasis se ubica en el campo financiero, debido a que el grueso de nuestro endeudamiento externo es con el país del Norte; mientras que en el segundo caso el acento está puesto en el comercio, dado que China se ha convertido en el principal destino de nuestras exportaciones.
Si consideramos nuestra tradición diplomática, cultura política, intereses económicos y demandas coyunturales, lo más beneficioso para nuestro país sería mantener lazos fluidos con ambas potencias, practicando una pragmática equidistancia.
*Director del Programa Ejecutivo sobre China contemporánea, Universidad Católica Argentina (UCA). (@DrJorgeMalena).