COLUMNISTAS

Oportunidad para la democracia

La muerte de Alberto Nisman provocó conmoción social.
| Cedoc

La palabra sociedad es muy abstracta, decir subjetividad colectiva es rebuscado. Digamos entonces conjunto social. Podemos pensar un conjunto social como lo que repentinamente produce y recoge, por responsabilidades múltiples, un hecho súbito e inesperado, destinado a dejar atónita a la población. Pero que se había amasado en los submundos de sigilo, indiferencia y secreto que cimentan todo trato entre significados formulados e informulados de la realidad corriente.

La muerte de Nisman puede ser un asesinato porque produjo efectos múltiples y contradictorios que inteligencias ignominiosas habrían podido calcular como lo haría cualquier analista de información de los llamados servicios de inteligencia, los operadores de la ilegalidad consentida por los estados, que creó el siglo XIX, que el siglo XX popularizó en la figura de James Bond, sin que el cine norteamericano consiguiera, de similar modo, hacer simpáticos a estos personajes. Salvo en las novelas de John Le Carré (y con la excepción de Robert Redford como agente de la CIA, perseguido por la misma CIA en “Los días del Cóndor”).

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Estos Servicios se refieren sustancialmente a la idea de doblez y entrecruzamiento. Lo uno parece otro, izquierda es derecha y viceversa, todo autor es candorosamente literal y el verdadero autor puede jactarse de interpretar el sadismo o la propensión conspirativa de una sociedad quebrantada por un saber que no se sabe a sí mismo. El verdadero autor de los Servicios se considera un hombre del destino, es el “analista” de una sociedad que tomó y elaboró sus propios presagios.

Un gran “analista de los servicios” pudo haber pensado sobre estas bases deterministas, pues él siempre es el héroe negativo de las intenciones que pretende conocer de los otros. Pero la voluntad ajena es resistente, aunque la acción de cercar a una persona contiene una máxima crueldad y puede lograrse que esa personase suicide. Pero el suicidio, cuando no se prepara de una manera meticulosa y hasta cruel –pues significa asumir culpas y cargar el futuro de muchos de una clase especial de culpa indefinida- puede suceder en un instante impensado.

Es lo impensado por naturaleza; puede efectuarse mientras se ordenan las compras de almacén para la mañana siguiente. No es digno ni indigno, en un segundo abismal e irrepetible, un “andar sin pensamiento” en un momento fugaz.

Un solo disparo, quien sea el que lo de, en cualquier caso puede hacer temblar una escena que se mueve por su propio vértigo, que tiene toda clase de accidentes que son tragedias y tragedias que tienen todos los elementos del accidente, aunque empotradas en círculos de significados que van desde lo inconcluso e imperfecto de las investigaciones sobre los atentados de la década del 90 hasta las formas sofisticadas de violencia del siglo que corre, inauguradas por asesinatos masivos hechos ante el ojo catastrofista de los sistemas visuales de información inmediata y simultánea.

La muerte de Nisman es una responsabilidad que nos toca a todos, de un modo que ni imaginan los que rápidamente han colocado etiquetas de culpabilidad gubernamental o ignoran que la gravedad que tiene esto compromete o empequeñece cálculos electorales, odios de ocasión e interpretaciones prefabricadas. La multitud de escritos con aspecto pastoral que se derramó sobre este luctuoso episodio son pequeñas faenas de los espíritus cuyas prácticas especiales consisten en la rapidez con se desligan de sus propios submundos anímicos o de sus triquiñuelas para situarse siempre del lado luminosos a la conciencia.

Pero si las almas bellas son numerosas y siempre obtienen su mendrugo de celebridad, el “analista de los servicios” nos gana a todos en tortuosidad. Nosotros somos apenas clientes de la “sociedad del conocimiento”, eufemismo con el que nos referimos a las condiciones bajo las cuales la información no es lo que nos “ayuda a pensar”, como dicen en los medios de masa, sino lo que piensa por nosotros y nos “formatea”, para empelar una palabra del léxico corriente.

Con estas rápidas reflexiones, que merecen mejores desarrollos, respondo las preguntas de Perfil: creo un hecho sustancial la disolución de los servicios de informaciones y el debate con acuerdos amplios sobre la futura agencia a crearse, que no debe ser la reiteración de la anterior con otro nombre. Esto ya se dijo claramente al momento en que la Presidenta anunció este hecho. No se trata que el “analista de informaciones” que formaba sectas y subsectas que transitaban la ilegalidad en la etapa anterior, sea ahora un graduado en ciencias sociales y políticas que aplique conceptos gramscianos al tráfico de órganos o al lavado de dinero.

Se trata de la forma de desligar a la sociedad nacional de la figura misma de la “información” como un sistema de control ilegal, paralelo al flujo irracional de las finanzas y las noticias preconstruídas por las agencias de la globalización. Se trata de darle otro corazón de eticidad práctica al resguardo de los bienes de convivencia democrático-republicana y nacional-ciudadana, y eso debe ser inventado, más allá de la redacción de la nueva ley, que desde ya mejora sustancialmente la lógica de enfermizos secretos que amparaba el ordenamiento anterior.

¿Y por qué ahora? Porque es esta la hora lo que ha brotado e invita al cambio, la del lamento por el Fiscal Nisman, cuyo escrito sin soportes jurídicos reales demostraba que había caído en las mallas del laberinto generado largamente por una indiferente sociedad, de la que era al mismo tiempo víctima y actor, al que hoy debe vérselo como un personaje que provoca duelo y aflicción. En la historia no hay un compás o un tiralíneas que marca y dice hoy habrá revolución rusa; hoy ponemos un cadáver frente a un espejo quebrado. Abandónese la mezquindad. Sino, esta no puede ser otra oportunidad perdida.