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Ollas

Hace unas semanas, un sábado lluvioso, la época de Santa Rosa, vino Sonia a Buenos Aires. Fuimos a verla a la casa de Diana. Afuera seguía lloviendo y se hacía de noche.

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| marta toledo

Cuando era chica me gustaban los cuentos de brujas, las ilustraciones donde se las veía echando cosas adentro de una olla negra de tres patas que llamaban caldero, el fuego haciendo hervir esa sopa de verrugas de sapo, pelos y yuyos, pócimas para el amor o para la destrucción. Mi abuela tenía una olla igual, le decía La Negra. Había sido de mi abuelo cuando era un muchacho tropero. La Negra lo acompañaba metida en sus enseres. Allí donde se detuvieran a hacer noche con otros como él, bastaba una fogata para que el abuelo preparara el guisito carrero con carne y fideos. De la casa de la abuela pasó a la casa de mi madre y ahora la tengo en la mía. No tiene tapa La Negra así que siempre hay que usar prestada la de alguna otra. También perdió las asas, entonces hay que manipularla con mucho cuidado, agarrarla con un repasador doblado varias veces para no quemarse.

Hace unas semanas, un sábado lluvioso, la época de Santa Rosa, vino Sonia a Buenos Aires. Fuimos a verla a la casa de Diana. Afuera seguía lloviendo y se hacía de noche. Adentro, sentadas primero las tres alrededor de la mesa, después llegó Raquel, tomamos mate y conversamos largo. Diana fumaba sus cigarrillos finitos y cada tanto interrumpíamos la conversación para festejar alguna gracia de Lolita, la perra cachorra. Para el almuerzo, Diana había hecho fideos con salsa y fue porque empezó a contar cómo hacía la salsa, que hablamos de las ollas. La Essen que le robaron hace poco en la isla, la que le había regalado su madre cuando Diana era todavía una muchacha. Mi primera olla, dijo. De la que me robaron a mí hace unos años, una vez que entraron al contenedor y se llevaron varias cosas adentro de una frazada: la E-ssen, pero también los cubiertos, el anafe, sábanas, un acolchado… esa vuelta también entraron en el contenedor de Gaby y le robaron cosas parecidas. Gaby dijo que tal vez el ladrón estaba a punto de casarse y por eso había elegido llevarse esos objetos y no otros. Tenía sentido. Pero yo lamenté mucho la olla. También era un regalo de mi madre. Raquel dijo que también tiene la Essen de su madre. Sonia, en cambio, nunca tuvo una Essen y en un gesto emancipado dijo que la primera olla que tuvo se la compró ella, no fue regalo de nadie.

Digo que leí hace poco que las fabrican en Argentina y todas se asombran. Yo también pensaba que eran importadas. Pero se hacen en Venado Tuerto, en la provincia de Santa Fe. Al final son tan santafesinas como Diana y Sonia. Nos acordamos de las reuniones que hacían las vendedoras en los pueblos, de los platos que se cocinaban durante la reunión para demostrarles a las potenciales compradoras las bondades del producto. De las ollas que se iban pagando en cuotas tal vez durante un año o dos.

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En los cuentos infantiles había otra olla igual a la que usaban las brujas, igual a La Negra, pero tenía monedas de oro. En definitiva, pócimas mágicas, tesoros y comida terminan siendo la misma cosa. Todo eso habrá sido para el abuelo y los otros peones, lo que cabía adentro de La Negra: la comida caliente llegando a la panza después de toda una jornada arriba del caballo. Allí reunidos alrededor del fuego, abajo de las estrellas, raspando hasta el fondo con la cuchara. Después unos tragos de vino y el cigarrillo armado antes de caer en el sueño como benditos.