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Nunca se acaba

16-4-2023-Logo Perfil
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Hace un mes, recibí un mensaje de Pablo Maurette que decía lo siguiente: “Estoy leyendo Simenon sin ton ni son. Me leí 20 novelas en los últimos 4 meses”. Algunos años atrás, Maurette se puso a leer policiales como un poseso (de tanto leer terminaría escribiendo uno bueno, La niña de oro) y compartimos varios gustos, pero no nos pusimos de acuerdo con Simenon. Él sostenía que era ilegible, yo sostenía que él era un burro. Con el tiempo, Maurette moderó sus juicios al respecto, pero no sé en qué terminó todo. No sé si leyó las veinte novelas porque se volvió un fanático o para convencerse de que tenía razón y eran una porquería. Pero el mensaje no tuvo secuelas que me permitieran informarme al respecto.

De todos modos, me acordé del incidente porque en estos días yo también estuve leyendo Simenon sin ton ni son (“Simenon sin ton ni son” podría ser el estribillo de una cumbia). Pero, como hago siempre, leí solo novelas del comisario Maigret y dejé para más adelante sus novelas llamadas “duras”. Creo recordar que a Maurette le gustaban estas últimas, no así las de Maigret, pero puedo estar confundido. No es que a mí no me gusten las duras, al contrario, pero siempre pienso que necesito una fortaleza de ánimo que no tengo para internarme en esas ficciones de una misantropía tan tremebunda que me dan miedo.

Los Maigret, en cambio, son más ligeros. O eso pensaba yo hasta esta última tanda, las catorce novelas que leí en unos diez días. Las empezaba después de la cena, leía una parte durante el insomnio de cada noche y, en general, las terminaba cuando me despertaba para darle de comer a nuestra perra Solita. Este atracón de Maigret me dejó sumido en cierta perplejidad. Son novelas de los años sesenta, la época en la que Simenon había empezado a padecer el malestar derivado de un tumor cerebral que lo había vuelto sombrío, malhumorado e irritable. Sin embargo, seguía siendo prolífico en la escritura y tampoco abandonaba su otra pasión, la cosecha de mujeres (ya que estamos con las cumbias, era el título de un inolvidable tema de Los Wawancó, muy popular en esa época).

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Lo que después se llamó poliamor aparece en varias de las novelas, pero está tratado con particular gracia en Maigret y los ancianos, donde dos aristócratas viven una relación sentimental apasionada durante décadas, aunque nunca se encuentran frente a frente. Solo se ven a veces a la distancia en el teatro o el parque, pero se escriben a diario y se cuentan sus relaciones con terceros. En general, cada vez que Maigret interroga a alguien, el personaje confiesa sus infidelidades y hay algunos casos en los que todos se acuestan con todos. En la extraordinaria Maigret duda, un gran abogado y su secretaria, dos personajes encantadores y muy enamorados entre sí, nunca se acuestan de un modo literal: según confiesa ella, solo practican el sexo furtivo en el despacho por miedo a la irrupción de la esposa.

De todos modos, lo más interesante de esta maratón fue descubrir que a Maigret, a diferencia de otros colegas de la ficción, le importa muy poco hacer justicia. Se congratula de que una vez que hace un arresto, son los jueces los que se tienen que ocuparse de la condena y no él. Acaso Simenon fuera el verdadero inmoralista, para usar el título de una famosa novela de su amigo Gide.