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Ni que Riquelme fuera presidente

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García-Mansilla. La jura del nuevo juez de la Corte Suprema. | CSJ

Si Juan Román Riquelme, titular de Boca Juniors, presidiera la Argentina en lugar de Javier Milei, podría designar por decreto a sus amigos en la Corte. Por tiempo determinado, claro, con vencimiento a fines de noviembre; y, después de ese plazo, renovar el decreto mientras dure su gestión con las mismas designaciones hasta 2028. Constituiría una Corte adicta mientras gobierna, con Cascini, el Chelo Delgado o Chicho Serna como ministros si es que el último se ha naturalizado argentino. No es descabellada la comparación con el último envío de dos figuras por voluntad presidencial a integrar el máximo tribunal y sin el acuerdo del Senado. Como finalmente Boca es la mitad mas uno y las encuestas –hoy la biblia de la política– podrían convalidarlo, la elección de jueces se encamina hacia al deseo de los votantes más que al acuerdo de los legisladores. Cada vez más democracia, un avance hacia la perfección. Una anomalía.

Cuando uno no sabe si sale el sol o llueve, utiliza desvíos más o menos verosímiles. Es lo que ocurre ante la última designación de Manuel García-Mansilla como miembro de la Corte Suprema, cuyo destino en ese cargo puede finalizar esta misma semana. Si el Senado lo dispone. Y, con la misma autoridad, paradójicamente, el mismo tribunal puede en cambio imponer a Ariel Lijo, cuyo pliego ya fue tratado y aprobado en la comisión de la Cámara alta. Una inversión insólita de protagonistas, entre las diversas alternativas que se barajan esta semana para que se queden los dos o se vayan los dos. Un novelón. Ni que Riquelme fuera el presidente de la Nación. García-Mansilla es un bólido para los mandados: fue a jurar sin avisarle a la familia, debía estar esperando en el Petit Colón, frente al Palacio, a que le habilitaran el ingreso. Integrar el tribunal por decreto no le granjeó adhesiones, ni siquiera las esperables de aquellos que fogonearon su propuesta al cargo: de ahí la nula aparición de comunicados a su favor. La anomalía del decreto confunde a los más cercanos.

Se entusiasmó con el abogado católico por recomendación de Caputo jr.

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Para colmo, dentro del Gobierno –dicen– se vivió como una traición su debut en el cuerpo al votar contra el eventual ingreso de su compañero en la fórmula oficial, Lijo, por no aceptar su pedido de licencia, acompañando a Horacio Rosatti y a Carlos Rosencrantz. Como si unas vacaciones transitorias fueran un pedido más grave que saltearse el Senado para nombrar a un juez de la Corte. Ni siquiera se abstuvo, como por último hizo Ricardo Lorenzetti, el fabricante de los castillos de arena, interesado en controlar un Poder Judicial esquivo y que embarró a Javier Milei. Primó sobre García-Mansilla, en todo caso, la influencia de Rosencrantz, a quien le reconoce favores por haber sido jurado en su tardía presentación de la tesis doctoral en 2024, en la Universidad Austral que dirigió por dos ciclos consecutivos. En ese momento, por indicación de alguien, le aconsejaron un upgrade al título de abogado para perfilarse candidato, ya que su socio en el estudio, Ricardo Ramírez Calvo, había sido desestimado en el Gobierno por alguna razón misteriosa.

Apenas llegado al poder, Milei –con conocimiento superficial del mundo jurídico– se entusiasmó con García-Mansilla por recomendación de su asesor mesita de luz: Santiago Caputo. Es que el exdecano de la Austral –de rígido seguimiento católico, vinculado al Opus Dei, originalista: cumplir al máximo el texto de la ley, evitar las interpretaciones– se expresó en las redes por la legalidad de la dolarización en la Argentina, lo que engarzaba con una de las promesas electorales que había llevado el economista a la Casa Rosada. Un amigo en ese mundo jurídico descubierto por Caputo. Más propicio, además, para enfrentar a un enemigo público en ese tema en la Corte Suprema, justamente Rosatti, quien apenas aterrizó Milei en el poder, se pronunció contra la dolarización, declaró que era inconstitucional. “Si me reciben así apenas llego –debe haber pensado Milei–, no quiero imaginar lo que me harán cuando tome medidas de gobierno”. Allí comenzó una distancia maratónica entre el Ejecutivo y el trío dominante del Poder Judicial, atizada por un Lorenzetti que se sentía descolocado por la aversión y el desprecio del trío. Florentino, inició un operativo para ser prima donna en la Justicia.

Quizás salga a la luz el silencioso rol de Cristina: dispone de más de 30 senadores

En esta semana, entonces, el Senado puede rechazar la designación de García-Mansilla por más que le hayan tomado juramento y firme como ministro. Un alboroto institucional debido a que la tenacidad de las partes, el Gobierno con la insistencia y la Cámara alta con el rechazo, provoca una laguna que al menos generará apelaciones a cualquier decisión de la Corte Suprema por falta de constitucionalidad. Si a uno, de pronto, lo descalifican, hay otro que sueña con una calificación positiva: Lijo. Como aseguro el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, “no tenemos un plan B” para subir o bajar a los postulantes, solo tienen un problema que arrastran hace casi un año: persistir en el Senado para que no reniegue de García-Mansilla y convalide al candidato más controvertido, Lijo, sin necesidad de que pida licencia y por la vía más elemental del consentimiento mayoritario.

En esta oportunidad, el hasta ahora silencioso rol de Cristina Fernández de Kirchner quizás salga a la luz: dispone de más de treinta senadores, no todos encolumnados. Se sabe que siempre rechazó a García-Mansilla, pero evitó opinar sobre Lijo. Al tiempo que a este lo domina la versión de que “le falta un voto” para atravesar el trámite, pero esa carencia se convirtió en una tortura para el juez federal, un muñeco de la kermesse al que todos le arrojaban una pelota. No debe entender la razón por la cual su colega en el ascenso oficial,

García-Mansilla, terminó votando en su contra y, más serio es el interrogante de si le conviene seguir como candidato a la Corte. Porque si por último no lo aceptan, la razón invocada para rechazarlo lo puede comprometer en su cargo de juez federal, en un juzgado donde anidan múltiples causas de legisladores, de políticos de todos los sectores y hasta del propio Rosencrantz. Curioso: a Lijo le reprochan que duerme las causas muchos de los que se pondrán nerviosos si procede con más velocidad.