La Selección argentina se convirtió en un lujo, como ir a ver a Taylor Swift, la final del Abierto de Polo, o ya directamente otras actividades suntuosas, como comprar obras de arte, irse de viaje o, por qué no, invertir en criptomonedas. La popular para el partido contra Brasil el martes 25 de marzo cuesta $110 mil; $350 mil la platea más barata y $ 510 mil, la más cara. ¿Un delirio? No lo sé. Imagino un estadio lleno. Lleno de un público de clase media-alta y alta (por supuesto que los medios se van a quedar con esos personajes “pintorescos” que vendieron el auto para comprar entradas o algo así. Pero eso es claramente una minoría).
Un fútbol no popular es el sueño de muchos. Comenzó, tal vez, con Macri cuando presidió a Boca y buscó llenarlo de hinchas de countries y chetos de todo tipo (de hecho, fue bastante eficiente: esa plateíta entonces nueva, debajo de los palcos, se parecía mucho a una pasarela de Pancho Dotto). Ahora para pagar la entrada de la Selección del astro de Miami hay que sacar una hipoteca. Si los jugadores de la Selección se sienten (y los hacen sentir) dioses, ¿por qué no pagar un diezmo para verlos de cerca? (o a cientos de metros, como se ve desde la cancha de River).
Entretanto, muchos hinchas están en otra, por suerte. Recordemos que el hit político de 2017, 18 y 19 (“Mauricio Macri LPQTP”) surgió de los hinchas (estoy casi seguro que la primera vez que se cantó fue en la cancha de San Lorenzo). Y ahora los hinchas (algunas barras, pero muchos, muchos, muchos hinchas sueltos) estuvieron el miércoles en la marcha de protesta de los jubilados por los salarios de miseria que cobran y la represión policial que sufren quienes asisten a las marchas (policías Robocop tirándole gas pimienta a los jubilados, en eso estamos). Las apuestas pagaban un peso a que Bullrich iba a mandar a reprimir con saña y sin razón. Pues quien apostó un peso, lo recuperó. Vi muchos hinchas de equipos de la B (Atlanta, Chacarita, Ferro, Morón) y otros de primera división, abrazados junto a los viejos. TN, La Nación+ y A24 decían que era una marcha de “barras bravas y La Cámpora”. Pero las mentiras cada día funcionan menos. Pese a los medios hegemónicos, solo la verdad nos hará libres. Y allí estaban muchos hinchas de fútbol ante el silencio de la cúpula de la CGT (que ya cerró sus negocitos con el Gobierno y no mueven un dedo. Casi que mejor, siempre es bueno no marchar junto a indeseables) y una parte importante (¿mayoritaria?) de la clase política que ya también cobró sus prebendas y chanchullos con ese Estado que tanto dicen odiar.
Cuando yo era adolescente, después de Malvinas, también en las canchas empezaron los cantos contra la dictadura. Por supuesto el clásico “Se va a acabar/se va a acabar/la dictadura militar”, pero también otro, mi favorito: “Policía Federal/la vergüenza nacional”. Demasiado pocas cosas cambiaron en estos 40 años.
Fuera de eso, Julián Álvarez, cuan Martín Palermo, pateó un penal con los dos pies. Si su carrera va a ser como la de Palermo, tiene destino de crack asegurado.