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Neobarroco y minimalismo

Dieguito, querido, te mando esta rápida postal para agradecerte que me hayas presionado para ir a ver Alcina, de Händel. Confiabas en la dirección musical de Rinaldo Alessandrini y no te equivocaste. Musicalmente fue una función maravillosa y Alessandrini acentúo todo lo que de tan “contemporáneo” suena en la partitura de Händel. La repetición ansiosa, el ritornello, llevado aquí al paroxismo (los personajes prácticamente no dialogan y todo se canta quince veces, una tras otra), sumado a esa cadencia tan particular que Michael Nyman homenajeó en las bandas sonoras que hizo para Peter Greenaway. Para qué te voy a hablar del canto. Son cuatro sopranos, un contratenor, un barítono y un tenor. Las partes del contratenor (el personaje de Ruggiero) me produjeron una emoción, no dijo física o intelectual, aunque ambas estuvieron, sino sensorial. Algo rarísimo, y eso que quien cantaba no era el tucumano Franco Fagioli, que la hizo en Lucerna hace un par de años. De todos modos, Carlo Vistoli erizaba la piel.

Del argumento no te digo nada porque es medio pelotudo: hombre casado llega a una isla donde reina una bruja (Alcina), junto con su hermana (Morgana). Alcina se encama con las visitas y cuando se cansa las convierte en piedras, animales, plantas. Pero esta vez se enamora. La esposa de Ruggiero viene a buscarlo. Lo desencantan. La bruja pierde sus poderes. Todo vuelve a la normalidad.

Pero la puesta de Pierre Audi, bastante mediocre, merece que la charlemos a la vuelta, porque es totalmente minimalista (además de unos telones más bien abstractos, solo hay un silla), lo que plantea, como pasaba con Einstein en la playa en la puesta de Martín Bauer y Rodrigo de Caso para el Colón: allí el minimalismo era musical y el barroco la puesta en escena. Lo que hicieron en Roma con Alcina (muy diferente de las versiones de Lausana y Monte-Carlo) conviene tenerlo en cuenta para establecer un principio de articulación entre esos dos polos del ambiente estilístico en el que vivimos. En todo caso, para poder pensar más allá de los “movimientos” estéticos y plantearse el neobarroco y el minimalismo como principios de vida y como condiciones de una ética. En algún lado, pienso, se cruzan, como los caminos de Proust.

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