La dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1983 dejó en términos generales huellas profundas en la sociedad argentina, pero más profundas todavía son estas huellas en aquellos que padecieron directamente la acción del gobierno militar. Este es el caso de los sobrevivientes de alguno de los centros de tortura o de madres/padres, abuelas/abuelos, hijas/hijos de “desaparecidos”. Precisamente, a este último grupo pertenece Mariana Eva Pérez, la autora de Diario de una princesa montonera110% verdad (2012), texto al que nos referiremos en esta nota.
Como es habitual en nuestros artículos, nuestro interés no se centra en la novedad literaria, sino en aquellos textos que de muy diversos modos se relacionan con relevantes hechos histórico-políticos ocurridos en nuestro país desde mediados del siglo XX. Por otra parte, antes de adentrarnos en el abordaje de la obra en cuestión, aclaramos que con posterioridad a la edición aquí considerada se publicó una versión ampliada en el año 2021, que incluye hechos posteriores a los relatados en la original (la estadía de la autora para estudios doctorales en Alemania y su regreso a nuestro país para querellar por la desaparición de sus padres). El hecho de que un hijo de un militante de alguna organización política o política-militar de los años setenta escriba una narración donde vuelque su experiencia de lo acaecido en su infancia no es un acontecimiento excepcional. Hayan sido o no “desaparecidos” su padres, son varios los casos en que siendo ya mayores estos hijos relatan en novelas lo vivido en su niñez. Así, como ejemplo de ello, pueden nombrarse La casa de los conejos (2007), de Laura Alcoba, o Soy un bravo piloto de la nueva China (2011), de Ernesto Semán, obras que ya hemos abordado en anteriores notas.
Desde el título de la novela de Mariana Pérez se percibe el “tono” que la autora pretende darle a su texto. La narradora se asume allí como “princesa montonera”, es decir, alguien hija de militantes montoneros, que era una niña cuando estos fueron “desaparecidos”. Ello muestra ya el carácter de desenfado y humor (frecuentemente ácido) que prevalecerá en la obra. El texto está organizado como un “diario” íntimo que lleva la narradora (difícil de escindir de la propia autora), donde cuenta una gran variedad de hechos en que interviene y de pensamientos que se le ocurren. Dada esta estructura, la obra no se divide en capítulos, teniendo los distintos fragmentos una muy variada longitud, que pueden oscilar desde más de una página a un simple renglón. Tampoco se relata en un orden cronológico, por fechas sucesivas, sino que se alternan distintos momentos e incluso a veces se retoma un mismo hecho en distintas oportunidades.
Aunque el enfoque que utiliza Pérez para relatar anécdotas y expresar pensamientos es el del humor y el desenfado, no por ello deja de contar la historia trágica que lleva consigo. Si bien trata de desdramatizar, evitando caer en la sensiblería y en dar golpes bajos de tipo emotivo, no deja de referirse continuamente a sus padres Paty (Patricia) y José, ambos militantes montoneros “desaparecidos”.
Para ver concretamente esa particular combinación que realiza la autora de matices contrapuestos pero a la vez complementarios, conviene tomar en cuenta algunos ejemplos. Así, en una parte en que se refiere a las hijas de militantes, señala: “La princesas guerrilleras nos llamamos todas igual: Victoria, Clarisa, María, Eva, María Eva. Hay nombres muy montos aunque sin referencia directa a ninguna mártir: Paula, Daniela, Mariana, Lucía o Lucila, Julia o Juliana. La niñas perras serán Clarisa aunque también Victoria” (Aclaración: “hijas perras” son hijas de militantes del ERP, la otra organización guerrillera importante de la época). Y poco después, refiriéndose también a las hijas de “desaparecidos”, dice: “Niñas / que saben coser y saben bordar / pero la parte de abrir la puerta para ir a jugar te la deben / porque se hicieron responsables de todo demasiado pronto”.
Por otro lado, en otro pasaje, cuando la narradora comenta sus actividades como hija de “desaparecidos”, manifiesta: “La Princesa Montonera cumplió con todo lo que indica el protocolo”. Entre esas actividades está que “en su adolescencia lloró su suerte y odió a los milicos”; a los veinte, se reunió con compañeros de militancia y amigos de sus padres para tener información sobre ellos; fue al Equipo Argentino de Antropología Forense y se sacó sangre para poder identificar los restos de los progenitores. Sin embargo, ya pasados los treinta años se sorprende porque no sabe si a los militares de la Esma se los está jugando por el caso de su madre: “La revelación me golpea. Yo, la esmóloga más joven, otrora niña precoz de los derechos humanos, no sólo no querello por mi madre sino que ni siquiera sé si está incluida en este proceso”.
Asimismo, en otro momento del texto, cuenta que ella es invitada a un acto que se realiza en el partido de Tres de Febrero en recordación de los “desaparecidos” que desarrollaban su tarea militante en la zona (su padre había sido uno de ellos). Allí relata su reacción cuando este es nombrado: “La Princesa está en las antípodas del Fervor Montonero pregonado por su padre. Las demostraciones políticas enardecidas le dan un poquito de vergüenza ajena. Ella es todo recato y pensamiento crítico (...) La Princesa Montonera venía aplaudiendo discretamente a cada uno de los 170 (...) José M* P* R*. lee E. por el micrófono, Aníbal o Matías. Fue secuestrado el 6 de octubre del 78. Tenía veinticinco años y era Responsable Militar de la Columna Oeste de Montoneros. Y la Princesa, su hija, la que se le parece tanto, grita Presente y hace la V de la Victoria. El protocolo no le gusta, pero es parte de sus obligaciones” (Aclaraciones: de muchos nombres y apellidos, la autora suele poner la inicial y un asterisco; “Aníbal o Matías” eran los “nombres de guerra” de su padre).
Ficción y realidad en una novela sobre un “desaparecido”
Por otra parte, otro episodio que puede ejemplificar esa combinación de hecho doloroso y humor ácido es cuando asiste a los tribunales de Comodoro Py donde se está juzgando a exmarinos, entre los cuales está Alfredo Astiz (quien había participado en el sonado caso del secuestro de unas monjas francesas). El propio subtítulo del fragmento es una muestra de esa peculiar combinación: “Declara una monja francesa, éxito de convocatoria”. En ese pasaje cuenta: “Me dicen en la sala no hay más lugar, que no puedo ingresar. Le explico al empleado del juzgado que soy la hija de patricia J* R*, detenida-desaparecida-embarazada-que-dio-a-luz-en-la-esma, que B. va a testificar sobre ella hoy, (...) Me voy a poner a llorar a gritos si no me dejan escuchar a B. y si tienen que venir todos los terapeutas del programa de acompañamiento de testigos a contenerme, que vengan, les presentaremos batalla. No hace falta. Se supone que después de la declaración estelar de la monja francesa, se va a hacer lugar en la sala. Me anotan en lista de espera”.
El hecho de haber sido unos niños cuando sus padres eran militantes de organizaciones político-militares en los años setenta, hayan sido estos “desaparecidos” o no por la dictadura, es obviamente algo traumático. La manera en que los autores han plasmado en una novela esa experiencia es muy variada. Desde nuestro punto de vista, en el caso de Mariana Pérez, ella ha utilizado el humor como forma de transmisión de dicha experiencia, pero no para ridiculizarla o subestimarla, sino muy por el contrario como modo de buscar una vía diferente y empática de comunicársela al lector.
* Licenciado en Letras (UBA), Doctor en Ciencias Sociales (UBA) - IG @carloscampora01