COLUMNISTAS
visiones

Nada que hacer

Theodor Adorno
Theodor Adorno | Getty Images

Me sigue pareciendo un acierto por parte de Theodor Adorno el haberse interrogado en su momento por lo libre del “tiempo libre”. Lo hizo en un artículo que se llamaba precisamente así, Tiempo libre. Porque el tiempo, como tal, abordado en un sentido específicamente social antes que en un sentido existencial o metafísico, resulta más que propicio para poner en evidencia las trampas que pueden hacerse, o las trampas que suelen hacerse, con esa noción tan apreciada: la de la libertad, presentando en tales términos, como libertad, lo que no lo es en absoluto, si es que no es incluso lo opuesto.

Se entiende por tiempo libre ese que no se destina al trabajo. Pero es libre, ¿para quién? Bajo la atrofia de un trabajo embrutecedor y deshumanizado, el tiempo que sobra no va a significar para los explotados otra cosa que el que se precisa para ponerse de nuevo en condiciones de servir a la explotación. Falsa libertad, la del mercado de trabajo, y falsa libertad, la del denominado tiempo libre.

Home office: aseguran que, “se gasta el doble o triple solo por ir a la oficina"

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Adorno retomaba de esa manera a Marx y analizaba las características propias de la “industria cultural”: ese achatamiento banal de la cultura por el cual se la reduce a ser una mera extensión de la lógica imperante en cualquier otra industria. Con lo que el supuesto tiempo libre no hace sino reproducir y reforzar los efectos negativos del tiempo de trabajo, ahí donde el trabajo no es una forma de realización humana, sino todo lo contrario.

Se puede tener en cuenta, por supuesto, enfoques no tan pesimistas. El de Richard Hoggarth, por ejemplo, estudiando la recepción activa y creativa que los trabajadores pueden poner en práctica ante los objetos de la cultura de masas. O el de Jacques Rancière, estudiando de qué modo los proletarios se organizaban para transformar el sentido de ese tiempo, el de la noche, cuando no tenían que trabajar.

Trabajo remoto y presencial: delicado equilibrio

Como sea, la del tiempo libre no deja de ser una cuestión relevante. Sobre todo cuando, bajo una concepción de estrecho economicismo como la que actualmente impera, no puede sino verse amenazado todo tiempo que no rinda producto y utilidad, y toda libertad que no sea libertad empresarial para mejor someter y ganar. No sorprende, en este sentido, aunque alarma, que un funcionario de gobierno (el secretario de Trabajo, nada menos) haya llegado a cuestionar para qué se querría contar con más tiempo libre: qué otra cosa puede hacer uno con su vida, si no es trabajar, trabajar y trabajar. Al escucharse decir lo que dijo, apeló difusamente a un lugar común ideológico, la familia, pero no alcanzó a revertir con eso el tenor de lo que había declarado. Porque había expresado, en definitiva, y con pasmosa claridad, la verdad de su visión del ser humano y del sentido de la vida: trabajar, hacer plata, permitir que otros la hagan. Nada más.

No debe haber muchos antecedentes, con este nivel de explicitación, de una visión tan degradada de lo que las personas somos y de lo que podemos o no podemos hacer con nuestras vidas. Y en especial, con nuestro tiempo libre.