COLUMNISTAS
empatía

Modestia ajena

Personalizar un estado de cosas no tiene sentido, de modo que, tomando como base un caso recogido de las redes sociales, se puede especular, sin dar nombres, sobre un viejo fenómeno que quebró sus antiguos límites vinculados a la noción de “derechos de autor”, en consonancia con este siglo empeñado en descartar los grandes derechos –vivienda, trabajo ¡hasta la privacidad!– para siempre.

Hablaremos de tres personajes: el streamer, el influencer y el maestro. Puede intuirse: los dos primeros existen más en videos y fotos que en el papel, espacio lógicamente ocupado por el último. Probablemente tentado por la contingencia de arrastrar para sí una nueva porción de seguidores, el influencer manifiesta en X una refutación de lo que denomina “las teorías” del streamer. Sin que se reconozca la influencia del maestro, empiezan a usarse sus descubrimientos en una contienda que escala gracias a la participación de comentaristas, en contra y a favor, traccionando el algoritmo. Lo creado por el maestro se va licuando en manos de sus replicantes; empieza a haber gradaciones o, por qué no, degradaciones de aquello que le era propio.

Pero hay que reconocer que, aunque las ideas en disputa no son del coleto del streamer, tuvo la astucia de tomarlas del maestro y bajarlas al lenguaje exigido por los modos de la vida digital. Después de todo, qué culpa tiene él de la distancia que existe entre lo producido por el maestro y las entendederas de los adictos a internet, desvinculados del espectro libresco en el que el maestro imagina sus mundos.

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Podríamos pensar en un clásico plagio, pero la forma actual de esta práctica se diferencia de las anteriores por varias razones, como su capacidad de poder ser muy rápidamente confirmada como robo gracias al gugleo. Este acceso directo a la constatación del “crimen” no siempre redunda en admoniciones; al contrario, es como si la cuestión de la autoría fuese algo menor comparada con la popularidad virtual y al mismo tiempo coqueteara con el pre-Renacimiento, cuando las obras no eran necesariamente rubricadas. Pero más allá de la relación de un fenómeno propio del siglo XXI y lo que ocurría muchos siglos atrás, lo concreto es que la apropiación es tolerada e incluso bienvenida por espectadores/consumidores, algo que puede tener que ver con la aparición de nuevos parámetros, consensos o supuestos, como que un maestro es modesto al punto de no necesitar que se lo reconozca públicamente como fuente y mentor.

Quizás, el streamer y el influencer no son tanto gente carente de ideas propias o plagiadores clásicos, como seres con la virtud de sentir en carne propia la modestia ajena, incluida la de los maestros. Si la empatía es el arte de ocupar un lugar que no es el nuestro, son artistas. Además, despegados de los burgueses distingos entre copia y original, ¡practican el igualitarismo!, ¡solo quieren comunicar! No debemos mal juzgarlos. Reposando en lo hecho por los demás sin acreditarlos, rinden el tributo más sincero al medieval Robin Hood: ladrón, sí, pero con las mejores intenciones.

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