El Gobierno arranca el año de su primer desafío electoral jugando algunas de sus cartas. Varias de ellas las fue mostrando en sus primeros doce meses de gestión y de construcción política. Otras las mantiene guardadas.
Ante una sociedad que lo apoya o critica casi por mitades, Javier Milei sostiene gran parte de su crédito en el logro de reducir velozmente la inflación. Se podrá cuestionar el modo (por ejemplo, con la brutal licuación de las jubilaciones) o los efectos (la caída en la actividad económica y el consumo), pero es difícil hasta para la oposición invalidar el resultado. Máxime cuando ella misma, dialoguista o férrea, fracasó en ese intento de manera estrepitosa.
A ese logro, las autoridades le añadieron la revalorización del equilibrio fiscal. También, como con la cuestión inflacionaria, eso se logró a partir de un drástico ajuste del Estado que tuvo y tiene sus consecuencias, como el cese de la obra pública.
El Presidente y sus funcionarios repiten que esos ejes estarán fuera de discusión y se mantendrán inalterables durante la campaña hacia los comicios legislativos. De hecho, es el argumento formal que utilizaron para cancelar el debate por el Presupuesto 2025 y sellar una nueva prórroga del que armó Sergio Massa para 2023 y “actualizado” en 2024.
Mentes desconfiadas creen que en realidad la ausencia de la hoja de ruta presupuestaria le otorga al Gobierno mayor flexibilidad en el manejo de recursos. ¿Se abrirá Milei a convalidar mayor gasto público en nombre de necesidades electorales? Él jura que jamás lo hará. Algunos de sus colaboradores en las áreas políticas no están tan seguros. Y ciertos gobernadores cercanos vuelven a elegir creer, pese a las expectativas o promesas desairadas.
Sobre esos cimientos económicos, encima de las proyecciones de crecimiento del PBI para el nuevo año, Milei edifica políticamente. Lo hace además sobre la tierra arrasada opositora, que ha mantenido o multiplicado sus rasgos de atomización y disputas autodestructivas.
El peronismo concentra la menor cantidad de gobernaciones de su historia. Varios de esos mandatarios abrieron una línea directa con la Casa Rosada, atendieron sus necesidades distritales y sus representantes en el Congreso actuaron según los deseos del oficialismo.
Para peor, miran de reojo un combate que les parece inapropiado y lejano, el que mantienen en la provincia de Buenos Aires el gobernador Axel Kicillof y su exprotectora Cristina Fernández de Kirchner. Por primera vez en el lustro que lleva de mandato, Kicillof arrancará el año nuevo sin Presupuesto, ley fiscal ni autorización para endeudarse. Internas que complican la gestión.
El peronismo tiene la menor cantidad de gobernadores de su historia. Varios de ellos abrieron una línea directa con la Rosada.
Milei apuesta a la confrontación directa con la expresidenta, encaramada al frente del PJ. Cree que es la mejor estrategia político-electoral para polarizar e invisibilizar o incomodar al resto: somos nosotros o el pasado, es el mensaje.
La jugada conlleva algunos riesgos. Si se revisa la historia reciente, ya la puso en práctica Mauricio Macri en su presidencia, en la que le propinó una derrota que parecía final en la elección legislativa 2017. Dos años después, cuando importaba, CFK se tomó revancha. El pasado no necesariamente se repite, pero es una referencia.
Hacia 2025 se podría plantear el interrogante de cuáles serían los efectos de que Cristina fuera candidata en la Provincia. Y que encima sea la más votada. ¿Es inocuo para el Gobierno aunque venza a nivel nacional? ¿Será leído así por los mercados y el círculo rojo? Ante esa hipótesis, ¿Milei estaría dispuesto a jugar la ficha de poner a su hermana Karina al frente de la lista bonaerense? ¿Activaría allí una alianza con el PRO pese a la escalada en el reino macrista porteño?
Puede resultar interesante observar cómo resuelve Milei estos dilemas políticos, que lo volverían a exponer a las contradicciones entre su dogma y su praxis. Le ha ocurrido con el Papa, China, el Banco Central, la dolarización, el cepo, Patricia Bullrich, la casta y tantísimos ejemplos. La gestión tiene cara de hereje.
En días recientes, el Presidente manifestó que un acuerdo electoral con el PRO era posible si se diera en todo el país, no según el distrito, o nada. Si no fuera así, “sería estafar al electorado”, sentenció.
La primera lectura, evidente, fue lanzar un dardo a los Macri, que se resisten a cualquier coalición sin su control en la Ciudad de Buenos Aires. La réplica fue rápida. El primo Jorge adelantó los comicios locales para julio y los desacopló de la contienda nacional de octubre, para intentar resguardar su fragmentado poder legislativo porteño.
Este choque que parece inevitable entre macristas y libertarios complejiza cualquier negociación bonaerense y en otras provincias. Por caso, los gobernadores amarillos Rogelio Frigerio (Entre Ríos) e Ignacio Torres (Chubut), ¿atenderán los deseos macristas o mantendrán su cercanía al Gobierno, con probable traducción electoral? ¿Y qué pasará en las gobernaciones radicales o con los mandatarios del fenecido Juntos por el Cambio?
Otra lectura que subyace en aquella conjetura presidencial sobre la “estafa electoral” podría dar a entender que Karina Milei no será candidata.
La hermanísima es “El Jefe”, según el jefe de Estado. Su incidencia es esencial en el accionar del mandatario, tanto en lo personal como en lo político. “Voy a estar donde mi hermano necesite”, enunció Karina, la armadora nacional de LLA, en un acto hace diez días.
Si para enfrentar a Cristina, Milei decide hacer jugar a su hermana para tratar de asegurar el triunfo en ese territorio clave, se plantea una doble exposición. Una, que está dispuesto a cambiar la cercanía de la secretaria General de la Presidencia por una banca de diputada (que la catapultaría automáticamente a presidir la Cámara, según fuentes oficiales). Dos, que pone sobre la mesa electoral el ancho de bastos para obtener votos y luego que vuelva a su lado. Una candidatura testimonial. Otra “estafa electoral”, si se toma literal al Presidente. Salvo, claro, que corrija su narrativa en nombre de pragmatismos conducentes. Una vez más.