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Milei y los fantasmas que recorren su cabeza

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En su cabeza. Milei ve comunistas que controlan el mundo, inmigrantes criminales y gays pedófilos. También ve un perro que nadie ve y oye misiones que le dio Dios. | Ferrari

Desde el principio, Javier Milei se preocupó en convencernos de que no es una persona normal. Lo reitera cada semana. Se podría decir que ese es el rasgo que lo vuelve único.

Hubo un 30% de argentinos para los cuales su distinción significó un atributo y por eso lo votó dos veces, en las PASO y en las generales. Quizá con la lógica de que, si los políticos “normales” eran los responsables de todas las desgracias, lo mejor era probar con alguno que no lo fuera. Y es probable que lo mismo hayan creído una parte de los votantes que lo apoyaron recién en el balotaje.

Normalizar lo anormal. Aceptar el término normal en su origen latino (como conforme a la regla) o como lo que está de acuerdo a los estándares habituales, es darle la razón a este hombre en que él vino a romper cualquier regla o modelo estandarizado de político.

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Sin embargo, desde que ganó las elecciones hay un intento, consciente o inconsciente, de darle carácter de normalidad a todo lo que dice y hace. Como una necesidad social de encuadrar tantas excentricidades discursivas y personales de Milei dentro de algún orden lógico.

Los propios funcionarios que lo aprecian suelen usar el recurso de que “Javier es así”, para justificar sus raptos de ira, las peleas con los aliados, los imprevistos despidos en el Gobierno o sus discursos más delirantes. Entre el establishment se repite una argumentación similar, explicando que “hoy lo que importa es el cambio de paradigma económico que vino a instalar”. Los opositores aliados son los más reacios a aceptar la normalidad mileísta, aunque temen que explicitar y enfrenar su anormalidad los enfrente a una porción de sus seguidores.

Pero el esfuerzo de todos, instintivo o adquirido, de hacer de cuenta de que todo esto es normal implica un gran riesgo. El riesgo de normalizar lo que no lo es y de que la anormalidad presidencial se termine imponiendo como la nueva forma de relacionamiento social y político entre los argentinos. Que todos los progresos de más de cuatro décadas en materia de convivencia pacífica y respeto democrático sean considerados finalmente como parte de un discurso “woke” que sirvió para instalar el comunismo en el país. Y que lo correcto sea retroceder la historia hasta antes de 1983.

Antes del 83 hubo golpes militares y gobiernos dictatoriales.

A diferencia de otros, Milei siempre anticipó lo que iba a hacer y se empeña en cumplir con lo prometido. Solo que en pos de restarles trascendencia a sus dichos, se los deja pasar, se hace como que no los dijo o se lo minimiza.

En Davos, entre sus escandalosas referencias a los gays “pedófilos” y a los inmigrantes “criminales”, se escurrieron otras dos afirmaciones graves.

Una, que ya se mencionó en esta columna la semana pasada, sobre que “la paz nos volvió débiles”. Un problema que él resolvería yendo “a buscar a los zurdos hijos de puta hasta el último rincón del planeta” e instando (como lo hizo en el último encuentro de la CPAC) a la formación de una “falange de hoplitas”, los ciudadanos armados de la antigua Grecia.

El otro pasaje de Davos que pasó desapercibido o se lo naturalizó fue cuando postuló el regreso ideológico y cultural al pasado: “Estamos frente a la destrucción de un paradigma y la construcción de otro. Ser valiente consiste en ser extemporáneo, en volver hacia atrás... Tenemos que encontrarnos con verdades olvidadas de nuestro pasado para desatar el nudo del presente y dar el próximo paso como civilización”.

Los enemigos imaginarios. La anormalidad de este presidente implica la ruptura con un acuerdo de convivencia democrática que, con todas las desgracias económicas y políticas, desde 1983 construyó una sociedad que logró desmilitarizarse tras décadas de un omnipresente poder dictatorial.

En la Argentina, el “volver hacia atrás para encontrar las verdades olvidadas de nuestro pasado” no tiene otra interpretación que regresar a aquel pasado. Por si a alguien le cabe alguna duda, Milei lo explica como lo hacían los viejos militares, proclamando la persecución de los “zurdos”. Lo mismo que en los 60 y los 70 decían los jerarcas uniformados.

Con una salvedad: en aquellos años, una buena porción del planeta se encontraba, en efecto, gobernada por sistemas que se reivindicaban de “izquierda” y que sí intentaban expandir el “fantasma” del comunismo por regiones como América Latina.

Hoy, ese fantasma solo recorre la cabeza de Milei. Y como se trata de los fantasmas de quien ejerce el Gobierno, el control de los instrumentos económicos y tributarios; y el manejo de las Fuerzas Armadas, de Seguridad y de Inteligencia, son fantasmas a tener en cuenta porque pueden ocasionar consecuencias muy reales.

La política del regreso al pasado que ahora toma como propia el Presidente antes fue enarbolada casi en soledad por Victoria Villarruel, histórica defensora de aquellos militares detenidos por delitos de lesa humanidad. El otro referente de esa militancia setentista es Nicolás Márquez, amigo y biógrafo presidencial. Con la vicepresidenta lejos del núcleo duro de LLA, él se convirtió en el ideólogo de ese giro y autor, por lo menos intelectual, del discurso en Davos.

Márquez es Villarruel sin anestesia, defensor explícito de la última dictadura, admirador de Pinochet y quien sostiene que la homosexualidad es una enfermedad.

La normalidad íntima. La fórmula de hacer de cuenta de que todo esto es normal no solo incluye las excentricidades políticas y culturales que Milei viene repitiendo en el país y en el mundo, sino aquellas que solo conocían sus íntimos y que hace más de un año la revista Noticias comenzó a revelar a través de sus investigaciones.

Desde entonces se sabe que él piensa que llegó a la Presidencia por un designio directo de Dios para acabar con el “maligno” en el mundo y que cree haber presenciado la resurrección de Cristo y ser la reencarnación de un gladiador romano. Por lo demás, él mismo contó en público más de una vez que está convencido de que su hermana Karina es Moisés reencarnado y él, su hermano Aarón. Y que convive con un perro llamado Conan, que falleció en 2017.

Seguir convenciéndonos de que todo esto también es normal implica que nadie le pregunte al respecto. Un poco porque los autorizados para entrevistarlo saben que no quiere que se le pregunte sobre ello. Además, supongo que porque entienden que preguntar y repreguntar terminaría revelando una realidad incómoda. Sobre todo, para los que ven normalidad donde otros solo ven delirios mesiánicos.

La Argentina tuvo presidentes autoritarios que intentaban disimular que lo eran; aquellos que se cuidaban de insultar en público, aunque en privado no se privaban de descalificar a los adversarios; los que gritaban en los actos de campaña, pero no en discursos formales. Pero hasta Milei no hubo ninguno que ejerciera el poder con autoritarismo y hasta cierta crueldad explícita, que recurrentemente insultara en público, que contara chistes sexuales ante estudiantes y que gritara aun en contextos académicos.

La mayoría de sus antecesores también tuvieron problemas con sectores empresariales y judiciales, con economistas, con periodistas, con gobernadores, con aliados, con opositores o con mandatarios de otros países. Pero hasta Milei ninguno había mantenido una relación de conflicto con todos ellos a la vez.

Camus observaba que, sin darse cuenta, muchas personas gastaban una extraordinaria cantidad de energía para parecer normales.

Este no es el problema de este presidente.

Él, la próxima semana, y la otra, y la siguiente, seguirá insultando, gritando, pintándose la cara de blanco, persiguiendo a nuevos enemigos reales o imaginarios, mostrando en cada momento que no es normal.

Tal vez un día logre que todos lo entiendan.

Habrá que ver qué pasa cuando eso suceda.