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Milei y el beneficio del presente

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Alberto. El escándalo, semana triunfal para Milei. La siguiente, derrota legislativa. | cedoc

Los procesos sociales son realmente una sucesión de presentes, es decir, de momentos secuenciales que constantemente requieren actualización. Esto no debe confundirse con los llamados de sencillos comunicadores en redes sociales o en libros de ayuda personal o cursos sanadores, que invitan a “vivir el presente”, ya que se trata en estos casos solo de una mera semántica que simula fórmulas de éxito para el buen vivir. Sin embargo, a través de ellos se puede reflexionar sobre uno de los problemas centrales del mundo moderno: la constante presión por decidir en el presente. Con estos cursos se intenta descomprimir esa presión, pero solo como entretenimiento. El resto de la sociedad vive bajo presión.

Si se presta atención, no hay otra cosa más que el presente, y esto incluye la reflexión que pueda hacerse sobre el pasado y las evaluaciones de riesgo sobre el futuro. Es decir que hasta los conceptos alrededor de la idea de tiempo solo pueden ser tematizados en esa secuencia actualizada de presentes. Una persona puede pensar sobre lo que ha hecho, si ha sido correcto o incorrecto, o sobre lo que podría o no hacer en relación con sus consecuencias; y cada vez que lo haga y que pase de una reflexión a otra, lo hará siempre en un presente modificado en el que pueda fluir toda esa reflexión.

La pregunta sociológica obliga a comprender las razones de por qué esta relación con el tiempo pasa a ser problemática en la actualidad. Se puede caer en la cuenta de que en eras previas al capitalismo también las acciones ocurrían en el presente, pero no necesariamente se trataba de decisiones con una carga de peso en sentido de consecuencias. Las sociedades estratificadas tomaban como natural la diferencia entre estamentos ricos y pobres o entre gobernantes y gobernados, y nada de lo que se hiciera podía ser tematizado como una manera de revertir ese orden esencial de las cosas. Así, en ese tiempo, el adivino ocupaba un espacio fundamental, ya que quien lograba observar ese futuro lo detectaba como un devenir indefectible e independiente de las acciones de las personas.

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Para nosotros, para las personas de este tiempo, el futuro es la pura consecuencia de nuestros actos, por lo que lo bueno o lo malo será el resultado de lo que hagamos ahora mismo. Existen saberes aparentemente especializados en estos asuntos en los que se fomenta la reflexión sobre el futuro en términos de decisiones y riesgos, como el ecologismo, que se especializa en advertir sobre el advenimiento de la muerte de todos si es que el presente no toma ciertas decisiones; o incluso aquellos dedicados a los cálculos de inversiones en acciones de empresas, que podrían explicar los probables mejores o peores resultados de cada colocación de dinero. Existen consultores que ayudarían a seleccionar candidatos para elecciones con mejores probabilidades de éxito, y hasta asesores en carreras universitarias para aconsejar sobre el futuro en relación con una mejor salida laboral. El pensamiento sobre el tiempo por venir nos rodea.

A través del caso siempre actualizado de Alberto Fernández se puede ejemplificar esta relación entre episodios y reflexiones sobre decisiones que impacten en el tiempo futuro. Para el expresidente, el tiempo quedaría detenido y no habría acción en el futuro presente que pudiera ya alterar su imagen pública. De este modo, Alberto sería un objeto (ya no una persona) sobre el cual debatir la mejor decisión a tomar para buscar obtener el provecho más acorde a los beneficios deseados en el conflicto político. Como un equivalente funcional entre comprar o no bitcoins, el kirchnerismo y el Gobierno intentan dilucidar su caso como algo que defina un posible futuro. Se evalúa la conveniencia del caso, aquello por decir o no decir e incluso las opciones de sobreactuación para exponerse al público, que observa el episodio como un espectáculo, mientras espera siempre nuevos videos. Sobre Alberto hay que decidir, y como cualquier decisión, se reflexiona en términos de riesgo.

La literalidad de su caso produjo un efecto de simulación de eternidad, en tanto ya nada podría hacer él, y todos los beneficios, casi también eternos, serían para el gobierno nacional. Pero a los pocos días otros nuevos presentes hicieron su aparición, recordando justamente que los procesos sociales son siempre esfuerzos renovados que requieren atención y cuidado en presentes que se exponen a la nueva evaluación de consecuencias. Una semana incómoda en el Congreso ha dejado aparentes derrotas con el nombramiento de Lousteau en la comisión bicameral de inteligencia, el mismo rechazo al DNU que otorgaba fondos a la SIDE gracias a los votos del PRO y la votación a favor en el Senado para el proyecto de movilidad jubilatoria, que son leídas como derrotas en un escenario ahora adverso. De una semana de poder total a otra de derrota nefasta, bailan los análisis exagerados sobre un proceso que en realidad sigue en movimiento.

Con Milei hay probablemente una ventaja en su marco teórico. La teoría liberal que tanto promociona tiene una relación alternativa con respecto al tiempo, ya que al colocar el acento especialmente en la praxis del presente, y al reforzar que es en el presente cuando se producen los siempre mejores resultados, descomprime de ese modo la presión de las decisiones y las culpas sobre las consecuencias del futuro ya que, en todo caso, si algo está mal, será rechazado y adaptado sin problemas en un nuevo presente. Como dice Von Mises, no se trata de los fines, sino de los medios. Mientras el ecologismo mira el final de una película trágica; el liberalismo se ocupa del mejor guion posible para el entretenimiento de una aventura mágica que nunca termina.

Esto queda muy en evidencia en el modo en que sus enemigos intentan pensar sobre su experiencia de gobierno. Los economistas hacen cálculos matemáticos sobre hasta cuándo podría aguantar la situación cambiaria, la presión de la demora en el ajuste de tarifas, la fecha precisa de la quita del cepo y hasta los cálculos de consumo, que se exponen como reflexiones alrededor de adivinaciones en relación con un futuro que parece siempre catastrófico. La pregunta que los demás hacen sobre Milei es siempre por el tiempo próximo bajo la forma de “¿hasta cuándo aguanta?”.

Esta diferencia debería incorporarse al modo en que se analiza su visión del mundo y los modos en que se convence del sentido de sus medidas, lo que incluye a sus equipos de trabajo. Todo sirve, hasta que un día deja de servir. Probablemente con esto Milei, a pesar de ser expuesto como un fanático teórico, tenga una ventaja operativa en la que el “aquí y ahora” solo sean circunstancias en las que elegir siempre algo nuevo que hacer, aunque sin preocupaciones sobre el futuro. Milei no siente miedo al riesgo, porque en el el futuro no hay nada.

El resto del universo político anda pensando la mejor estrategia, pero constantemente como un riesgo, porque sus decisiones pasadas son las que lo enfrentan con un presente con un gobierno que imaginaron imposible. Ese futuro, que hoy es presente, ha transformado todo en la hiperreflexión de demasiados escenarios imaginarios, y todos parecen imposibles y peligrosos. Milei se hace menos problemas, en todo caso un veto lo devuelve al presente para hacer, de nuevo, solo lo que quiera.n

*Sociólogo.