No es una novedad en la historia política el desprecio de un anarcocapitalista como Javier Milei por la democracia liberal. Para las corrientes críticas del liberalismo, la democracia liberal es parte de un sistema injusto y engañoso.
Las corrientes marxistas creen que es una farsa que no permite el desarrollo individual en igualdad de condiciones y oportunidades.
El anarquismo, tanto el de origen marxista como el anarcocapitalista, plantea el fin del Estado y de los sistemas que lo sustentan. El anarcocapitalismo, a diferencia del liberalismo ortodoxo o keynesiano, impulsa un modelo sin Estado, ni siquiera en seguridad, educación y salud.
Y mientras el liberalismo aboga por una democracia en la que cada persona tiene un voto (y con la suma de mayorías y minorías eligen sus representantes), para el anarcocapitalismo ese sistema sería innecesario porque las personas eligen todo el tiempo a través de sus decisiones y transacciones. Las que luego se reflejan en un democrático mercado ideal, sin fallas.
Quien mejor lo explica es el clásico del anarcocapitalismo Hans-Hermann Hoppe en su libro Democracia: el dios que fracasó: “Según las reglas del gobierno democrático –un hombre, un voto e imperio de la mayoría–, el político que quiera asegurar o mejorar su posición tiene que recompensar con privilegios a los grupos e individuos, o prometer que lo hará. Dado que los desposeídos son siempre más numerosos que los poseedores de algo valioso, la redistribución democrática será igualitaria, no elitista. Así, la competencia política democrática deformará progresivamente la estructura de la sociedad. (…) La democracia, en vez de promover el progreso, la excelencia y la cultura, traerá degeneración social, corrupción y decadencia”.
Para los anarcocapitalistas no hay nada que justifique una votación así. No la de los legisladores, que habrán sido votados por esa “mayoría de desposeídos” que distorsionan las leyes del mercado. Y menos la elección democrática de un jefe de Estado, como plantea el liberalismo, ya que para los anarcocapitalistas el Estado no debe existir.
“Los nazis eran zurditos”. Entre las cosas que Milei dice y una mitad de la sociedad y sus dirigentes hacen de cuenta que no las dice, está su reiterada crítica al sistema democrático tal como lo conocemos.
Milei transparenta cada semana sus ideas asumiendo el desafío de desnudarse en público. Más allá de cómo lo vean los demás.
Ahora lo hizo en un reportaje con Esteban Trebucq que causó estupor en la otra mitad de la sociedad.
El principal motivo del estupor fue por ratificar sus dichos en Davos sobre la relación entre homosexualidad, políticas de género y crimen: “La ideología de género llevada al extremo conduce al abuso, son pedófilos”. La obsesión de Milei con los gays puede estar inspirada en el mismo Hoppe, reiteradamente citado por Milei, que en otro de sus libros escribió: “Los hombres blancos heterosexuales son los que han demostrado el mayor ingenio y destreza económica”.
En cambio, tuvieron poca repercusión mediática otros pasajes de la entrevista, no menos escandalosos. Quizá por aquella riesgosa naturalización que se va construyendo en torno a sus exabruptos.
Aseguró que los nazis y los fascistas en realidad eran “zurditos”, llamó “liliputienses” a los políticos locales que no están a su altura, “ecochantas de mandrilandia” a los economistas críticos y su clásico “ensobrados” a los periodistas que no se someten.
Además, volvió con sus típicas derivas hiperbólicas, como que en su último viaje a los Estados Unidos tanto republicanos como demócratas hacían cola para sacarse selfies con él, que todos lo reconocían como el máximo líder mundial de la libertad, que la titular del FMI le pidió consejos y que lo que Trump planea hacer él ya lo hizo antes: “¡Es impresionante el impacto que estamos teniendo!”.
Lobos y gallinas. Pero lo que directamente pasó desapercibido fue cuando el entrevistador le formuló una pregunta que, en general, no se le hace a un mandatario electo democráticamente. Trebucq no es un crítico de esta administración, si lo fuera tendría prohibido entrevistarlo. Al contrario, es uno de los que Milei menciona como un amigo con el que escucha ópera en Olivos.
La sorpresiva pregunta del amigo fue: “¿Creés en la democracia?”. Se ve que el periodista intuía que su respuesta no sería la de otros mandatarios electos democráticamente.
Milei contestó que coincidía con su otro admirado Friedrich Hayek, quien advertía sobre los peligros de lo que llamaba “democracia ilimitada” o democracia de masas. Hayek fue un admirador de distintas dictaduras, como la de Augusto Pinochet.
Milei lo tradujo como “la dictadura de las mayorías” y, como sinónimo, como “la democracia de las mayorías”. Y planteó con un ejemplo el peligro de lo que las mayorías son capaces de elegir: “Se juntan cuatro lobos y una gallina y van a votar qué se come a la noche… Esa es la democracia de las mayorías”.
Esa dictadura o democracia de las mayorías que critica es la que lo eligió a él y es el sistema de voto universal instaurado a principios del siglo XX y que, a partir de 1951, incluyó el voto femenino.
Es cierto que, al ser universal, abarca a todos y cada voto cuenta como uno. Es el sistema democrático que las sociedades liberales occidentales decidieron darse. Que es lo contrario al voto calificado que propone el anarcocapitalismo ante el riesgo de que los “lobos” (las mayorías malas) coman a las “gallinas” (las minorías buenas).
Puede que el resultado del voto de esas mayorías circunstanciales no siempre sea el mejor (habrá que ver cómo resulta este gobierno), pero hace cuarenta años los argentinos decidimos que este sistema era preferible a la mejor de las dictaduras.
No está vestido. Como Milei suele ser el más coherente de los candidatos que hemos conocido, su escepticismo con la democracia ya lo había explicitado otras veces. Como en agosto de 2021. Fue en una entrevista con la periodista Luciana Geuna, que preguntó y repreguntó al respecto:
Geuna: ¿Cree en la democracia?
Milei: (silencio)… yo creo que la democracia tiene muchísimos errores.
G: ¿Cree en el sistema democrático?
M: No, yo te hago al revés la pregunta. ¿Conocés el teorema de imposibilidad de Arrow?
G: Le estoy haciendo una pregunta fácil: ¿cree o no en el sistema democrático?
Milei entonces explicó el teorema del economista Kenneth Arrow para señalar las imperfecciones del sistema democrático y concluir con el mismo ejemplo de lobos y gallina que repitió esta semana.
Por último, la periodista le preguntó cuál era su mundo ideal. Con la transparencia que lo caracteriza, le confesó que no creía ni en este Estado ni en esta democracia liberal, pero que en la transición “minarquista” los aceptaba como “lo menos malo”.
Eso fue en 2021.
Dos años después, la “dictadura de las mayorías” lo eligió presidente y su primer discurso lo dio de espaldas al Congreso, en donde permanecía el resto de las personas que también habían sido elegidas. Desde ese momento, no pasó semana en la que no insultara a los legisladores del “nido de ratas” con que califica al Parlamento, a gobernadores o intendentes elegidos democráticamente.
La democracia liberal también se opone al ejercicio arbitrario del poder, propone la tolerancia como actitud política, el respeto por las minorías y la libertad de expresarse sin recibir castigos directos o indirectos de los gobiernos.
Pero insistiendo en el modo “hagamos de cuenta que todo esto es normal”, esta semana acabamos de pasar por alto una nueva y grave anormalidad. La de un presidente que, inspirado en una ideología extrema, ratifica su desacuerdo con el sistema democrático actual.
Milei se empeña cada semana en transparentar su desnudez.
Aunque haya tantos que lo prefieren seguir viendo vestido.