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Milei, ¿pedagogo?

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Y de pronto, se hizo la luz. Una luz cegadora, la luz de la ilustración, del debate de ideas, de las grandes declaraciones y las apuestas al futuro. ¿Cómo, cuándo, por qué? ¿Es que acaso los pactos de mayo (que se firmaron en julio) tuvieron el esperado efecto de alimentar en la ciudadanía un deseo constituyente? Nada que ver.

Resultó que el actual gobierno destapó una olla, en la cual se cocían a fuego lento rencores, incompetencias, desgracias. Dijo el Presidente en San Juan: “No puede haber desarrollo educativo sin antes garantizar que los protagonistas del sistema educativo sepan leer y escribir. Este plan de alfabetización que presentamos hoy no es solo un programa de gobierno, sino un deber histórico de nuestro país”.

¡Por fin un enunciado indiscutible! ¡Por fin algo que no presenta dobleces, falsedades, segundas intenciones, resentimiento o desprecio! ¡Por fin algo que, para usar palabras de un ministro, no sea solamente hojarasca!

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El Plan Nacional de Alfabetización es una política sellada mediante el Compromiso Federal por la Alfabetización, firmado el pasado 28 de mayo por los titulares de las carteras educativas de las 24 jurisdicciones en el Consejo Federal de Educación. Fue incluido en el panfleto conocido como Pacto de Mayo (firmado en julio) por presión de las provincias.

Ahora bien: ¿cómo se alfabetiza? ¿Cómo se enseña a leer y, sobre todo, a escribir?

Hay dos posiciones encontradas. Una es la que (para abreviar) representa Emilia Ferreiro, que propuso comprender la adquisición de la lengua escrita a partir de un proceso evolutivo más o menos análogo al proceso de adquisición del lenguaje: inevitablemente, los y las niñas aprenden a hablar, más tarde o más temprano. La otra posición es la que representa Ana María Borzone de Manrique, para quien hay que estimular la conciencia fonológica, para que quienes cursan primer grado terminen el año sabiendo leer y escribir. Nada de esperar la maduración evolutiva, porque son muchos los obstáculos que esos aprendizajes encuentran (empezando por hogares en los que impera el analfabetismo funcional).

Lo interesante es que en las dos posiciones hay algo de verdad, de justicia y de belleza. Y la decisión del Consejo Federal de Educación, refrendada por el gobierno nacional, nos obliga a discutir qué métodos serán los más adecuados para llevar adelante un plan imprescindible y urgente.

La eficacia de un método se mide retrospectivamente: ¿aprendieron a leer y escribir quienes cursan primer grado? Jamás lo sabremos, porque el Plan Nacional de Alfabetización establece evaluaciones de capacidades en lectoescritura recién en tercer grado. Por supuesto, para algunas pedagogas ese intervalo es demasiado largo y sería imposible recuperar el tiempo perdido. Mejor sería evaluar en primer grado y proponer los refuerzos necesarios en ese momento.

Dejemos las minucias. Lo que importa es que por fin somos convocados a discutir algo diferente que la cotización del dólar, algo que involucra la formación de ciudadanía y el desarrollo del pensamiento crítico.