Los motivos por los que Javier Milei terminó empoderado tras su primer año son los mismos que aquellos que lo llevaron adonde está.
Una mitad aproximada de la población dispuesta a apostar por lo desconocido con la esperanza de que sea mejor que lo que conoció. Y otra mitad aproximada de la población que no apoya este modelo, pero que no encuentra una representación opositora que la apasione y unifique. Una “batalla cultural”, como él la llama, entre dos mitades. Una, consolidada; y otra, todavía dispersa.
Creo que quienes lo votaron tienen razones para estar satisfechos. Milei es el candidato que con más ahínco intenta cumplir sus promesas electorales. El porcentaje de menos del 10% de votantes arrepentidos que las encuestas señalan aduce que suponía que el ajuste lo iba a pagar la “casta” y no ellos.
Un malentendido no achacable a un candidato que siempre criticó a los que, según él, “viven del Estado”. En un amplio universo que incluye a jubilados, pensionados, profesores y empleados de la educación pública, trabajadores estatales y hasta a los usuarios subsidiados de los servicios públicos. Era previsible que en el año uno de Milei, serían ellos los primeros apuntados por el ajuste.
Pero la mayoría de sus votantes debe estar satisfecha, porque quien se postuló como dispuesto a romper con lo establecido lo está haciendo. Con disímiles resultados.
Ganadores y perdedores. Este año, la economía caerá casi un 4%, según la mayoría de los especialistas. La Argentina venía de un 2023 con una caída del PBI del 1,6%.
El hecho de haber multiplicado por 2,5 la caída anterior se agrava cuando se considera que el derrumbe se dio pese a que este año no hubo sequía y que esa baja del 4% es un promedio que incluye un crecimiento extraordinario del campo. Por ejemplo, en el segundo trimestre ese sector llegó a crecer un 81% sobre 2024. De ahí que, en el resto de los sectores, los resultados de la economía real se parezcan tanto a los de la pandemia.
Pero es cierto que el tamaño de la crisis está en línea con la implementación del “mayor ajuste en la historia de la humanidad” del que se jacta el Presidente.
Como Gramsci, Milei entiende que el rol de los medios (nuevos y tradicionales) es esencial. En 2025...
Si bien Milei promete que el ajuste continuará en 2025, el Gobierno sostiene que lo más grave ya ocurrió. Como las proyecciones del agro, la minería y la energía son positivas y la comparación general de la economía 2025 se hará sobre un mal 2024, es probable que se cumplan las expectativas de un crecimiento que al menos recupere lo perdido este año.
También existe consenso en que Milei y su ministro de Economía seguirán haciendo lo necesario para que las cuentas oficiales luzcan con superávit. Aunque eso signifique, como este año, seguir aplicando motosierra, licuadora, inversión cero y postergación de pagos.
Además, se espera que la inflación siga “controlada”, lo que en la Argentina significaría un 30% anual. Están incluso los que suponen que, si la actividad no se recuperara, podría haber deflación. O sea, directamente descenso de precios. Caputo llegó a deslizarlo en una reunión con empresarios. La última vez que hubo deflación fue entre 2000 y 2001, antes del estallido de la convertibilidad.
Más allá de lo que indiquen los números macro de la economía, como en todos los modelos, en el de Milei también hay ganadores y perdedores.
Entre los primeros, a un campo sin sequía (que espera una baja de retenciones) y a los sectores mineros y energéticos, que ya vienen creciendo en los últimos años, se les sumarán los beneficiados por un dólar que imaginan planchado y una fuerte apertura de importaciones.
Entre los perdedores, estarán los mismos que Milei seguirá ajustando. La “casta”, en el sentido amplio que él le da, y los que sufrirán por un consumo que aún no será el que fue y por la llegada masiva de productos importados. Serán empresas nacionales que reducirán personal o que cerrarán por no poder competir con los precios de otros sistemas económicos. Uno de los sectores que ya empezaron a sentir esa competencia desigual es el turístico.
El eje estatista-gramsciano. Así como la reducción de la inflación genera un alivio real sobre la vida de las personas, en 2024 el Gobierno logró una notable disminución de la conflictividad callejera. Lo que el oficialismo promociona como el fin de los piquetes.
Lo llamativo es que quien logra recuperar el control del espacio público es una gestión que brega por la desaparición del Estado.
Contradicciones del sistema: quienes se autopercibían más estatistas dejaban la conflictividad callejera al arbitrio del mercado (la tensión cotidiana entre piqueteros, sindicalistas, automovilistas, peatones, comerciantes), mientras que quienes sueñan con un futuro sin Estado no permiten que las fuerzas del mercado sigan compitiendo libremente por el espacio público.
No es una política que Bullrich planee cambiar, al menos que la tensión social torne inviable mantener el mismo “ajuste” piquetero.
El nivel de tensión social estará dado por la proporción entre ganadores y perdedores que impondrá el modelo. Si los primeros representan una proporción notoriamente superior que la de los segundos, la situación no cambiará.
El problema vendrá si esa proporción no se da o si el nivel de tolerancia de los perdedores encuentra un punto crítico de inflexión.
Milei es economista, pero entiende la clave gramsciana de no dejar librado solo a la economía la instalación definitiva de su relato.
En eso está desde que asumió. Y espera que en 2025 llegue el victorioso final de su batalla cultural. Para terminar con el empate hegemónico entre las dos mitades de la población y para instalar una nueva hegemonía cultural que convenza de su verdad incluso a sus víctimas.
...pretende consolidar el mayor aparato mediático estatal y paraestatal conocido desde el kirchnerismo.
Hasta ahora fue bastante exitoso. Actitudes y medidas que hasta hace poco generaban un amplio rechazo (criticar los derechos sociales, insultar a los que piensan distinto, destruir el Estado, ajustar jubilaciones y educación, etc.) empezaron a ser consideradas por vastos sectores como positivas. O, al menos, como males necesarios.
Ir por todo. Siguiendo a Gramsci, el Presidente entiende que en su batalla cultural el rol de los medios es esencial. De allí el crecimiento previsto para 2025 del aparato mediático oficial y paraoficial, sostenido en gran medida con publicidad oficial y fondos de la SIDE.
Ayer hubo una prueba de cómo funciona ese aparato. El vocero Adorni informó que se extendería “por un nuevo año la suspensión de la pauta oficial”. Una fake news que fue reproducida, sin más, por la mayoría de los medios. Cuando la verdad es que tal suspensión no existió: el Gobierno distribuyó miles de millones a través de empresas estatales. Con los que pretende condicionar a los medios. Igual que hacía el kirchnerismo.
Si los planes del oficialismo se cumplen, el aparato mediático mileísta hará empalidecer a su antecesor K. Si los planes fracasan, no habrá dinero capaz de evitar que hasta los comunicadores más oficialistas (o especialmente ellos) se conviertan en los principales verdugos del Gobierno. Como pasó siempre.
Pero debería empeorar todo para que los resultados de las próximas elecciones no sean favorables a LLA.
Con pocas bancas en juego, con repetir o mejorar levemente el 30% de las elecciones de 2023, el oficialismo sumará una cantidad importante de legisladores. Seguramente a costa del PRO y de lo que fue JxC.
Finalmente, para muchos será una sorpresa que la vicepresidenta aporte su buena imagen pública para sumar votos. Ella jura que lo hará, aunque el Presidente no le cree y, a esta altura, dice que tampoco la necesita.
En el mientras tanto, él disfruta con que, ante cada ataque suyo, ella retroceda.
Este duelo continuará en 2025, pero solo se acrecentará si a Milei le va mal.
Recién entonces se verá si Villarruel retrocedía o solo esperaba, agazapada.