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Más allá del fascismo

Como si se hubiese aceptado que ya no hay nada que hacer, la pobreza infantil, la indigencia o la brecha mortífera entre precios y salarios, no detonan movilizaciones parecidas a las realizadas en defensa de la universidad pública y los derechos de minorías. Pese a que el fascismo histórico se apoyaba en el nacionalismo –teóricamente contrario a la subordinación al capital financiero, las multinacionales o a los lineamientos geopolíticos y culturales importados que encarna el mileísmo– hubo consenso en que tenemos un gobierno fascista. Pero, de cara a la tecnocracia mesiánica, podemos hablar de una corporación política de patas supranacionales. Marcando agenda a golpes de efecto bifácicos –atendidos por propios y ajenos– como proponer una defensa fantochesca de las fronteras, mientras profundiza la entrega de recursos como manera solapada de ceder territorio, la gestión se salva ser integralmente cuestionada por sus detractores.

Para colmo, al igual que los fans de CFK, los de Milei (algunos, quizás tentados por ser parte del grupo ganador, pasaron de un team al otro) comparten la fruición idólatra por disciplinar al enemigo, sin atinar a cuestionar desde adentro los dogmas que les bajan, como cuando se profesa una fe. Blindada por dentro y por fuera, sea del bando que sea, la dirigencia argentina puede arrogarse el mérito de acumular voluntades capaces de creer que sus ídolos no son de barro. Ahora, que se puso de moda discutir sobre aceleracionismo y religión, es sintomático que el ejemplo de Abraham, cuando derribó, precipitando el advenimiento de lo nuevo, los vetustos ídolos de piedra y madera con los que lucraba su padre, no cuente con más acólitos.