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Manuel, un recuerdo

Mi padre y él eran primos hermanos: su padre y mi abuelo eran hermanos y habían nacido en Deba.

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Manuel Antin murió a los 98 años y probablemente haya sido el más longevo de la familia. Mi padre y él eran primos hermanos: su padre y mi abuelo eran hermanos y habían nacido en Deba (entonces Deva), provincia de Guipúzcoa. Eran vascos con un apellido que no suena vasco y se escribe sin tilde, “Antin” y no “Antín” como dicen la wikipedia y los obituarios que se publicaron en estos días, que reconocen su notable trayectoria como cineasta, director del Instituto de Cine y fundador de la FUC. Entre tantas cosas, Manuel filmó una película innovadora como La cifra impar y otra clásica y popular como Don Segundo Sombra, abolió la censura, revivió el cine argentino y creó el ámbito para el desarrollo del cine latinoamericano de estas décadas.

Pero volvamos a la familia. En el árbol genealógico, la rama de Manuel fue siempre más frondosa y continúa creciendo. Laureano, su padre, tuvo ocho hijos (Paca, Sara, Irene, Mecha, Elena, Laureano, Manuel y Ricardo), mientras que Pedro, mi abuelo tuvo solo dos: Sara, que murió soltera y Ricardo (Ricardo se llamaba también el tercer hermano de Laureano y de Pedro). Los Antin del otro lado tuvieron diez nietos, entre ellos María Marta y Juan Manuel, los hijos de Manuel, que a su vez se han reproducido, mientras que la cuenta de este lado asciende a cero.

Laureano y Pedro no se hablaban cuando yo nací y seguían incomunicados cuando murió mi abuelo. Recién entonces fui una noche con mis padres a cenar en casa del tío Laureano, como lo llamaban de este lado cuando todos eran más chicos y se frecuentaban asiduamente, antes de que los patriarcas familiares se pelearan, aparentemente por motivos políticos. Allí se reanudó la relación con Maneco, que así era como mi padre llamó siempre a Manuel. Ese reencuentro marcó el fin definitivo de las hostilidades, pero no se convirtió en un hábito. Los Antin tienen la tradición de ser gente poco sociable. Manuel no escapaba a ella y, además, era un hombre secreto bajo la apariencia de prócer respetable. Nunca me animé a preguntarle por qué él, que se refería a Alfonsín como “mi presidente”, había bautizado a su hijo con el nombre de Rosas cuando filmó la película sobre el Restaurador. Tal vez haya sido el único rosista-alfonsinista, así como el único rector universitario que ganó tres veces al Prode.

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Volví a ver a Maneco cuando hacíamos El Amante y resultó que coincidíamos en la misma actividad. A partir de allí, la suya se convirtió en una presencia esporádica, pero sorpresivamente entrañable en mi vida. Fue como si se restableciera una corriente de afecto familiar que venía de la infancia de Manuel y que mi padre me había transmitido sin que yo me diera cuenta. Desde entonces, Manuel nos invitaba sistemáticamente a almorzar a su parrilla favorita de San Telmo. Siempre me pedía que llevara a Flavia y muchas veces concurrían Ponchi Morpurgo (su mujer, fallecida hace dos años, distinguida escenógrafa), María Marta y su yerno Mario Santos, que también trabajan en la FUC. Esos almuerzos, además de su generosidad cada vez que recurrimos a él, eran para mí la prueba de la vigencia del extraño concepto de familia, del que tan apartado fui quedando gracias a las vueltas de la vida. Flavia y yo nos pusimos muy tristes cuando nos enteramos de su muerte.