OPINIóN
Daños colaterales y resignación

Mal menor y correlaciones de fuerza

La acción que reduce lo necesario a lo posible y evita hacer posible lo necesario, hoy y siempre será parte de una política conservadora.

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Las “divinas” proporciones, Antonio Gramsci. | Pablo Temes

El posibilismo se impuso como pensamiento dominante en el contexto de la decadencia de la política tradicional y de la profunda crisis del capitalismo contemporáneo. Esta manera de abordar las opciones políticas justifica su accionar con la lógica del “mal menor” y una particular forma de entender las correlaciones de fuerza.

En uno de sus clásicos Cuadernos de la Cárcel, Antonio Gramsci describió sintéticamente la perversa lógica del “mal menor”. “Enfrentados a un peligro mayor –escribió el comunista italiano– al que antes era mayor, hay siempre un mal que es todavía menor, aunque sea mayor que el que antes era menor. Todo mal mayor se hace menor en relación con otro que es aún mayor, y así hasta el infinito. No se trata, pues, de otra cosa que de la forma que asume el proceso de adaptación a un movimiento regresivo, cuya evolución, progresivamente, va a trechos cortos y no de golpe, lo que contribuiría, por efecto psicológico condensado, a dar a luz a una fuerza contracorriente activa y, si ésta ya existiese, a reforzarla”.

Lo que viene a revelar Gramsci es que la promoción del “mal menor” no solo puede ser inoperante o inefectiva para el logro de determinado fin, sino que la orientación esconde en su seno la derrota o la sumisión en cuotas a los objetivos del adversario. En cualquier caso, la “fuerza activa” es la rectora y la que diseña el campo de elección entre “males” ante la impotencia de su antagonista. De esta manera, la “adaptación al contexto” o el famoso “realismo” –siempre fundamentado en una presunta compresión exacta de las “correlaciones de fuerza”– no serían más que una forma elegante de presentar la asimilación a un movimiento regresivo. El paroxismo de esta forma de razonamiento tiene lugar cuando se llega a teorizar la propia derrota como una victoria imaginaria.

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La historia argentina está plagada de ejemplos de “malmenorismo”, aunque algunos tienen un carácter casi clínico. Hubo fuerzas de izquierda –por ejemplo–, que justificaron el apoyo al gobierno de Isabel Perón y López Rega porque eran la expresión de un amplio “frente nacional” que se enfrentaba al “imperialismo yanqui”. También existieron otras que decían que Jorge Rafael Videla encabezaba una suerte de “dictablanda” ante el peligro que representaban dentro de las Fuerzas Armadas los sectores pinochestistas que serían el “mal mayor”. Más cerca en el tiempo, en las últimas elecciones presidenciales, una amplia gama de periodistas, intelectuales y personalidades de la cultura se comprometieron a respaldar a cualquiera que enfrente a Javier Milei en el balotaje, incluida Patricia Bullrich. Por lo tanto, la actual ministra de Seguridad, una de las funcionarias más radicalizadamente de derecha del gobierno liberticida, fue ubicada como el “mal menor” frente a Milei.

En el programa “Comunistas” que conduce Juan Di Natale por Bravo TV tuvo lugar una polémica con Ricardo Alfonsín, a propósito del balance del gobierno de su padre (Raúl Alfonsín). Consultado sobre las razones que condujeron al Pacto de Olivos que habilitó la reelección de Menem, le dio sustento político a su administración y, por lo tanto, a su programa de reformas reaccionarias, Ricardo Alfonsín recurrió al “mal menor”. Justificó el Pacto afirmando que se logró evitar un mal mayor porque Menem quería “neoliberalizar la Constitución y terminar con toda institución incorporada por el constitucionalismo social”; si no se hubiese hecho el acuerdo –aseguró el dirigente radical– “Menem habría tenido el 100%” (sic). De esta manera, el categórico triunfo del riojano que le permitió asentar su década infame se transformó en una derrota y la evidente derrota de la oposición radical mutó en un triunfo imaginario.

Si existe un concepto que se opone por el vértice a la noción de “mal menor” es la idea de “estrategia”. La estrategia no supone que se pueda alcanzar un objetivo mediante la acumulación de males mayores o menores. Para la estrategia el medio debe ser evaluado de acuerdo al objetivo (el fin) y descarta toda moralización de la política cuyo metro-patrón se base en calcular “males” o “bienes”.

Esto no significa militar todo el tiempo la intransigencia infantil que sentencia que nunca debe haber compromisos o retrocesos tácticos, pero ese compromiso (el medio) nunca puede conspirar contra el objetivo (el fin). Si esto sucede, significa que lo táctico ha sido aislado de lo estratégico y carece de importancia de qué tipo es el “mal” o el “bien” en cuestión, básicamente, porque ya está incorporado como dispositivo en la estrategia del adversario.

En cualquiera de los ejemplos mencionados de la historia reciente de nuestro país, los resultados hablan por sí mismos: los “males menores” fueron el camino más rápido hacia los “males mayores”.

La política que reduce lo necesario a lo posible y evita hacer posible lo necesario es siempre y en todo lugar, una política conservadora. A lo sumo se dedica a administrar procesos y no a generar proyectos.

El malmenorismo es uno de los “males” más potentes del pensamiento y la acción política contemporánea. Mentes muy sagaces e inteligentes cayeron bajo su encanto cuando trataron de encontrar una salida fácil a situaciones complejas. Por ejemplo, ante el avance del estalinismo en el proceso de burocratización de los llamados “socialismos reales”, el filósofo marxista húngaro Georg Lukács llegó a afirmar en 1968 que siempre había pensado que “era mejor vivir en la peor forma de socialismo que en la mejor forma de capitalismo”. La historia posterior –que tuvo su año bisagra en 1989– demostró que había un vínculo íntimo entre ese socialismo groseramente empeorado y el peor de los capitalismos.

En un año decisivo para la Argentina, no solo por el calendario electoral, sino por la dinámica de la crisis y el despertar de una oposición social al proyecto libertariano, sería interesante terminar con el hechizo del mal menor para que todos y todas puedan elegir opciones de futuro que sean fieles a sus propias convicciones.

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