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PANORAMA económico

Los verdaderos enemigos de Milei y Caputo y su misión final para el 2025

Saben que la economía real, el factor Brasil, el atraso cambiario, el precio de las commodities y hasta el FMI podrían conspirar contra su programa.

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Enemigo público. | Pablo Temes

Javier Milei y Luis “Toto” Caputo tienen sus enemigos. No es el kirchnerismo, al que más que un problema, los libertarios los consideran una némesis necesaria para su crecimiento político, bajo el lema: somos nosotros o ellos (“y ya saben cómo son ellos”). Tampoco la izquierda más dura, hoy políticamente, casi marginal y desaparecida de las calles, lo que para los mileístas es uno de los principales logros del primer año de gestión. Tampoco el PRO disidente. Mucho menos los gobernadores, con la cabeza gacha a fuerza de transferencias escuálidas y dependientes del cheque extra mensual. Quizá tampoco califique la interna con su vicepresidenta Victoria Villarruel, pelea que en realidad, el propio jefe de Estado fomenta. Ninguno de estos factores políticos es el verdadero enemigo del proyecto de Milei. El real contrincante de su victoria final (en este caso, algo escueta: ganar las legislativas del 2025 e ir a una etapa superadora en el bienio 2026-2027); son los factores económicos que pueden bombardear su tren financiero, cambiario y de crecimiento del PBI. Saben Milei y Caputo, que ahí están los desafíos. En un puñado de capítulos serios y graves que parecen no querer dejarse dominar por las Fuerzas del Cielo y que plantean batalla. Dura. Complicada. Y en algunos casos, sin solución a la vista, al menos si no se quiere tomar medidas duras que alejen el apoyo fundamentalmente de la clase media.

El primero y fundamental es la economía real, donde habita la mayor cantidad de votantes y donde aún no se ven los efectos reales del eufórico festival que se vive en este segundo semestre en los mercados de capitales y financieros; en una conga que parece no tener fin. Y que esta semana, tuvo como principales números de atracción a la caída del riesgo país por debajo de los 700 puntos básicos y a las acciones de los bancos que cotizan en Buenos Aires y Wall Street. Sin embargo, la construcción, el consumo y la industria siguen sin reaccionar. En el caso de la construcción se trata incluso de un área que parece indomable. No hay actividad pública, salvo algún puñado de obras que sí o sí deben ejecutarse porque están financiadas en todo o parte por organismos financieros internacionales. El problema es la privada, donde el costo de construir está por arriba de los 1.200 dólares el metro cuadrado, un número que espanta la posibilidad de acceso de la clase media. Sólo grandes proyectos se sostienen, la mayoría, a la espera de futuros tiempos mejores. El consumo parece que recién hacia noviembre podría haber encontrado su piso de caída, lo que no quiere decir crecimiento. Sin dinero extra en el bolsillo, el mercado interno languidece y sólo hay compras de supervivencia y sostenimiento de la situación del bolsillo actual. La industria la ve de afuera. Los últimos datos de la Asociación de Industriales Metalúrgicos de la República Argentina, la actividad en noviembre mostró una baja del -7,1% interanual y respecto a octubre de este año del -0,9%. Acumula en el año una contracción de -12,9% en relación a los mismos meses del año anterior, con una capacidad instalada del 50,5%, un -4,5% por debajo del mismo mes del año previo y -8,9% debajo del promedio de 2023.

El segundo enemigo es Brasil. Y no por Luiz Inácio “Lula” da Silva en particular, enemistad que, parece, Milei y el brasileño aprendieron a pilotear. La devaluación del real acumulada del 24% anual en el 2024, es un verdadero problema para el país. Y no sólo por los argentinos que invadirán las playas de Florianópolis este verano y que (con sus colegas que viajarán a Miami, Cancún y otros destinos) demandarán una pérdida de entre mil y 1.500 millones de dólares este verano. Según el Palacio de Hacienda, ese número ya está presupuestado. No sería problema. El tema con Brasil y su moneda en caída es la pérdida de competitividad del país. Y el recuerdo de lo que sucedió en los 90, cuando ante una convertibilidad en pelea permanente por la productividad en caída del uno a uno y un déficit fiscal en dólares, una devaluación fuerte del gobierno de Fernando Henrique Cardoso provocó la debacle final. Los números marcan que esa devaluación de casi el 25% del real durante este año, con una inflación anual en el país vecino del 4,9%; cruzado un alza de los precios en el país de más de 160%; provocaron una pérdida del poder adquisitivo del real contra el peso de más del 60% en un año. Por otro lado, los precios en dólares para los argentinos caen 19% en el mismo período. Quizá la balanza comercial bilateral engañe, ya que sólo existe un déficit de algo más de 300 millones de dólares proyectados para este año. Sin embargo, hay que tener en cuenta en el análisis que ese número comenzará a ser tergiversado por las ventas argentinas de energía a Brasil. El problema será la industria. Y un detalle, mientras Argentina está desmantelando su industria de electrodomésticos y artículos para el hogar, el gobierno brasileño reforzó en las últimas horas la ayuda impositiva a Manaos; el extremadamente protegido polo industrial del país vecino. Que a diferencia de lo que sucede en la mass media criolla, en Brasil genera orgullo tener productos locales producidos con subsidios públicos.

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El tercer enemigo de Milei y Caputo son los precios internacionales de las commodities, especialmente la soja. Si bien se espera una campaña extraordinaria en cuanto a la producción y el volumen de ventas al exterior, el valor de la oleaginosa se ubica por debajo de los US$ 360 la tonelada. Según los expertos del sector, a estos niveles la actividad no es rentable. Y se perderá dinero. Lo que afectará los ingresos del campo para el año próximo, donde se esperaba un número que coquetee con los US$ 23 mil millones y habrá que festejar unos US$ 18 mil millones.  

El principal enemigo que reconocen todos, es el retraso cambiario y el ingreso de dólares que no cesará en el 2025. Con la emisión de pesos esterilizada al mínimo (solo pago de deudas que no se puedan renegociar) y tres ductos de divisas abiertos (las exportaciones energéticas, las exportaciones del campo y el eventual acuerdo con el FMI); la situación parece no tender a la mejora en el 2025. Más bien a su consolidación. Todos, dentro y fuera del Gobierno, lo dicen: Argentina está cara en dólares, producto de las propias fuerzas económicas internas, y de las devaluaciones múltiples que operan en los mercados emergentes. Y puede encarecerse aún más. Algo que lógicamente provocaría más pérdida de la competitividad, alza de los costos, pérdida de exportaciones con valor agregado y auge de las importaciones de todo tipo y color. Un factor que afectará a la industria local, uno de los tres capítulos que “no arrancan”. El tema fue planteado en todas las reuniones de Pymes y Cámaras del interior, además de la Unión Industrial Argentina en su asamblea anual, un acto que fue abandonado a propósito por el oficialismo. Pero también fue el principal concepto de críticas de la última reunión Propyme, organizada por el grupo Techint, donde Paolo Rocca tomó el micrófono para quejarse de la apertura a las importaciones, especialmente desde China. El problema es hoy. Lo complejo del asunto, es que el ómnibus del plan de Milei y Caputo va en firme por una carretera donde el conflicto se profundizará.

Finalmente, los últimos enemigos están en Washington. Los técnicos del FMI que hoy tienen la responsabilidad del caso argentino, encabezados por la número dos del organismo Gita Gopinath y con la cara visible del venezolano Luis Cubeddu; no creen que el plan económico de Javier Milei sea sostenible en el tiempo, precisamente por la política cambiaria. Si bien poderan, con aplausos de pie, el ajuste fiscal que llevó al país a superávits primarios y financieros este año, algo que se repetirá en el 2025, y consideran “espectaculares” las decisiones de desregulación de la economía que se aplican en el Ministerio de Federico Sturzenegger; creen que el retraso cambiario afecta una de las tres patas de cualquier acuerdo en firme con el FMI: el aumento de las reservas. Mira el Fondo que el número continúa negativo, pese a que el BCRA tuvo un muy buen año de compras y que no hay un ritmo creciente de recuperación de ahorros en el Central lo suficientemente fuerte y sólido como para sostener una política cambiaria de largo plazo. Creen que el problema de revaluación del peso es serio y que alguna decisión hay que tomar. Concretamente, devaluar un 20%. Esta posición es la que recibieron los enviados del Gobierno comandados por el viceministro de Economía José Luis Daza. Pero también es la que el organismo expuso en julio pasado, y que llevó a la crisis y posterior renuncia a seguir tratando con los argentinos del Director Gerente para la región, el chileno Rodrigo Valdés. Y que aún no cambió. Y que sólo una gestión personal de Donald Trump podría modificar.

Combatir, y  vencer en la contienda a estos enemigos. Esa es la verdadera misión autoimpuesta del jefe de Estado y su ministro para el 2025.