El gobierno de Javier Milei se recuesta con cada vez con mayor frecuencia en el argumento conspiranoico para explicar sus problemas.
Los espantosos incendios que arrasaron la Patagonia no se debieron a la crisis ecológica y climática, y a la falta de recursos para combatir el fuego, sino a las acciones intencionales llevadas adelante por diabólicos integrantes de la comunidad mapuche.
El despido de Sonia Cavallo del puesto con el que había sido premiada como embajadora ante la Organización de Estados Americanos tuvo su causa en no se sabe qué oscuros intereses que condujeron a su padre (Domingo Cavallo) a “torpedear y sabotear” el programa económico.
La fallida licitación de la Hidrovía fue un complot desarmado gracias a un “parte de inteligencia” que adelantó que iba camino al naufragio.
La desvinculación del titular de la Anses, Mariano de los Heros, tuvo argumentos similares. Fue desplazado luego de que anunciara –guiado por algún motivo oculto– que el Gobierno analiza una reforma previsional que incluiría una suba de la edad jubilatoria.
Los problemas en el audio de la entrevista con Antonio Laje en el nuevo (y más oficialista) América 24 fueron adjudicados a temerarios sonidistas que formarían parte de la cofradía de “los muteadores” interesados en arruinar las incoherencias y los delirios narrativos del Presidente.
Antes le habían cortado la cabeza al héroe-traidor Ramiro Marra y, por último, se incorporaron a la lista de saboteadores seriales los economistas que explican lo evidente: hay atraso cambiario. Esta vez el que descubrió la “verdad oculta” en el diagnóstico de los expertos fue el inefable Alejandro Fantino quien imaginó a estos hombres de gris en un yate en Rimini, bailando con cuatro odaliscas mientras un hindú logra la proeza de que dos cobras emerjan de una canasta gracias al sonido dulce de una flauta traversa. Todo eso antes de zambullirse a nadar con delfines. Por estos motivos inconfesables, los economistas del tremendo lobby del Cedes (Centro de Estudios de Estado y Sociedad) quieren una devaluación que aprecie sus ingresos en dólares. Esa proyección fantasiosa del deseo de Fantino sí se puede ver.
El recurso de las teorías conspirativas no es nuevo en las derechas radicales y el gobierno de Milei no es la excepción. La fantasía de la conspiración es tan antigua como el poder. Desde el momento en que hay poder, se sospechan conspiraciones. En momentos de crisis, confusión generalizada y derrumbe de paradigmas, el éxito de las teorías complotistas reside en que simplifican al extremo la explicación de los procesos sociales o políticos para intentar dar sentido a un mundo complejo. En general, responden a pocas variables, construyen un enemigo identificable y ofrecen una explicación sencilla y en ocasiones, lógica. Todas las teorías comparten elementos similares: la idea de que “nada sucede por casualidad”, la certeza de que los acontecimientos tienen una “trama oculta” o la convicción de que detrás de todo lo que sucede hay un grupo o individuo “causante” o “culpable”.
La respuesta conspirativa puede ser coyunturalmemte tranquilizadora desde el punto de vista cognitivo e incluso autojustificatoria. Ofrece una ilusión de certezas incomprobables que tienen semejanzas con la fe religiosa.
En la historia reciente de nuestro país, Fernando de la Rúa se autoconvenció (y quiso convencer a la sociedad) de que el colosal terremoto político y social que puso fin a su olvidable gobierno fue el producto de una conjura peronista y algo similar creyó una semana después Adolfo Rodríguez Saá (quien había asumido la Presidencia con ínfulas de fundador de una nueva era) y se quedó solo en Chapadmalal esperando a los gobernadores aliados, con la luz cortada y la custodia misteriosamente desaparecida.
La dictadura argentina hizo del “complot subversivo” su leitmotiv represivo para justificar un genocidio que respondía a precisos objetivos económico-políticos que no podían ser desplegados de manera transparente y clara.
La mundialización sistémica y anárquica agigantó las fuentes de desconfianza y sospecha, y multiplicó las ansiedades. Las redes sociales hacen su aporte a la confusión generalizada, al desconcierto y al miedo cuando fabrican un enemigo invisible por minuto.
Las conspiraciones y las fakes news marchan unidas como la sombra al cuerpo. Tampoco son nuevas, aunque estén hiperbolizadas por la velocidad informativa y la conectividad mundial, pero tienen un largo itinerario.
En sus Recuerdos de la guerra de España, George Orwell, relató que alguna vez le dijo a Arthur Koestler: “La historia se detuvo en 1936”. Pensaba en el totalitarismo en general, pero más específicamente en la Guerra Civil española. “Antes ya había notado –explicó Orwell– que ningún suceso es correctamente relatado en la prensa, pero en España, por primera vez, vi periódicos cuyos reportajes no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la mínima relación que se sobreentiende en una mentira ordinaria. Vi narradas grandes batallas donde no había existido combate alguno, vi completo silencio allí donde cientos de hombres habían muerto. Vi soldados que habían luchado valientemente ser denunciados por cobardes y traidores, y a otros que nunca habían visto pegar un tiro ser ensalzados como los héroes de victorias imaginarias; vi periódicos en Londres que vendían estas mentiras y vi a ávidos intelectuales construyendo superestructuras emocionales sobre eventos que nunca habían tenido lugar”. Cualquier semejanza con la actualidad, no es pura coincidencia.
Sin embargo, pese a que la denuncia era certera, la verdad se impuso y la historia recuperó su curso. Sin ir más lejos, hace algunas pocas décadas, esa gran película de Ken Loach titulada Tierra y Libertad (inspirada en Homenaje a Cataluña del mismo Orwell) reveló al mundo las verdades profundas de la guerra de España.
En nuestro país la historia no se detuvo, entró en un limbo, más temprano que tarde retomará las riendas para limpiar la bruma de las noticias falsas y las grotescas conjuras que inventan los necios.