Si bien se mira, la Corte Suprema de Justicia son cuatro empleados planta permanente, Rosatti, Rosenkrantz, Maqueda, Lorenzetti, intocables hasta los 75 años, que ganan los sueldos más altos dentro de la administración pública, más que el Presidente. “Con la tuya, contribuyente”, diría la popular youtuber Luli Ofman, cobran unos cinco millones de pesos en blanco, más beneficios en gris, auto, chofer, viáticos por viajes, vacaciones en verano, en invierno, además de las licencias en negro, cuando se rajan sin pedir permiso a nadie.
Ponele que es el resultado de una larga carrera, como de fórmula uno, en la que no larga, ni llega, cualquiera. De arranque, abogado. Título que a veces se regala, mirá Massa, o se miente, mirá Cristina. Ser profesor suma, no mucho, mirá Alberto Fernández. Publicar algo aunque no lo lea nadie, también. Una vez adentro de la “familia judicial”, si la hacés bien mirando a quién, clasificás a juez, mirá Ariel Lijo. Ahí ya estás en la grilla. Con el anabólico político adecuado, podés llegar a ser un musculoso guardián de la Constitución. Vos entrás, vos no.
Todo bien, pero ¿a quién protegen de verdad los que tienen el poder de la última palabra, la que no se discute más? Si en vez de chamuyar le pusieran ganas, solo con hacer su trabajo durante un par de semanas en horario de oficina, lunes a viernes de ocho a doce, dos de la tarde a seis, parando a mediodía para comer algo en un bodegón cerca de tribunales, plato, postre, café, antes de fin de año nos podrían rebajar un poco a todos la condena a la pena perpetua.
La de ver cómo los que roban no solo se la llevan, la lavan, la invierten en hoteles, paraísos fiscales, departamentos, edificios, reparten el Máximo con hijos, o testaferros, sino que además de cobrar fortunas en jubilaciones, pensiones, protestan, gritan, se sienten víctimas dolidas, como Cristina, o se hacen los boludos como Insaurralde para que el tiempo pase hasta que los que le chupan el cirio a Jessica consiguen que le haga el último favor, el de contar que era toda de ella. Mientras, los López, Báez, De Vido, Guillermo Moreno, De Mendiguren, Gerardo Martínez, Moyano, empresarios, sindicalistas, dan lecciones de ética, de moral, o de gobierno.
No jodamos. Tan complicado no es. Cuando un expediente llega a la Corte la tarea viene hecha. En un juicio resuelto por tres jueces en primera instancia, como el de Cistina Kirchner, revisado por otros tres jueces de la Cámara de Casación, solo tienen que verificar si se cumplieron las garantías procesales. Le piden a cualquiera entre la decena de secretarios a disposición que redacten un borrador, se reúnen, confirman la sentencia, la pasan en limpio, firman, saludan, se van a un after office.
Pero, ¡ay!, no, no, qué dice este salvaje ignorante, la Corte tiene muuucho trabajo, requiere de muuuuchas horas, días, semanas, meses, años, como los que se tomó con Menem hasta que se murió. Necesita revisar, leer, consultar, no puede equivocarse, están en juego la vida, los bienes, la reputación de la madre República. La Corte no puede decidir bajo presión, ser apretada por la opinión pública, los medios, los intereses partidarios, o las urgencias políticas. ¡La Corte no tiene plazos!, dicen, hacen saber desde su fatal hipocresía los que cajonean, demoran, defienden privilegios, negocios, vueltos.
Mienten. “Ante la violación a derechos emergentes de la Constitución, de la ley o de un pacto internacional, el afectado tiene derecho a un trámite sencillo, efectivo y rápido” (artículo 25, Pacto de San José de Costa Rica). Si el código no establece plazos, la Corte debe expedirse en tiempo y forma. Así es como, si bien se mira, cuatro empleados marmóreos, que la van de dar cátedra, de fungir alto cargo, fingen demencia al momento de tener que cumplir con sus obligaciones laborales. Juegan al póker con las causas mientras los ciudadanos reclaman a grito pelado el papel higiénico de la ley para limpiar los culos sucios.
Los que tienen hambre, sed de justicia, no son bienaventurados, ni bienvenidos aquí, advierten los patovicas del Palacio.
*Periodista.