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REVOLUCIONES

Los nombres de la historia

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Luis Sagasti lo señala en Perdidos en el espacio, ese ensayo fabuloso que publicó en 2011: de qué modo, y hasta qué punto, en las evocaciones onomásticas de la Revolución de Mayo de 1810, se preserva la mención de mayo pero se esfuma la de la revolución. Parques, ciudades, calles, clubes: se llaman Mayo, Sol de Mayo, 25 de Mayo. Pero no Revolución de Mayo (una rotonda no muy notoria existe como excepción para así confirmar la regla). Sin escamoteos de esa índole, que con mala fe traspapelan en la historia la alternativa de las transformaciones socialmente radicales, no habría sido posible, o no habría sido tan fácil, que en nuestro país los proyectos políticos más reaccionarios, más proclives a reforzar el orden de poder existente, se hayan llamado a sí mismos cambio o hayan invocado, sin sustento alguno, la idea misma de revolución. Fue preciso sustraer la palabra de las escenas fundacionales de la patria para poder después emplearla de la forma más espuria, más falaz y hasta más cínica.

Podría agregarse, según creo, otro desplazamiento elocuente en las formas de denominar: cada vez más “guerra de independencia”, cada vez menos “revolución de independencia”. Por eso es tan significativo que a su notable película sobre José de San Martín, Leandro Ipiña la titulara justamente Revolución (Torre Nilsson, años antes, se había recostado en Ricardo Rojas: El santo de la espada). El recurso a la lucha armada, con San Martín como conductor, hizo posible esa revolución (y tantas otras en aquel tiempo).

Claro que, una vez lograda y consolidada, una vez establecido un nuevo orden de poder, los sectores ahora dominantes pasan a ser los principales interesados en obstruir la alternativa de una revolución en la sociedad (aunque no fue sino por una revolución que alcanzaron su posición de dominio) y en deplorar pasmados todo recurso a las armas (aunque no fue de otra manera como lograron establecer el sistema social que por conveniencia ahora defienden).

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Ahí están los hechos, la historia, los nombres, las narraciones. No es tan difícil enrarecerlos, no es tan difícil enrevesarlos. Algo más arduo, pero indispensable, es reabrir una y otra vez la discusión en procura de una verdad posible.