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Asuntos internos

Los libros sagrados

Un actor italiano del que no pude averiguar el nombre (juro que lo intenté) dice micrófono en mano algo interesante: “Desconozco cuál es la posición de ustedes respecto a Israel y Palestina, pero lo único que quiero decir sobre la cuestión es: ¿estamos todos de acuerdo en que las pretensiones de Israel son un poco irreales? Israel es el equivalente geopolítico del hecho de que dentro de cinco mil años un grupo de enanos viaja en barco hacia Nueva Zelanda a reclamar su soberanía sobre el territorio exhibiendo como prueba un libro sagrado, y ese libro sagrado es El señor de los anillos”.

Naturalmente suscribo a lo dicho por este actor desconocido, pero este espacio históricamente nunca se ha ocupado de cuestiones geopolíticas, y en cambio sí se ha ocupado de libros, aunque hasta hoy (creo) no ha prestado atención a los libros sagrados.

Los libros sagrados son, sencillamente, una colección de estupideces, que a fin de cuentas no hacen más que reformular viejos mitos griegos. Mal escritos, contradictorios, encuentro que a los libros sacros les faltó siempre un buen editor. Son libros en los que ha metido mano demasiada gente, y cuando eso ocurre raramente el resultado vale la pena. Además, el lector de libros sagrados es lo opuesto a lo que debería ser un lector: se deja sojuzgar por el texto, lo venera anulando cualquier comentario crítico, lo obedece. Y hace cosas peores, al punto que puede llegar a matar por ellos.

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Umberto Eco, un poco en broma, un poco en serio, imaginaba un informe de lectura de un lector inocente que se encontraba por primera vez delante de la Biblia. Su informe comienza así: “Tengo que confesar que los primeros centenares de páginas de este manuscrito realmente me engancharon. Llenas de acción, tienen todo lo que el lector de hoy busca en una buena historia. Sexo (en cantidad, incluidos el adulterio, la sodomía y el incesto) y también asesinatos, guerra, matanzas y demás”.

Todo eso aparece también en la Comedia de Dante, aunque mucho mejor escrito. Quienes no encontramos libros sagrados a los que rendirles pleitesía y en los que no creer de cabo a rabo todas las estupideces que dicen, la existencia de la Comedia nos ayuda a comprender e imaginar el estado mental de sus lectores. Imaginan que su autor representa el grado sumo de la existencia humana, algo que nunca más fue alcanzado, y creen que cada una de las palabras impresas en él difícilmente podría ser reemplazada por otra. Encuentran peso y perfección en sus enumeraciones larguísimas: algo que no toleran en cualquier novela de Robbe-Grillet lo aceptan sin abrir la boca cuando el libro en cuestión está etiquetado como sagrado. Son cosas interesantes. El libro sagrado nubla la visión, lo sé porque me pasa lo mismo con la Comedia. Las disquisiciones de los exégetas sobre temas nimios me fascinan, las discusiones en torno a la interpretación no ya de un verso, sino de una sola palabra, me cautivan. Supongo que al amante de ciertos libros sagrados debe de ocurrirle lo mismo.

Tal vez ellos también crean que el libro sagrado que han elegido es el único, el perfecto, el incomparable y el insustituible. Yo siento lo mismo hacia La vida en los pliegues, de Henri Michaux, los entiendo. No hay nada como haber encontrado el libro que anule todos los anteriores, un libro ante el cual uno pueda inclinarse rendido, abandonando todas las otras lecturas, renunciando a cualquier curiosidad, a cualquier sacudida del espíritu, a cualquier desvío.

Los libros sagrados sirven de guía y de ejemplo.Debe de ser por eso que sigue habiendo tantos asesinatos, guerras y matanzas. No es de extrañar que, como decía ese actor italiano, en el futuro lejano alguien considere El señor de los anillos un libro sagrado. Tiene los ingredientes, aunque hay que reconocer que está mucho mejor escrito que otros que consideramos sagrados por defecto. Y es que el mundo de la literatura siempre fue y seguirá siendo injusto.