Es habitual leer o escuchar a alguien decir que acaba de encontrar un “incunable” cuando dio por fin con un libro agotado hace mucho tiempo. Lo toleramos, porque no somos de esos vigilantes de la lengua que se escandalizan ante cualquier uso indebido de un término: entendemos lo que quieren decir, y eso basta. Pero no, un incunable es otra cosa. Un incunable es un libro impreso desde la invención de la imprenta, en torno a 1440, hasta el año 1500. El término se le atribuye a Hadrianus Junius, quien llamó a esos libros prima artis typographicae incunabula. El domingo pasado, el intendente de La Spezia, en la Liguria, Italia, publicó un post en Facebook diciendo que en el archivo del Estado de su ciudad se encontraron “páginas auténticas” de la “primera edición” de los cantos del Purgatorio y del Paraíso de Dante Alighieri, definiéndolas como un “tesoro único en el mundo”. Su post, reproducido por diarios y agencias de todo el mundo repitiendo más o menos lo mismo, a pesar de su breve exposición estaba plagado de equívocos y errores.
Del título, en el que por ejemplo se habla de “páginas originales”, se desprendía que lo que se había hallado eran páginas manuscritas de Dante. En realidad tampoco se encontró ninguna “primera edición” de la Divina Comedia: en realidad se trataba de manuscritos conocidos desde hacía tiempo; pero el simple hecho de hablar de “autenticidad” en relación con la Divina Comedia es algo absurdo.
Los papeles a los que se refería el intendente Peracchini son manuscritros del siglo XIV, es decir pergaminos escritos a mano. Hablar de “edición” tampoco tiene sentido, porque el término implica una publicación impresa, y tampoco es correcto el uso de la palabra “página”, porque se refiere a las que componen un libro impreso, no escrito a mano. Es más correcto hablar de “códice”, es decir un libro manuscrito anterior a la invención de la imprenta, y más exactamente de “fragmento de códice”.
No existe un manuscrito de Dante de la Divina Comedia. Seguramente existieron alguna vez: algunos filólogos aseguran que Dante hizo tes copias de su largo poema, de 14.233 versos, pero se perdieron. Lo que existe es un grupo de alrededor de cien manuscritos producidos en Florencia durante la segunda mitad del siglo XIV. Para que un manuscrito de esa época tenga valor, debe contar con cierto validez filológica, debe suministrar a los estudiosos elementos importantes que permitan reconstruir el texto original de la Divina Comedia, tal como fue concebida por Dante.
La Divina Comedia que conocemos es fruto de la reconstrucción hecha por filólogos dantescos, obra a la que muchos dedicaron toda su vida. Lo que consideramos el texto original no tiene la firma de Dante: es algo muy similar a lo escrito por Dante, y fue reconstruido confrontando una serie de manuscritos que los filólogos consideran más atendibles en base a criterios lingüísticos y culturales. Es un trabajo muy largo, muy complejo, considerando también que la Comedia (su verdadero título: el “divina” es un agregado de Boccaccio, el primer biógrafo de Dante) fue escrita entre 1306 y 1321. En cuanto a lo de “comedia”: tiene final feliz, el más feliz que se pueda imaginar; es lo contrario a una tragedia. De ahí su título.
Hasta ahora, la reconstrucción del original más confiable es la de Giorgio Petrocchi, crítico literario y filólogo que en 1966 publicó La Commedia secondo l’antica vulgata, es decir el texto de la Comedia que se cree que se parece mucho a la que se leía en Florencia entre 1340 y 1350. Aquí empiezo a caminar un poco a ciegas, porque aunque la obra de Petrocchi fue durante mucho una referencia imprescindible, en los últimos años se publicaron otras ediciones críticas de la Comedia que podrían superar el texto establecido por Petrocchi y aproximarse a una reconstrucción del texto original aún más precisa.