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¿Llegaremos a la poscancelación?

La muerte del papa Francisco, de nombre secular Jorge Mario Bergoglio, conmovió al mundo y puso en evidencia la inconmovible frialdad de los engreídos. Primer papa jesuita, primero proveniente de América del Sur, el que promovió la inclusión de más mujeres en la Iglesia católica, atendió a la diversidad, a la pobreza, a los inmigrantes, a los ambientalistas. Sencillo, pensante, caminador; despojado como el nombre que eligió para investirse como papa, San Francisco de Assis (muy recomendable el libro de G. K. Chesterton sobre el fundador de la Orden Franciscana surgida bajo la durísima autoridad de la Iglesia durante la Edad Media).

Bergoglio (¿se lo puede volver a llamar así, la muerte renueva los nacimientos?) demostró que el saber ocupa lugar. Un lugar en la historia. Y de la historia, surge la verdad en los libros. Como lo escribió Cervantes y reprodujo Borges: “La Verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”.

La palabra de “nuestro” papa también provenía de las palabras de la filosofía y la literatura. Gran lector, atento a la calle y a los sabores y dolores de este mundo, ya sabía que la verdad –porque leyó a Cervantes y a Borges– tiene como madre a la Historia. Y por saberlo, estaba más cerca de alcanzarla.

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Ojalá sus intervenciones consigan apaciguar estos tiempos inflamados. Quizá algunos de sus dichos, pronunciados a través de la creencia y el conocimiento, permitan atravesar la era de la cancelación y las estigmatizaciones, de la que él mismo parece haber sido víctima.

¿Cuándo llegaremos al reconocimiento del otro sin atribuciones y prejuicios? Bergoglio, eligiendo el nombre de Francisco, hizo como Alonso Quijano, autonombrándose Don Quijote. En versión laica y literaria, Cervantes le otorgó a su personaje, nacido Alonso Quijano, la posibilidad de modificar la historia, asumiendo otro nombre, y asignándole al nuevo nombre (Don Quijote) el caudal de sus lecturas. Con lo leído, era posible cambiar al mundo. Porque la lectura revive la historia, es su respuesta en el presente. Don Quijote se propone, habiendo leído los libros de caballerías, “deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huir de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, buscar para su propia gloria la senda más angosta y difícil”.

La palabra escrita es un registro distinto. No solo es anotación de lo acontecido, también permite darle significado a lo que se anota, avizorando a través de las letras el devenir incierto de lo que pareciera ya estar escrito.

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