La semana pasada dijimos en esta columna que García Mansilla podría estar doctrinariamente más cerca de Rosatti y Rosenkrantz que de Lorenzetti. Dicho y hecho, se ha formado una nueva mayoría, pese a que el supuesto mentor, el joven maravilla del oficialismo, se haya quedado con la espina clavada en la garganta por su decisión autónoma. Claro que esto recién empieza.
El juez Rufus (así lo llaman sus amigos) 1) es académico; 2) viene del mundo corporativo, en donde ruegan por seguridad jurídica; 3) ha dado fe de estar en contra de los DNU; 4) es la pieza más débil de ese tablero de cuatro, porque ni siquiera tiene dictamen de comisión, y 5) no bien llegó, respetó códigos (se sentó en el exdespacho de Maqueda y conservó la misma secretaria). Demasiados datos para pensar que un personaje con prestigio dentro de su propio círculo y ajeno a la política, de la noche a la mañana, se convierte en peón de un tablero de ajedrez. A veces parece que los ilusionistas no comprenden el funcionamiento de ecosistemas que les son extraños.
¿“Mansillaron” a Lijo? Relativamente. Obvio que hubiese preferido la licencia temporaria que le otorgó la ¿inhábil? Cámara Federal, para “tener palenque ande ir a rascarse”, pero tampoco está mal. Si “Ariel” se quedaba sin la silla en Comodoro Py, ¿cómo ejercía su capacidad de chantaje frizando causas? Sin chantaje no hay paraíso. Por lo tanto, quizá le hicieron un favor porque él sí tiene dictamen de comisión. De este modo, puede seguir operando con sus pendientes y los de los otros jueces de la corporación de la zona de Retiro mientras en el Senado se sigue debatiendo.
Claro que ahora la doctora tensó la cuerda y pide aplicarles la guillotina a los dos eventuales nuevos jueces. ¿Por qué? Muy simple: una cuestión de poder. Si el Gobierno amenaza con resolver todo por decreto de nombramientos en comisión, puede ser incontrolable. Por ejemplo, renovando ad infinitum las comisiones hasta que el Senado se ponga de acuerdo en algo. O, ya que estamos, poniendo también a un procurador general en comisión. Todo muy ecléctico, constitucionalmente hablando. Pero en esta presidencia todo puede ser “más allá de lo probable pero no de lo imposible”, como le gustaba definir a Ian Fleming las aventuras de su querido James Bond.
¿Cristina no quiere a Lijo? Probablemente sí lo quiera y coincida con Milei en ese punto (como lo comentamos hace muchos meses en este espacio). Pero ¿por qué lo va a ayudar? ¿Gratis? De ninguna manera. La jefa no se volvió republicana de golpe, aunque hoy por hoy le conviene defender a capa y espada el “checks and balances” teorizado por Montesquieu. El poder no solo hay que tenerlo, sino que también hay que mostrarlo para que el resto de los actores no se olviden de que se lo posee y saquen conclusiones adecuadas a ese dato de la realidad. Cuanto más poder se detenta, más barato sale incrementarlo u obtener beneficios del mismo. No importa tanto si se viene desgastando su imagen personal y su rol preponderante dentro del peronismo. O “no está muerto quien pelea”.
En esta Corte de cinco, ¿quién sería de Cristina? Nadie específicamente. Solo podría llegar a tener dos piezas eventualmente funcionales –Lijo y Lorenzetti– pero no un operador propio. La expresidenta le plantea al Presidente un precio alto, dada la debilidad de la tropa libertaria más aliados en el Senado, al menos hasta noviembre. ¿Qué pasaría con la necesidad de que haya una mujer en el tribunal supremo?, ¿y con agrandar el número de miembros?, ¿y con los jueces y fiscales federales pendientes?, ¿y con el procurador general?, ¿y con Ficha Limpia? Demasiadas cosas en juego para que la negociación sea rápida y sencilla. Este jueves pasado, la nueva mayoría en la Corte le facilitó a la jefa ponerle precio al pliego de Lijo: si Milei lo quiere, deberá negociar sí o sí con sus soldados.
A esta altura está claro que la operatoria para completar la Corte adoleció de muchos defectos desde el inicio. Alguien compró pescado podrido y/o no terminó de comprender la complejidad del juego en el cual intervienen muchos actores que, moviéndose en su terreno preferido, iban a terminar generando un dolor de cabeza. No todo podía salir bien. No siempre el león se iba a encontrar con un personaje como el calabrés que le facilitó salir de encerronas sin cobrarle los favores al contado, como aconsejaba el recordado Vicente Saadi.
De todos modos, la Casa Rosada tiene cosas para celebrar. La recaudación creció en términos reales, lo cual denota reactivación, subió un 40% la liquidación de divisas del agro por la baja de retenciones y el acuerdo con el FMI está más cerca que nunca. Si todo eso ayuda a mantener controlada la inflación hasta octubre y el dólar oficial sigue planchado, se podrá cumplir el objetivo número uno del oficialismo: ganar la elección legislativa. Esa expectativa alimenta el mercado de pases.
¿Ensimismados en su mesianismo, Milei y compañía se están procurando enemigos poco aconsejables? ¿El férreo control de sus tentáculos no le permitió advertir la compra de Telefónica? ¿Qué hacía el representante del FGS en el directorio de Telecom? ¿Se durmió? La UIA se sigue quejando del modelo económico y eso no sucede sin que uno de los empresarios más importantes del país lo autorice. Cuanto más se agranda un equipo, más se confía. Y cuanto más se confía, más errores se pueden cometer. ¿Alguien está al tanto del tarifario de algunos funcionarios para tener reuniones con fondos de inversión o prestadores de servicios a organismos del Estado? Casta que te quiero casta…
Lo que sucede en la Corte, las revelaciones del Libragate o los comentarios filosos de Macri sobre el Gobierno son muy ajenos a la opinión pública, obviamente. Sin embargo, algo de todo eso puede tener repercusión en la calle en algún momento. Internet nos ha modificado profundamente, pero no ha transformado todo lo preexistente. La habilidad mayúscula consiste en atravesar las olas en el momento adecuado. Ni antes ni después. No maniobrar adecuadamente puede tener costos demasiado altos.