Desde hace una década, en esta fecha, he recomendado libros para leer durante el verano. Hoy sugiero algunos que tienen que ver con la revolución tecnológica y la transformación de la política.
La crisis de la democracia representativa tiene relación con la tercera revolución industrial, el cambio más intenso y vertiginoso de la historia de la especie. Milei y Trump existen porque saben interpretar los teléfonos celulares, la internet y la sociedad efímera.
Ni Kennedy, ni Bush habrían ido a freír papas en un local de McDonalds sin que se derrumbe su campaña. Cuando lo hace Trump, eso no es bueno ni malo. Sería torpe que los dirigentes actuales traten de ganar las elecciones pronunciando discursos en latín. Para conquistar a la gente de la sociedad hiperconectada, se necesita usar su lenguaje corporal, sus imágenes y memes. Vivimos una sociedad de espectáculo y liviandad que es difícil de comprender para quienes nos formamos en la academia tradicional. Ayudan algunos textos importantes.
El acontecimiento editorial de este año fue el lanzamiento de Nexus, el nuevo libro de Yuval Noah Harari, que empieza criticando lo que llama una “idea ingenua de lo que es la información, que supone que en cantidades suficientes conduce a la verdad y la verdad al poder y a la sabiduría”. Harari plantea que esta visión optimista de la información, difundida por autores como Ray Kurzweil, no toma en cuenta que la revolución tecnológica no está destinada necesariamente a crear un mundo mejor, sino que puede llegar incluso a acabar con la civilización humana, como lo han advertido varios autores. En una encuesta que se aplicó a 2.800 expertos en inteligencia artificial, un tercio de ellos dijo que podría llevar a la extinción de la especie.
El libro examina las implicaciones políticas del auge de la inteligencia artificial, dice que estamos creando un nuevo tipo de poder sin detenernos a calcular sus implicaciones. Hay que recordar que los chips están libres de las limitaciones de la bioquímica, pero pueden convertirse en espías que nunca duermen, banqueros que nunca olvidan y tiranos que nunca mueren.
En la segunda parte del texto, Harari hace una evaluación de lo que puede pasar con una inteligencia artificial descontrolada, sobre la política de las sociedades occidentales y sobre nuestra vida cotidiana. No estamos en mundos separados, cada vez somos una sola realidad.
Llama la atención sobre la velocidad que cobra este proceso todos los días, logrando que la legislación que trata de controlarlo sea siempre más lenta que las innovaciones que pretende reglar.
La sociedad estática de hace cincuenta años, sus libros no solo religiosos, sino también científicos o ideológicos, con verdades eternas, se han licuado. A esta altura parecería casi cómico que los textos de Marx pretendan ser una verdad inmutable, como lo pretendían los profesores de sociología de hace pocos años. La economía de la que hablaban los antiguos, en la que los dueños de los medios de producción y el proletariado eran los únicos protagonistas de la historia, está sepultada. Ahora es necesario comprender a las empresas punto com y a las criptomonedas que están en la realidad virtual.
Los cambios de los últimos veinte años nos llevaron a otro mundo pero la velocidad de las transformaciones se está acelerando hasta el infinito.
Los cambios ocurridos en los últimos veinte años nos llevaron a un mundo diferente, pero la velocidad de las transformaciones se está acelerando hasta el infinito. Vale la pena leer el libro Quantum Supremacy: How the Quantum Computer Revolution Will Change Everything, del profesor de la universidad de Nueva York Michio Kaku.
La inteligencia artificial provoca un terremoto que va a llevarnos a una realidad imposible de imaginar, pero cuando los actuales ordenadores sean reemplazados por otros, capaces de hacer cálculos billones de veces más rápidos, llegaremos literalmente a otra realidad. Kaku dice que el mundo se encuentra pendiente del avance de la inteligencia artificial (IA), pero no le da tanta importancia al desarrollo de la computación cuántica. ¿Qué va a pasar con la revolución tecnológica cuando las tareas que realizan los dispositivos actuales en miles de años se puedan hacer en segundos?
Estamos empezando a superar la era digital para entrar en una era cuántica que traerá consigo cambios científicos, sociales e individuales inimaginables. Los ordenadores no van a usar transistores sino partículas subatómicas, que desatarán una capacidad de procesamiento casi infinita.
Para su trabajo utilizan qubits, el equivalente cuántico de los bits, los ceros y unos que transmiten la información en un ordenador convencional. Mientras que los bits se almacenan como cargas eléctricas en transistores situados en chips de silicio, los qubits se representan mediante propiedades de partículas subatómicas.
La potencia de los qubits se debe a que las leyes de la física clásica no se aplican en ese mundo, lo que permite que estas micropartículas no estén limitadas a tomar el valor de cero o uno, pueden tomar cualquier valor, haciendo posible un proceso llamado entrelazamiento cuántico, que Einstein denominó “espeluznante acción a distancia”. La realidad se va a alterar hasta el punto que, según Kaku, se desentrañará el enigma del envejecimiento para detenerlo: uno de los capítulos de su libro se titula “Inmortalidad“.
Todo esto no es una mera fantasía, ni una realidad que llegará dentro de muchos años. Como decía Kurzweil, la singularidad ya está entre nosotros. Las computadoras cuánticas existen. Por la ley de Moore, cada año duplicarán su potencial y pronto llegarán a ser accesibles para la gente común.
La IBM presentó en noviembre de 2022 a Osprey, su computador cuántico de 433 cúbits, en 2024 el Flaminio, computador cuántico de 1.386 cúbits. En 2025 entrará en funcionamiento Kookaburra, con al menos 4.158 cúbits.
Un informe de Goldman Sachs estimó que 300 millones de puestos de trabajo corren el riesgo de ser automatizados como consecuencia de la IA con las actuales herramientas. Con la computación cuántica esto se va a acelerar, nada será igual. IBM, Google, Microsoft e Intel están invirtiendo miles de millones de dólares en desarrollar esta tecnología, al igual que el gobierno chino, que desarrolló un ordenador de 113 cúbits llamado Jiuzhang.
Todos estamos ahogados en una cantidad de información que no podemos digerir. La red no solo es una fuente infinita de datos reales, sino tambien de mentiras tontas que se difunden más rápidamente cuando son más disparatadas.
Los axiomas en que creíamos quienes nos formamos a la sombra de la guerra fría y de la década de 1970 en Argentina se desmoronaron. Si queremos influir en la realidad, estamos obligados a realizar un esfuerzo para comprender un mundo que invadió nuestra casa, el celular que llevamos en el bolsillo, y lleva a los electores a votar por dirigentes que expresan los nuevos tiempos.
Durante años, he leído en The New York Times la columna de Paul Krugman, que se despidió hace poco con un artículo en el que habla del optimismo difundido por la revolución tecnológica en el 2000, lamentando que el “resentimiento” y la “ira” hayan inundado a la sociedad occidental. El resentimiento es un “sentimiento de hostilidad envidiosa hacia lo percibido como fuente de las propias frustraciones”.
La red es una fuente infinita de datos reales y de mentiras tontas que se difunden más rápidamente cuanto más disparatadas son.
Está presente en los estratos medios y altos de nuestras sociedades, incluso entre empresarios y millonarios que se sienten tratados mal por una sociedad que no reconoce sus méritos. Los sectores medios y pobres, que han progresado enormemente, al estar en contacto con todo tipo de ciudadanos del mundo, saben cómo podrían vivir si no fuera porque existe una conspiración irracional que los oprime.
Decía un cibernavegante, “cómo es posible que el gobierno permita que Musk haga negocios por miles de millones de dólares y no pueda regalarme un coche nuevo por fin de año?”. ¿Que gobierno? No importa, ese gobierno que oculta los datos sobre los ovnis, que hace negocios oscuros, que está manejado por sectas, por “la casta”.
La mayoría de la gente tiene mucha información y poca formación. Le mueve el fanatismo. Respalda a líderes mesiánicos que puedan enfrentar al establecimiento racional, pero deben ser como los superhéroes: efímeros, mensajeros de la posverdad, contradictorios, parte de un espectáculo.
En algunos casos se hace una interpretación tradicional que confunde. Es interesante el libro de Giuliano da Empoli, Los ingenieros del caos, en el que plantea que detrás del aparente caos del carnaval populista se oculta la labor de docenas de propagandistas, ideólogos y, cada vez más, científicos y expertos en Big Data que tratan de reinventar las reglas del juego político.
Empoli habla de estos ingenieros del caos refiriéndose a personas que trabajaron con Matteo Salvini logrando que una pequeña empresa de marketing político se convierta en el primer partido político de Italia, a quienes están detrás de lo que llama la “derecha alternativa en los Estados Unidos”, y los movimientos populistas de derecha de otros países.
Es equivocado suponer que esos liderazgos han sido producidos por asesores, como invento de laboratorio. Son el resultado de un proceso que viene de la base social. Los nuevos líderes saben responder a las pulsiones de la gente de los nuevos tiempos y cuando son modernos se rodean de equipos de gente capaz.
Lo que Empoli llama “ingenieros del caos” son personas que colaboran con dirigentes que tienen en común ser auténticos, capaces de enfrentar a lo que la mayoría de la gente considera “liderazgos artificiales”, que piensan solo en sí mismos. No hay ingenieros que diseñen un fenómeno mundial. Existe un desencuentro de la gente que vive la sociedad de la internet, con el liderazgo tradicional, que han sabido capitalizar Trump, Milei, Bolsonaro, Pedro Castillo.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.