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Libro de regalo

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Me regalan un libro voluminoso escrito por un hermano latinoamericano muy bien considerado por la crítica. Miro la solapa. Posa serio, interesante, sabe que es buen mozo, despeinado, pero no como Milei, que parece ahorrar siempre en el shampoo, sino con el pelo bien acomodado en el desorden. Brazos tatuados que indican su contemporaneidad. Elogios internacionales.

Empiezo a leer y muy rápidamente llego a las cincuenta, sesenta páginas. Es bueno, el autor, muy eficaz, muy inteligente, muy bien informado respecto del material con el que trabaja. Pone muchos textuales o simulacros de textuales de los personajes que son figuras célebres o no lo suficientemente célebres (aunque merecieran serlo) de la época en que transcurre la acción. Me recuerda la vocación de “Gran espectáculo” de Oppenheimer, la última multipremiada película de Cristopher Nolan. El libro me interesa y me pregunto qué es lo que me interesa más. ¿La historia? Sí, claro. Me interesan las novelas que se articulan en la combinación de vidas y saberes. Pero sobre todo me llama la atención algo que empecé a percibir, pasados algunos años de experiencia. Que, independientemente de lo que se escriba hay quantums de energía propios de la edad del autor, o de la que el autor siente tener, que determinan la dimensión y duración del proyecto.

Me interesan las novelas que se articulan en la combinación de vidas y saberes

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Este autor tiene 44 años, que es una buena época. Es claro que un escritor nunca termina de saber qué clase de escritor es, qué podrá escribir o no, qué dibujo de figura total de autor se desprenderá de él cuando se cierre su ciclo, pero entre los cuarenta y los cincuenta ya aprendió y maneja buena parte de lo que sabe y también sabe o intuye hacia dónde va, o tiene tiempo para esperar a conocer la forma final del libro que está escribiendo, y puede mantener trancos narrativos más o menos sostenidos sin cansarse, porque el saber de su madurez compensa con creces la energía inicial que ya no posee, propia de la juventud, tan inclinada a extraviarse en caminos sin rumbo. La mediana edad es buena. Un autor puede encarar proyectos vastos y ambiciosos sin pensar que conviene apurarse porque morirá antes de terminar su libro. Ah, este libro es Maniac, y lo escribió Benjamín Labatut.