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Las puertas de la percepción

Te encontrás a comer con una amiga que quiere sumarte a un proyecto de largo aliento para la segunda mitad del año. Al principio la conversación choca con las catástrofes más obvias: Trump, Milei. Las noticias del día son poco prometedoras: sí, Trump ha congelado las investigaciones por corrupción tanto en el país como en el extranjero, lo que sumado al asalto a los archivos del gobierno federal perpetrado por el Sr. Elon Musk en un fin de semana marcan la dirección de un gobierno al mismo tiempo senil y desesperado y, por eso mismo, profundamente peligroso.

El Sr. Trump ha dicho que quiere encauzar esas investigaciones en relación con la mafia y el narcotráfico.

Sería tan práctico y tan útil legalizar la comercialización de drogas recreativas, controlando su calidad y gravando impositivamente el producto, le decís a tu amiga, que no se entiende por qué eso todavía no se hace. Tu amiga piensa que se trata de una concesión a los sectores más conservadores de la sociedad, que ven el demonio y el apocalipsis en cualquier parte donde pretenda instalarse una cuota de hedonismo. Puede ser, pensás, pero esa resistencia también puede implicar un profundo compromiso con esa economía subterránea que mueve al mundo y de la cual nadie quiere perder su tajada (especialmente las fortunas más concentradas, que ya no dejan mercado intacto).

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De una cosa pasan a la otra y de pronto la conversación se aviva como una brasa tardía en la parrilla. De pronto están hablando mal de la gente que conocen. No se entiende, dice tu amiga, esa conversión al indigenismo de algunas personalidades del arte y la cultura tan tardíamente, justo cuando el Sr. Trump ha dado un golpe mortal a ese ideologema. Con el negrismo, pensás, sucederá lo mismo. Son trompos, que girarán locos sin causa ni destino, porque enfrentados con políticas de exterminio estatalmente dirigidas, ¿qué chance tienen de causar algún impacto?

El ecologismo de café también les parece (a vos y a tu amiga) un compromiso tardío con lo que no se entendió antes, cuando todo empezaba ya a oler a plástico quemado (la era del pop). Es el miedo, pensás, a quedar fuera de los discursos de moda. Has llegado, incluso, a leer una encendida declaración en favor de las “humanidades”, uno de tus temas favoritos, que vuelve como un ritornello a medida que el ritornello fascista se acelera.

No está mal que los discursos circulen, decís, pero te apena un poco que los mueva el miedo, que no pone en riesgo el propio pensamiento. Después de todo, comentás ya rumbo a la salida, se cumple este año un siglo desde la publicación de La deshumanización del arte de Ortega y Gasset. Aquel anuncio centenario parece hoy complirse plenamente al ritmo de los códigos de las inteligencias artificiales. Por supuesto, defendés la calidad insuperable de deepseek.

Al día siguiente, prometés, vas a pedirle a esa IA que desarrolle el proyecto que tu amiga te ofreció. Seguramente estará espolvoreado con las dosis exactas y necesarias de indigenismo, negrismo y ecologismo y con todos los indicadores de género bien puestos.