Los cuidados existieron siempre en la humanidad, y en la medida en que hay personas que por su edad y/o su nivel de desarrollo, así como alguna patología especial, necesitan cuidados en forma temporal o permanentes. Estos cuidados, en general, se cubrían en la familia. Esto ocurría principalmente cuando había familias ampliadas, en las que los hijos casados o en pareja y otros, permanecían en la misma casa, y en las mujeres recaía la responsabilidad de desempeñarlos. Si bien ya no existe la familia ampliada, continúan recayendo estos en su gran mayoría en mujeres y niñas. Si bien se avanzó en el reconocimiento del “cuidado”, como un derecho humano para quien lo necesita y quien lo brinda. Desde que empezó internacionalmente a reconocerse los derechos a la no discriminación de las mujeres, se plantea la necesidad de cambiar esta distribución desigual de las tareas de cuidado en las familias. Algo que se ha agravó con el aumento de la pobreza e indigencia, ahora vemos en el país y en el mundo que niñas y adolescentes prestan estos cuidados, ante la necesidad de sus madres de salir a trabajar para sostener la familia. Hoy, muchas niñas y adolescentes faltan a la escuela o la abandonan por cubrir esa atención. Los cuidados comprenden las tareas domésticas, el cuidado de niños, ancianos, personas discapacitadas y enfermos con limitaciones como los mentales. Si las familias tienen dinero contratan estos servicios, que en general, desempeñan informalmente mujeres, con bajos salarios y sin protección social. En Argentina se considera trabajo domiciliario, y si bien hay un sistema de contratación formal, muy pocas están incluidas, solo alrededor del 30%. Esto tiene un doble impacto negativo en las familias, porque limita la capacidad de trabajo de las mujeres y la asistencia escolar o de niñas y adolescentes. Y en les trabajadores que quedan en condiciones de pobreza y sin protección social. Desde hace años se reconoce internacionalmente los cuidados como una política necesaria, para mejorar y asegurar el derecho a los cuidados, y también mejorar la economía.
La formalización de los trabajadores de cuidados permite crear trabajo genuino y posibilitar la participación plena de las mujeres en el trabajo, aumentando la productividad y que niñas y adolescentes completen su educación, formas de favorecer el crecimiento de la economía del país. A esto se suma la distribución más equitativa de las tareas del cuidado en las familias, que incluyen el trabajo doméstico, el cuidado y crianza de niños y otras personas. En el país un tema importante es ampliar la licencia paternal, cuando nace un hijo o adoptan solo tienen dos días de licencia. Esto limita la incorporación de los padres al cuidado del recién nacido, y obliga que otras personas ayuden a la parturienta. Las políticas de cuidados no atentan contra la familia, como plantean algunos sectores hoy en el Gobierno, que coincide con posiciones de países que rechazan la igualdad de las mujeres como Rusia, Pakistán, Sudán y otros. Ellos plantean que no se deben valorizar económicamente las tareas de cuidados, porque destruyen el vínculo del amor en la familia, reclaman y por eso no aprueban estas políticas. Oponen los derechos de la familia a los de las mujeres, sin entender que todas las políticas que eliminan la discriminación de las mujeres, benefician también a los hombres. Es un error no valorizar las tareas de cuidado, porque destruye a las familias, no solo no destruyen el amor filial sino que lo promueve. ¿O aumentar la licencia parental frente al nacimiento de un hijo es destructivo? ¿O asegurar que las parejas pueden tener dónde dejar a sus bebes mientras trabajan? ¿O tener hogares de día para ancianos que atienden sus necesidades sin necesidad de internarlos? Se equivocó el Gobierno cuando rompió el consenso en la reunión de ministras del G20, debe revisar este error.