Una imagen vale más que mil palabras. ¿Una imagen vale más que mil palabras? Me hago la pregunta luchando contra los emoticones, ejército de signos que emergen del iPad destituyendo en este mismo momento lo que me dispongo a escribir. Es la primera vez que al teclear, en lugar de que aparezcan letras, la computadora “interpreta” el texto poniendo en su lugar una imagen que además me obliga a entender, por reduccionismo, su significación.
Mi antiguo pasaje por las Academias Pitman, que tanto valoro a la distancia, me permite escribir a una velocidad casi deportiva, con la canchereada de los que andan en bicicleta sin manos, o sea, sin mirar. Me dispongo a hacerlo como un desafío, para vencer con la rapidez toda posibilidad de conversión, intentando que la palabra siguiente aparezca lo antes posible para impedir el cambio del término que la precede. Pero no. La pantalla parece contar con un tiempo retroactivo; decodifica hacia atrás. Veo entonces cómo irrumpen los emoticones reemplazando algunas de las palabras que ya he escrito. Se me ocurre otra forma de ponerlos a prueba. Elegir palabras difíciles de ser graficadas. Al azar escribo “nostalgia”, y de inmediato una carita ligeramente triste la reemplaza. Elijo otra palabra: “organización”, y me propone una especie de oficina. Sigo: “problema” me ofrece un diablito. Una más, “culpa”… ¡Esa no tiene carita!
Podría seguir toda la tarde buscando palabras que no tengan representación. De todas maneras, no deja de consternarme el permanente acoso de imágenes a la hora de escribir.
¿Es un virus, un programa, asomos de un lenguaje futuro?
Todo parece haber comenzado a mediados del siglo XIX, cuando el National Telegraphic Reviews documentó el uso del número 73 en el código morse para expresar: “amor y besos”. Quizá primer antecedente del sistema del cuento “Funes, el memorioso”, cuando Borges inventa nombres para los números, llegando al colmo de llamar Nueve al número 500.
Prosigo con la historia de estas caritas que se están devorando los matices de las palabras. A fines del XIX, la revista satírica Puck publicó los primeros cuatro emoticones tipográficos, y a partir de este lanzamiento, el gran escritor del género extraño, Ambrose Bierce, autor del infaltable Diccionario del diablo, propuso a principios en 1912 una nueva forma de puntuación, además del punto y coma, el punto seguido, los dos puntos, que llamó: “el punto de risa”. Y lo diseñó con una línea en forma de balsa, a la manera de una boca sonriendo. Aquí me detengo para diferenciar la creación de un punto, con respecto a la aniquilación de una palabra. Y sobre todo tratándose de un punto que podríamos reivindicar. Si existen los puntos suspensivos para lo indeterminado, el de interrogación para las preguntas, el exclamativo para festejos o exaltaciones… ¿Por qué no habría de existir el punto de la risa propuesto por Bierce para lo que culmina en carcajada?
Muchos años después, alguien se percató de que los signos de puntuación también podían leerse como imágenes. Recién en 1982 se incluyó el uso de la secuencia de caracteres para dar cuenta de estados de ánimo: dos puntos y paréntesis de apertura para la tristeza:( y dos puntos y paréntesis de cierre para la alegría:).
Pero es en el siglo XXI cuando ocurre la avalancha de los emoticones. La palabra ya suena algo infantil, parece poco serio comunicar un sentimiento con una carita dibujada ni siquiera trazada por uno mismo. Puede servir para alivianar una frase pomposa o volver más informal una propuesta o contestación. En sí misma, es una condensación algo obtusa, una especie de ecuación de sentimientos. Ícono + emoción = emoticón.
Nicolas Loufrani, otro de los contados visionarios del negocio de las nuevas plataformas, CEO de la empresa Smiley, aprovechó la tendencia del uso de la puntuación en el campo expresivo para lanzar la campaña de las famosas caritas Smiley que patentó ¡en más de cien países! Después llegó la invasión en remeras, stickers, películas, tatuajes, hasta que se instalaron en los programas de los celulares y computadores. La fila “anímica” de todos los emoticones posibles, los mismos que ahora estuvieron interceptando la escritura de este artículo.