Hay algo que también distingue a esta Selección, a este momento histórico y feliz que encabezan Lionel Messi y Lionel Scaloni, dos protagonistas que anoche, en Miami, no estuvieron en la cancha. ¿Qué es eso que nos distingue? La sonoridad de cada partido del equipo. Sonoridad no es solo el “Muchachos”, la canción-símbolo de esta era, sino algo más grande, quizás intangible, pero evidente: convertir cada estadio, por más lejos que esté, en el Monumental, la Bombonera o el Madre de Ciudades de Santiago. Jugar de local en Qatar, en China o en Estados Unidos. Si es como dicen que esta Selección une, esa unidad global también habría que incluirla o teorizarla.
Es principalmente el sonido ambiente compuesto por canciones, atmósfera y gritos, y también el color, esa marea de camisetas celestes y blancas que anoche, en un partido para probar y estimular a los suplentes, hizo de Miami su lugar en el mundo.
Las 65 mil personas que llenaron el Hard Rock Café Stadium vivieron y sintieron eso, pero empezaron a sentir que valía la pena estar ahí en el segundo tiempo, cuando el partido abandonó la abulia de la primera parte, que casi no tuvo situaciones en los arcos y tampoco tuvo el nivel de juego al que nos acostumbra la Scaloneta.
Pero como si el entretiempo hubiera sido un reseteo, la Selección salió al campo y enseguida cambió la actitud, la circulación y el funcionamiento. Angelito Di María hizo lo que por lo general hace Messi (es decir, una asistencia exquisita, de primera, una perla para ver en loop) y Lautaro Martínez definió suave, picándola.
Lautaro es, hasta ahora, el jugador de la Copa América. Así como en el Mundial quedó del otro lado, en este torneo es protagonista: cuatro goles en tres partidos. Porque después del primero, sobre el final hizo el segundo de una manera similar: picándola, luego de pelearla cómo le gusta a él, toreando.
Los últimos minutos fueron la demostración de que en el otro vértice del equipo, el Dibu Martínez tiene un ángel, o una bendición, o algo así: porque cuando no la saca, como hizo con un tiro de lejos que se metía en el ángulo, el palo lo ayuda, como sucedió con un cabezazo que hizo que la pelota recorriera toda la línea del arco. Es el destino de nuestro arquero, y quizás el destino de esta Selección.
