En los últimos veinte años se inició una nueva etapa de la historia, porque en este escaso período de tiempo, se dieron transformaciones más radicales que todas las que se produjeron desde el origen de nuestra especie. Esta revolución tecnológica, se acelera todos los días. La ciencia evoluciona de manera exponencial, produciendo un proceso de cambio que nos es difícil entender. Si comparamos la realidad actual con la de hace cincuenta años, podemos comprender porqué nos es completamente imposible imaginar cómo será el mundo de fines del siglo.
Yuval Noha Harari dice en Homo Deus, que terminamos el siglo XX con más poderes que los dioses hindúes y griegos, y que seguramente terminaremos el siglo XXI con poderes semejantes a los de los dioses monoteístas. No solo cambiamos la realidad que nos rodea, sino sobre todo el interior de nuestras mentes y la forma en que nos situamos en el mundo.
Jorge Wagensberg, un eminente físico catalán, publicó varios libros esenciales para entender el mundo en el que vivimos, entre los que estuvo El pensador intruso, el espíritu interdisciplinario en el mapa del conocimiento, en el que explica que nos situamos en la realidad con paradigmas que ayudan a que produzcamos conocimientos y nos orientemos en la realidad, pero que al mismo tiempo, limitan nuestras posibilidades de comprender el cambio. Si nos encerramos en el horizonte de una especialidad, sin explorar otras áreas del conocimiento, no podemos trabajar de manera creativa ni siquiera en nuestra propia disciplina. Wagensberg cree que en la sociedad contemporánea, necesitamos tener el espíritu de un pensador intruso que se mueve de una disciplina a otra, más por la aventura del gozo intelectual, que por encontrar tranquilidad arribando a verdades permanentes.
Los pensadores intrusos, gracias al talento interdisciplinario, navegan entre distintos paradigmas, y los usan alternativamente. Su falta de previsibilidad hace que los académicos especializados, los ataquen diciendo que son superficiales, ingenuos, inconstantes, faltos de rigor. Pero con su forma de trabajar pueden entender un mundo en el que las barreras entre las ciencias se derrumbaron, y en el que lo único permanente es el cambio. En su método, los pensadores intrusos escogen más la oportunidad de una utopía que una promesa de verdad.
La misma línea sigue el texto La educación de los niños de Harari, que plantea cómo debería ser la educación de los niños actuales para que tengan éxito en 2050. Es un texto importante que se puede encontrar en la red.
Dice Harari que todas las historias tradicionales se están desmoronando, y que no ha surgido ni va a surgir un relato que pretenda ser eterno, una historia única que pretenda reemplazarlas. ¿Cómo podemos prepararnos nosotros mismos, y preparar a nuestros niños para vivir en un mundo signado por transformaciones imprevisibles e incertidumbres radicales? Lo que vivimos no es un bache que se superará volviendo al pasado; el desarrollo de la tecnología ahondará la imprevisibilidad del futuro.
Desgraciadamente es imposible tener idea de cómo será el mundo en 2050, y mucho menos en el 2100 y por eso no podemos saber qué será lo adecuado para vivir en ese momento. Los humanos nunca fueron capaces de predecir el futuro con precisión, pero desde que se desató este proceso de cambio, eso es simplemente imposible. No solo podemos transformar todo lo que está a nuestro alcance, sino que la tecnología nos permite diseñar cuerpos, cerebros y mentes. No podemos estar seguros de nada, ni siquiera de cómo seremos nosotros mismos en pocos años.
Hace mil años, en 1025, la gente no sabía muchas cosas sobre el futuro, pero sabía que no sería demasiado distinto de lo que vivían: no era posible que cambiaran las características básicas de la humanidad. Si alguien vivía en China en 1025, sabía que para 1050 el Imperio Song podría colapsar, los khitanos podrían invadir el norte, y las plagas podían matar a muchos, pero no podía dudar de que, en el futuro, la mayor parte de la gente seguiría trabajando como granjero o tejedor, los gobernantes seguirían reclutando el personal de sus ejércitos y burocracias, los hombres seguirían dominando a las mujeres, la esperanza de vida seguiría siendo de unos cuarenta años, y el cuerpo del ser humano seguiría siendo exactamente igual a lo que era en ese momento.
En contraste, hoy no tenemos idea de cómo serán China o el resto del mundo en 2050. Hace cinco años no habríamos imaginado que Estados Unidos se podía aliar a Rusia para atacar a la OTAN. No sabemos qué hará la gente para vivir, ni cómo funcionarán los estados, ni cómo serán las relaciones de género.
Para prepararse para el mundo de 2050, el niño actual necesitará más que prepararse para inventar nuevas ideas y productos, le será indispensable aprender a reinventarse todo el tiempo a sí mismo.
Es seguro que la gente vivirá mucho más que ahora, y que el cuerpo humano será distinto, gracias a la bioingeniería. El cerebro se modificará por el uso de interfaces directos con los ordenadores. Probablemente la mayor parte de lo que aprenden hoy los niños en las escuelas, no servirá para nada dentro de veinte años, cuando los que hoy entran en la escuela se gradúen como profesionales.
Con la concepción actual de la educación, la mayoría de profesores abarrotan el cerebro de los niños con información. En el pasado, esto pudo tener sentido, porque la información era escasa, no se habían desarrollado la radio, la TV, los diarios, y las bibliotecas públicas eran escasas y difíciles de manejar.
Actualmente estamos inundados de información. Tenemos en el bolsillo todos los conocimientos que pudieron almacenarse, en todas las bibliotecas que han existido en la historia de la humanidad. Hay tantas cosas que están a un clic de distancia, que es difícil procesar los datos. Para la mayoría es aburrido estudiar, pensar. Cuando alguien quiere conocer con seriedad la política o la ciencia, es algo tedioso. Resulta tentador más bien ver videos divertidos de gatos, chismes de celebridades o pornografía. Por eso la mayoría de los electores toma sus decisiones políticas orientada por lo que conversa con sus amigos, que tienen su mismo nivel de información. Son pocos los que entran a YouTube o al Google para estudiar programas o teorías.
Todos los seres humanos tienen mucha información, pero poca formación para comprender la diferencia entre lo que es importante y lo baladí y, sobre todo, para aprender a combinar muchos bits de información para elaborar una imagen comprensiva del mundo.
En la medida en que lo extraño, lo novedoso, lo impredecible, se convierten en la nueva normalidad, las experiencias pasadas, tanto individuales como las de la humanidad, parecen guías menos confiables. Se tiene la peligrosa sensación de que la historia no sirve para nada.
Los seres humanos como individuos y la humanidad en su conjunto, van a tener que lidiar cada vez más con cosas nuevas como máquinas con capacidades humanas, computadoras cuánticas, la inteligencia artificial, cuerpos diseñados científicamente, algoritmos que manipulan las emociones, y la necesidad de cambiar de profesión cada década. ¿Qué puede ser lo correcto cuando enfrentamos situaciones que no tienen precedentes? Cómo hacer para vivir en un mundo en donde la profunda incertidumbre no es un incidente casual, sino la característica dominante?
Para sobrevivir y prosperar en una realidad así, se necesita flexibilidad mental y grandes reservas de equilibrio emocional. Es necesario aprender a abandonar, muchas veces, parte de lo que mejor conocemos, y aprender a sentirnos en casa con lo desconocido.
Las herramientas tecnológicas nos comprenden cada vez mejor, las máquinas pueden almacenar más datos y procesarlos mejor que nosotros y por eso es posible que terminemos sirviendo a la tecnología, en lugar de que sea ella la que nos sirva.
En este mundo efímero y superficial, la profundidad del conocimiento, el estudio, el pensamiento, la historia, no han dejado de existir. La historia no es un recuento del pasado, es el estudio del cambio que nos permite saber hacia dónde ir. No debe ser un inventario del pasado sino algo que puede dar sentido al conjunto de lo que vivimos. Estos son los elementos que nos pueden diferenciar y dar hegemonía sobre las máquinas.
Es necesario que en la mesa estratégica de una política o de un gobierno, estén personas con distinta formación académica, y variadas experiencias de vida. La heterogeneidad de los puntos de vista enriquece el razonamiento. Si en la mesa hay sólo hombres, abogados, políticos que militaron juntos toda la vida, de la misma edad, que han viajado poco, que tienen la misma visión del mundo, la campaña está en problemas. Podrían concluir que Argentina será la primera potencia del mundo cuando consiga mantener la inflación de Paraguay en las últimas décadas, o que los grandes problemas del mundo se resuelven construyendo resorts turísticos en Gaza y Crimea. A veces los mandatarios que surgen del espectáculo, solo son capaces de armar más espectáculo.
Para construir una alternativa que sirve a la gente, hay que combinar los conocimientos de políticos experimentados, que saben el arte de la política, con los de otros que se ponen al día en varias disciplinas. Para hacer buena política hay que conocer lo que ocurre con todas las ramas del conocimiento y la tecnología.
Si trabajamos en una campaña con el método científico, debemos considerar todas las hipótesis, examinar los hechos desde todos los ángulos, sin rechazar a priori ninguna teoría, aunque contradiga nuestras creencias. Solo así podremos conocer cuáles hipótesis son las que explican mejor lo que ocurre, y sobre todo, cuáles nos ayudan a encontrar pautas de acción eficientes para conseguir la realización de nuestras metas.
La democracia del espectáculo puede permitir que cualquier improvisado gane las elecciones, pero es fundamental la formación intelectual de los dirigentes para afrontar un mundo tan difícil como el que vivimos.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.