Asistimos a una sociedad difícil de interpretar, si bien hay indicios culturales tradicionales de clase, ideología o religión, hace un tiempo ya que se ha instaurado el antagonismo discursivo como formato de vinculación comunicacional y social. Cada mensaje es sometido a un mirada contrastante, evaluatoria, lo que nos habla de juicios permanentes, y diversos filtros para finalmente emitir un dictamen, tan monocromático como sensible.
La agenda de temas tanto políticos como sociales, y los mensajes que de allí emanan, tienen este efecto poderoso de posicionamiento que se asemeja más a conductas de hincha de fútbol, que a simpatías partidarias. Los enfrentamientos verbales, la mayoría de las veces en territorio virtual, son moneda corriente, que no busca la construcción, sino el avasallamiento. Desde el uso de la tarjeta alimentaria, hasta el uso del lenguaje inclusivo producen este efecto. En definitiva, es política, simbólica y fuerte. Quizá el fondo no haya cambiado, lo que cambió son las formas. Las redes sociales son un terreno convertido en agenda pública donde se somete a discusión y valoración, estos clivajes, con el aliciente emocional, porque todo lo que allí se comunica está cargado de las propias subjetividades embebidas en valoraciones personales.
Cuando hablamos de derechos, pareciera ser a priori, que la sociedad en su conjunto está de acuerdo en que son un nervio vivo de las democracias; ahora cuando estos pasan del plano simbólico a realidades tangibles, ya el consenso deja de existir dando lugar a diferentes manifestaciones antagónicas donde se observa hasta cierta anomia social. Emile Durkheim, en su libro La división del trabajo en la sociedad, utilizó por primera vez el término anomia, y describía como su principal causa, la falta de alineación entre los intereses del individuo y la sociedad, en esa disociación la toma de posición es ineludible para los receptores de los mensajes. Si bien la anomia muchas veces refiere a conductas “antisociales”, en esta sociedad verborrágica que juzga al emisor y mata al mensaje, al menos observamos la hostilidad responsiva.
En este contexto, lo que dijo Alberto Fernandez días pasados respecto al rol de las Fuerzas Armadas no escapa a esta lógica, en el marco de la defensa del paradigma de derechos humanos, la sensibilidad escala junto con las palabras y las emociones. El Presidente lo sabe, y pidió disculpas por no expresarse correctamente. Es que pasado, presente y futuro en cuestiones tan identitarias y profundas de nuestra historia, son un tándem que nos interpela siempre. Quizá la intención haya sido solo una arista vinculada con el tiempo futuro, para poder resignificar el rol de las mismas, algo que de por sí genera debates acerca de sus funciones. La comunicación del Presidente no es una acción más, son los títulos de todos los días, un foco continuo de atención.
Sabemos que las políticas de derechos humanos son una conquista necesaria, como la memoria colectiva, y pilares de nuestra democracia, como identidad y como prevención, quizá acaso por ello mismo es que el mensaje debe cuidarse, entre los marcos y contexto, ya que del otro lado, hay una sociedad sensible, despierta y abierta a mostrar su opinión, en blanco y negro.
Todo mensaje emitido por un gobernante, forma parte de una narrativa de gobierno, un relato que se construye con símbolos y valores, en este caso, luego de las críticas el propio Presidente hizo su descargo vía Twitter de modo personal, como desmarco, a modo de explicación y reafirmación de los valores del Gobierno, porque también los consensos de las palabras construyen un tramado de sustentabilidad necesaria que no debe subestimarse.
*Politóloga - Especialista en Comunicación Política (@barbaritelp).