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La imagen justa

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La imaginación no es solo asunto de poetas trasnochadas y de artistas ebrios. Existe algo como la “imaginación pública”, donde se juegan nuestros destinos personales y donde se cocinan los más graves acontecimientos políticos. Los dos grandes paradigmas interpretativos del siglo XX, el freudismo y el marxismo (o si se prefiere: el psicoanálisis y la teoría crítica revolucionaria) pusieron a lo imaginario en su lugar, el lugar de la conciencia falsa, el lugar de las identificaciones narcisistas.

Así, puestos a actuar, lo primero es quitar las capas de falsedad para llegar a lo real tal cual es. Es lo que está sucediendo en Venezuela, donde un régimen agónico acusa a sus enemigos de falsear la realidad (de sostener una conciencia falsa) y prepara un vasto movimiento de depuración.

Hay, además de los dos paradigmas antes mencionados, un libro capital sobre la imaginación, que contiene y supera a ambos: Lo imaginario (1940), donde Jean-Paul Sartre distingue de manera fundamental la imagen y la percepción como dos actitudes irreductibles de la conciencia: ambas se excluyen entre sí, porque una conciencia imaginizadora está acompañada del anonadamiento de una conciencia perceptiva. No puedo a la vez “imaginar” y percibir. El segundo punto es que hay una “vida imaginaria” en la que me irrealizo en la convocatoria de las imágenes o en las imágenes que me sobrevienen en un “espasmo de espontaneidad”. El tercer punto es que un objeto en imagen se designa como una “falta definida”: una pared blanca en imagen es una pared blanca que falta en la percepción. El “no ser ahí” es su cualidad esencial, y lo irreal no es solo el objeto, sino todas las determinaciones de espacio y tiempo a las que está sometido y que participan de esa irrealidad. El cuarto punto es lo que Sartre llama “pobreza esencial” de los objetos en imagen que, a raíz de ello, pueden satisfacer dócilmente sin decepcionar jamás. Quinto punto: la imagen es una nada, condición esencial para que la conciencia pueda imaginizar, es decir, negar lo Real, plantear una tesis de irrealidad. Sexto punto: al postular la imagen, postulo también el mundo como nada, lo anonado, y esto es la posibilidad constitutiva de la libertad. Así, la nada es la materia de la superación del mundo hacia lo Imaginario. Para Sartre el verdadero problema es la libertad, y su tesis es que el hombre imagina porque es trascendentalmente libre.

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Pero tal vez convenga desplazar la definición de lo imaginario del ámbito de la libertad (que se ha transformado hoy en una coartada) al ámbito de la potencia para, al mismo tiempo, devolver a la imaginación toda su fuerza presubjetiva: venimos a un mundo ya saturado de imágenes, un mundo que es él mismo una imagen y es en esas tensiones imaginarias donde los sujetos se constituyen como tales. Las imágenes, lo queramos o no, nos preceden en el mundo.

Para cualquiera llega un momento en el cual debe expresar un “Yo puedo” (actuar en relación con las guerras en Oriente Medio y en Ucrania, o la descomposición venezolana, a propósito de la pérdida de capacidades lectoescritoras de la infancia argentina, en una situación familiar desesperante, lo que sea), que no refiere a alguna certeza o a una capacidad específica (el poder) sino, más precisamente, a una demanda absoluta. Más allá de todas las facultades, este “Yo puedo” no significa nada, salvo la marca de qué es, para cada uno de nosotros, quizá la más dura y desgarradora experiencia posible: yo puedo sobrevivir, yo puedo salvar, yo puedo convivir, yo puedo superar. Esa es la experiencia (imaginaria) de la potencia.

La potencia no es simplemente no-Ser todavía, simple privación, sino la presencia de una ausencia. Tener una imagen de lo posible significa que hay una privación y lo que nos constituye es tanto la privación como la imagen de lo posible que adviene en y por la privación.

La potencialidad es el modo de existir de la privación. Ser potencial (como lo son, ejemplarmente, las artes) significa ser en la propia falta, estar en relación con la propia incapacidad. La potencia y la imaginación son en sí mismas inoperantes, pero puestos a hacer algo mejor es tener por delante una imagen justa y bella. El mandato sartreano que todavía no queremos o no nos atrevemos a cumplir podría sintetizarse como: devolver a lo imaginario su potencia de futuro.