COLUMNISTAS
UN TIEMPO NUEVO

La ignorancia en el poder

En la sociedad surgida con la tercera revolución industrial, los programas de gobierno y los discursos ideológicos no sirven para conseguir votos. Algunos de los líderes actuales no respetan las instituciones, que ignoran y consideran obsoletas. Sin embargo, para que un proyecto político tenga consistencia es necesario que sus dirigentes tengan formación política y académica. Y una visión amplia de los problemas del mundo. Esta semana vimos el enfrentamiento de un conductor de un reality show (Donald Trump) con alguien que supo ser un gran humorista de la televisión y se ha curtido en la lucha por la independencia de su patria (Volodimir Zelenski). Rusia, EE.UU. y la difícil transición a la sociedad del espectáculo.

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Vladimir Putin y Donald Trump. Los dos líderes comparten sus supersticiones. Los Estados Unidos y Rusia, en una rara alianza. | AFP

La nueva era política que se ha impuesto en el mundo es totalmente distinta a la que vivíamos hace veinte años. En muchos casos ganan las elecciones presidenciales los candidatos más estrafalarios, los que menos se parecen a los líderes tradicionales.

A veces esa falta de conexión con la lógica formal pasa de lo comunicacional a lo de fondo. No solo se comunican usando mecanismos modernos, sino que algunos de estos líderes no respetan instituciones que ignoran y a las que consideran obsoletas. Cuando pierden las elecciones, no vacilan en patrocinar un golpe de Estado, rompiendo la democracia y la Constitución, como hicieron Trump en 2020 o Bolsonaro en 2023. No es un problema ideológico de adherir a la izquierda o la derecha, sino de cultura política y desconocimiento de la historia. La falta de respeto por las instituciones llevó también a Pedro Castillo a intentar un golpe de Estado bizarro en Perú.

La verdad es que en la sociedad surgida con la tercera revolución industrial los programas de gobierno y los discursos ideológicos no sirven para conseguir votos. La política se ha convertido en un espectáculo en el que importan más los memes y los shows de televisión que las exposiciones académicas. Esto permite ganar elecciones y tener una adecuada comunicación de gobierno, como se demostró en los 16 años de administración del PRO de la Ciudad de Buenos Aires, que empezaron en 2007, y los dos primeros años de la presidencia de Mauricio Macri, cuando logró un triunfo importante en las elecciones intermedias, antes de que se derrumbara la lira turca.

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Sin embargo, para que un proyecto político tenga consistencia es necesario que los líderes tengan formación política y académica. Aunque para conseguir votos mantengan un reality show y frían papas en un McDonald’s, necesitan tener una visión amplia de los problemas del mundo, para la que es indispensable una base de formación académica.

Esta semana vimos el enfrentamiento del conductor de un reality show, que confunde la política mundial con un negocio inmobiliario, con alguien que supo ser un gran humorista de la televisión, y se ha curtido gracias a la lucha por la independencia de su patria, en la que ha empleado su habilidad de comunicador.

Trump tiene una visión simplista de la política: cree que para que sea más grande “América”, hay que invadir los territorios próximos, aunque eso lo lleve a enfrentarse con todos sus aliados.

La pretensión de anexar Groenlandia es un disparate fruto de su ignorancia. En el siglo X, cientos de años antes de que otros europeos llegaran a América, los nórdicos, conocidos como vikingos, se expandieron desde el Báltico hacia el Occidente, colonizando Islandia, y Erik Thorvaldsson descubrió y se instaló en Groenlandia en el año 982. Los colonizadores de la Tierra Verde pertenecían al Reino de Noruega y Dinamarca, y cuando se separaron la isla quedó bajo la soberanía danesa. Decir que vamos a “recuperar” Groenlandia es absurdo, porque era danesa ochocientos años antes de que aparecieran los Estados Unidos.

Pasa lo mismo cuando Trump trata de terminar con la Guerra de Ucrania repartiendo terrenos. Los nórdicos, en esa misma época, formaron la Rus de Kiev, una federación de tribus eslavas orientales que se extendía desde el Báltico hasta el Mar Negro. Se llama así por el nombre del líder nórdico que la dirigía, Al Rus. El gentilicio ruso tiene origen nórdico.

En la Rus de Kiev se instaló la dinastía rurika en al año 862, que extendió su soberanía a Novgorod, que sería el centro de lo que hoy se llama Rusia. La cultura eslava de la región terminaría generando tres culturas, que hablan un idioma semejante pero distinto, como lo es el castellano del portugués. Estas fueron la Rusia original que tomó el nombre de Ucrania, Bielorrusia y la Rusia con capital en Moscú.

Bajo la misma dinastía originalmente nórdica, Rusia creció, conquistó a otros países, su monarca asumió el título imperial de César, Zar de todas las Rusias. El país, que contaba con una amplia posición en el Pacífico, siempre quiso contar con puertos que le abrieran el camino del Atlántico. Para eso pretendió anexar a países como Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y otros de la Europa oriental.

La política de instalar ciudadanos de cultura rusa en diversos puntos del mapa para anexar esos territorios fue normal para los rusos. La península de Crimea, en el Mar Negro, quedó anexada a Rusia a fines del siglo XIX, después de la Guerra de Crimea. Hasta la Segunda Guerra Mundial estuvo habitada por tártaros, que simpatizaron con el eje y por eso fueron perseguidos por Stalin al terminar la guerra. Los rusos persiguieron a los tártaros, los ubicaron en otros sitios de Asia, repoblando la península con ciudadanos de cultura rusa.

Que Ucrania entregue territorios no es cosa de real estate, como cree Trump

Cuando existía la Unión Soviética, uno de sus mandatarios, de origen ucraniano, Nikita Jruschev, dispuso que Crimea perteneciera a la República Socialista Soviética de Ucrania. Hace pocos años, Rusia patrocinó una consulta para que los rusos que había instalado en Crimea decidieran a qué país querían pertenecer. Obviamente, escogieron asociados a Todas las Rusias, cosa que Moscú aceptó de inmediato, aunque no fue reconocido por la comunidad internacional.

Ya antes los rusos habían hecho algo semejante con la capital de Prusia Oriental, Koenisberg, la tierra de Kant. Mientras duró la ocupación de Europa oriental, expulsaron de la zona a todos los alemanes e instalaron una población rusa que quiere seguir siendo rusa y forma Kaliningrado, una república rusa con salida al Báltico, que no está conectada a la Rusia continental, pero es su puerto hacia Occidente.

La misma política de instalar rusos en otros países que pertenecieron a la URSS es base de múltiples conflictos en la región y es una forma de actuar propia de los rusos desde el tiempo de los zares.

También la política expansionista rusa tiene una vieja tradición. En 1939 los soviéticos intentaron anexar el Estado Báltico, que se defendió heroicamente a pesar de ser tan poco poblado. De todas formas, tuvo que ceder el 11% de sus territorios para conseguir la paz.

Toda la Europa oriental experimentó la ocupación del Ejército Rojo durante décadas, y el odio y la suspicacia hacia Moscú son enormes. En alguna ocasión, en Budapest nos negaron el servicio simplemente porque una dama que estaba en nuestro grupo habló unas frases en ruso. El mesero dijo aquí no servimos nada a rusos.

Que Ucrania entregue territorios para hacer la paz con Rusia no es un tema de real estate, como cree Trump. Durante siglos Rusia ha sido un vecino peligroso y nunca ha cumplido sus acuerdos de paz. Cuando se disolvió la Unión Soviética, Ucrania entregó sus armas nucleares a Rusia, con el compromiso de que nunca la atacaría. Después, argumentando que respeta lo que disponen los pueblos, Rusia invadió Ucrania porque los rusos asentados en su territorio querían estar bajo el dominio se Moscú.

Putin no es un psicópata. Es un típico monarca ruso. Así ha sido siempre su cultura política, primero con los zares y después con los líderes proletarios que fueron emperadores menos educados. De hecho, Gorbachov fue el primero de ellos graduado en una universidad y fue quien pretendió un tránsito a la democracia imposible.

La democracia es una institución occidental y el respeto a la diversidad y a las mujeres son valores superiores, que no entienden bien algunos campesinos de los Apalaches, ni vendedores de terrenos que suponen que un problema tan grave como el de Medio Oriente se soluciona expulsando a dos millones de gazatíes a Egipto y construyendo un resort norteamericano en Gaza, con hoteles y edificios Trump como los que aparecen en un video difundido por el presidente la semana pasada.

Ni que hablar de la pretensión de anexar a Canadá como un estado más de la Unión. Canadá es un reino con una historia más antigua que los Estados Unidos, orgulloso de su identidad, uno de los países más modernos de Occidente, con valores liberales.

Elon Musk es otro personaje que integra esta anómala comparsa. Un bóer sudafricano que sufrió la violencia y el bullying de su padre, un bóer que se oponía al apartheid en Sudáfrica. Su madre, más comprensiva con él, fue hija de dos canadienses nazis, pertenecientes a lo que se llamó el Partido Alemán, que emigraron a Sudáfrica porque les gustaba la segregación racial. Su venganza con el padre violento es saludar con el brazo en alto, pedir en Alemania que el partido nazi se integre al gobierno, promover la discriminación en contra de negros y latinos.

La política del espectáculo nos ha llevado a un circo de mal gusto, como el que tiene la ministra de Educación de los Estados Unidos, un circo de lucha libre en el que una serie de hombres violentos se enfrentan en peleas que en realidad son una farsa para conseguir dinero.

Ni que decir del intento del renombre del tan tradicional Golfo de México con el de Golfo de América, la amenaza de “recuperar” el Canal de Panamá, los aranceles en contra de los países de la región o el chantaje económico para conseguir ventajas.

Estados Unidos enfrentado a la OTAN, supersticiones primitivas que persiguen a las vacunas, ideas oscurantistas sobre la sexualidad y la vida, ponen al país, que hasta hace pocos meses parecía el líder de Occidente, en una rara alianza con Rusia, cuyos gobernantes actuales comparten sus supersticiones.

Putin es un religioso fanático que usa al patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa para sus políticas de expansión; el desplazamiento de tártaros y alemanes en Crimea y Kaliningrado inspira a Trump para su delirio de expulsar a los islámicos de Gaza y hacer de esta franja un territorio más de la Unión.

La ola de antipatía que ha desatado Trump afecta a los Estados Unidos y a todos los que mantienen ideas democráticas, que pueden confundir su ignorancia con los ideales democráticos.

Vivimos una transición difícil a la sociedad del espectáculo, que hace más necesario que nunca la formación académica y el uso de la lógica.

Cierto que se pueden ganar elecciones haciendo juegos en el Tik Tok, pero es indispensable perder el tiempo pensando.

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.

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