Aunque con sus influencers, streamers y pedagogos, el universo K (kirchnerismo, kicillofismo) dé la sensación de ir al ritmo de los tiempos que corren, no es necesariamente así. El triunfo de Milei y la posterior tolerancia social a sus maniobras prueban el anacronismo. Pero quienes ofician de soporte intelectual y comunicacional de una oposición nostálgica de sus años en el poder se limitan a repetir discursos que el grueso de la sociedad ya descartó, y a reaccionar contra las arengas del Gobierno, sin trazar una agenda propia verdaderamente renovadora. Esta actitud derrotista parece, como interpretó el sociólogo Diego Vecino en Substack, obra de un guionista más afín a los intereses de Santi Caputo que a los del “campo popular”, volcado, como la evidencia indica, hacia otros horizontes.
Al no blanquear su pertenencia a lo que la filósofa norteamericana Nancy Fraser denomina “neoliberalismo progresista”, al aparato comunicacional K no le queda más que seguir promoviéndolo como la única alternativa, a veces con la picardía de darle pátinas de nacionalismo, tolerancia a quienes “votaron a la ultraderecha por ignorancia”, o de repetir la palabra “soberanía”, pero sin convencer más que a los convencidos y sin esbozar alguna línea de acción a tono con lo que viene pasando local e internacionalmente.
Insistir con lo que parece haber nacido bajo la ley de la obsolescencia programada y stalkear al enemigo con la obsesión de una expareja es un negocio para pocos. ¿No sería más inteligente dirigir los recursos gastados en conversatorios, pedagogías y lucha virtual –que en general gana el oficialismo– hacia algo que conecte con las aspiraciones reales de los votantes? ¿O es que el universo K va a terminar por conformarse con tener la representatividad de un Centro Cultural?
La hipótesis de la idiotez, si bien plausible para el influenciariado, es menos comprobable en la dirigencia –muy pilla, aunque a veces no lo parezca– por lo que podríamos empezar a manejar otras, como, por dar un ejemplo, la funcionalidad. Para quienes todavía tienen fe en los políticos argentinos, puede parecer demasiado conspirativo, pero trabajar para la derrota nunca es gratis. Y, al menos por ahora, los que más se empeñan en esa extraña tarea no son los libertarios.