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La hija de Himmler

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El 23 de mayo de 1945, minutos después de que el arquitecto del Holocausto, número dos del Tercer Reich, creador de los escuadrones de la muerte y organizador de los campos de concentración y exterminio muriera al morder la cápsula de cianuro que guardaba en una muela, los soldados británicos fotografiaron y filmaron su cadáver y realizaron una máscara fúnebre de yeso para obtener una impresión mortuoria.. Para no convertirlo al Reichsführer Heinrich Himmler en objeto de nostalgia y peregrinación de nazis nostálgicos, lo enterraron en una tumba sin nombre. El sitio nunca fue revelado y ese ocultamiento parece haber exasperado a su hija Gudrun, que pasó toda su vida negando el infierno que diseñó su padre por encargo de Hitler. 

Ella sola se ocupó de defenderlo, ya que la gran mayoría de sus conmilitones lo repudiaba por haber “traicionado al Führer” cuando intentó negociar la rendición con las fuerzas aliadas y presentarse como la salida razonable del régimen. “La traición, señor, es cuestión de fechas”, le escribió inolvidablemente Talleyrand a Napoleón. Alta política. Quizá el propósito sucesorio de Himmler se adelantó o retrasó un par de días, quién lo sabe, y ahí perdió su eficacia. Más ajustado a su propósito había estado antes, cuando condujo “científicamente” a millones de personas al matadero. Rubia y de ojos azules, destinada a casarse con un hermoso ejemplar de las SS, “Püppi” o “Püpperlein” (así la llamaba papi), escribió cartas de lectores a todos los diarios, dio charlas, organizó actos, hizo toda clase de gestiones para “limpiar” la memoria de Himmler.  Podía haberlo tenido por víctima de las circunstancias, como ejemplo de ceguera ante el fanatismo. Pero Gudrun Margarete Elfriede Emma Anna Himmler de Burwicz prefirió tomarlo por un héroe y dedicó sus energías a la exaltación personal y a la difusión de las ideas que lo habían vuelto un asesino a gran escala. Sensibilidad no le faltaba. De niña anotó en su diario: “Hoy hemos estado paseando por el campo de concentración de Dachau y papá me ha enseñado la huerta donde crecen las lechugas y los cereales. Después hemos visto los cuadros que han pintado los prisioneros. Eran todos muy bonitos. Al final hemos almorzado muy bien”.

En 1951, cuando contaba con 32 años, la hija de Himmler pasó de la veneración filial y el relato de la exculpación histórica derechito a la acción política. Se unió a Stille Hilfe, una organización de ayuda furtiva a exmiembros de las SS detenidos, condenados o fugitivos. También financió personalmente a alguno que otro exguardián de campo de concentración. Esa devoción por los pobres torturadores desocupados y buscados por la Justicia alemana de posguerra le valió el sobrenombre de “Madre Teresa de los nazis”. Cualquier trasposición de esta gesta individual puede resultar exagerada, pero viendo hacia dónde va el mundo, podríamos decir que la resurrecta causa nazi le debe mucho a esta abnegada defensora del nombre de su padre y de los asesinatos a escala industrial. Püppi murió no hace mucho: el  24 de mayo de 2018.

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