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La hegemonía brasileña: algo más que plata

Gabriel Milito y el festejo del Mineiro ante River.
Gabriel Milito y el festejo del Mineiro ante River. | AFP

Desde comienzo de siglo hasta la actualidad, entre el fútbol brasileño y el argentino se fue abriendo una brecha cada vez más infranqueable. Hace veinte años casi no había diferencias en cuanto a poderío económico y nivel competitivo. Por ejemplo, Internacional de Porto Alegre en 2004 no contaba con mejor infraestructura que Vélez. Por el contrario, varios clubes argentinos estaban por encima del gigante colorado.

En estos momentos, entre las dos mayores potencias sudamericanas a nivel de clubes se generó una grieta que incluye resultados, pero también los excede. Una grieta multicausal.

Puede pensarse que la pandemia de Covid-19 fue un golpe que afectó globalmente a los clubes de fútbol, pero en la Argentina, con su particularidad de los clubes como sociedades civiles sin fin de lucro, fue peor. Cuando una rueda se para, la que trae menos inercia se detiene antes y lo más difícil es volver a arrancar. Aquí, especialmente golpeados debido a la carencia de un gran capital financiero propio, el arranque fue tortuoso.

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En 2004, el Inter de Porto Alegre no contaba con mejor infraestructura que Vélez. Hoy esa realidad cambió

En la Copa Libertadores es donde se objetiva el dominio apabullante del fútbol brasileño. Si uno repasa la estadística, en el último lustro, de los diez equipos finalistas, nueve son brasileños: la única excepción es Boca en 2023. Por el contrario, en el lustro previo que completa la década antes de la pandemia, solo dos equipos brasileños fueron finalistas: Flamengo en 2019 y Gremio en 2017, mientras que hubo cinco argentinos,  con la final entre Boca y River como ápice.

Hoy, el fútbol brasileño es el más competitivo de América, porque no tenés dos o tres equipos fuertes, tenés once o doce. Eso hace que la liga sea muy competitiva, algo que no pasa casi en ningún lugar del mundo. En Inglaterra, por ejemplo, tenés cinco o seis equipos fuertes; en España, tres o cuatro. Además, esos equipos fuertes de Brasil tienen presupuestos elevadísimos comparados con los del fútbol argentino, por ejemplo, por eso se permiten traer jugadores o mantener a sus estrellas por más tiempo”, afirmó Gabriel Milito, entrenador argentino finalista de la Libertadores 2024 con Atlético Mineiro.

En tiempos donde se discuten bondades y defectos de las sociedades anónimas deportivas (SAD), es innegable que la inyección de dinero empresarial cambió la ecuación, pero eso no es algo nuevo en Brasil. Claramente hay otros motivos que le permitieron al fútbol argentino competir de igual a igual y hoy no están presentes.

Al fin de cuentas ser futbolista es un commodity y las ligas crecen a partir de la compra-venta de jugadores. Mientras en Brasil hay planteles de alto nivel con entrenadores y jugadores extranjeros y brasileños repatriados en un buen momento; en la Argentina hay éxodo de talentos y solo Boca o River pueden llegar a darse el lujo de traer algún jugador argentino o sudamericano de perfil alto.

Otro factor diferencial es la infraestructura. En Brasil hubo un cambio de mirada a partir del Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos Río 2016. Indudablemente, la estabilidad económica y el crecimiento del Brasileirao contribuyó para que los equipos de-sembolsen grandes sumas de dinero en mejorar los espacios de entrenamiento y escenarios. En esta última década, en Brasil, muchos equipos construyeron nuevos estadios (como Corinthians y Gremio) y equipadísimos centros entrenamiento, mientras que en la Argentina casi no se creó nada nuevo.

Otro de los factores es el nivel de competencia interna. Mientras que Brasil posee una primera división con veinte equipos competitivos donde todos juegan por algo y hay doce aspirantes serios a ser campeón, en la Argentina hay equipos que se pasan meses naufragando sin estrés en mitad de tabla. A modo de repaso en el Brasileirao, los seis primeros clasifican a la Libertadores, del 7° al 12° van a la sudamericana y del 17° al 20 descienden. Solo cuatro equipos terminan sin sobresaltos ni logros y deben competir fuerte hasta la última fecha.

Mientras tanto, en la Liga Profesional de Fútbol, la competencia interna es más débil con veintiocho equipos de realidades disímiles y de los cuales varios al promediar el torneo ya saben que no les alcanza para ser campeón y que no descienden pase lo que pase. Porque en la Argentina, aunque nunca se sabe si hay o no descensos, hay muchos equipos vegetando en mitad de tabla y solo los que están bien arriba pueden aspirar a acceder a una Copa.

Esa falta de competitividad interna es la que hizo que a los equipos de Europa que compran jóvenes talentos ya no les resulta conveniente dejarlos en su club para su desarrollo y prefieren llevárselos a ligas europeas menos competitivas que la propia, pero mejor que la argentina.

La pérdida de competitividad del fútbol argentino es un flagelo para los que lo amamos. Está claro que no se le puede atribuir ni a un virus ni a la escasez de billetes, se trata de una combinación de factores organizativos, estructurales y económicos. Hace veinte años, cuando varios cruzamos la frontera para ir a jugar a Brasil, no era un gran salto. Hoy, por el contrario, desde la Argentina es casi como irse a Europa.