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La guerra de un solo hombre

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Voy a empezar por lo que debería ser el final, simplemente porque detesto los golpes de efecto. Hay un poema que Henri Michaux, Circulando por mi cuerpo, que termina diciendo: “La guerra acababa de terminar y yo dejaba de amurallarme, cuando el miedo, que no espera más que un alivio para aparecer, el miedo entró en mí como una tempestad y desde entonces comenzó mi guerra”.

Vi La guerra de Murphy, un film del británico Peter Yates que nunca había visto, basado en una novela del mismo título del también británico Max Catto (su verdadero nombre era Maxwell Jeffrey Catto), que inexplicablemente nunca se tradujo al español. Se rodó en 1971 en Castillos de Guayana, en el delta del Orinoco, en Venezuela. Un film de baja producción, con solo cuatro actores: Peter O’Toole, Philippe Noiret, Siân Phillips (entonces la esposa de O’Toole) y Horst Janson. Es un film bélico, pero como casi todo film bélico es un film de amor, o de todas esas cosas que son sinónimos de amor; es un film sobre la lealtad, los ideales, el compromiso, la obsesión, el rencor y la venganza: el amor, ya lo dije. El personaje, del que solo conocemos el nombre, es Murphy, un mecánico de un barco mercante británico que es torpedeado por un submarino alemán en el delta del Orinoco. El barco se hunde y todos los tripulantes saltan al agua, pero el capitán del submarino ordena ametrallar a los náufragos. Todos mueren, menos Murphy, que en su agonía logra ver que el submarino se interna en las aguas del Orinoco. Son los últimos días de la Segunda Guerra, se habla de la inminente rendición alemana, y eso tal vez explique la actitud sanguinaria del capitán del submarino: a nadie le gusta perder. Murphy es rescatado por un francés que está a cargo del cuidado de las instalaciones de una empresa abandonada a causa de la guerra, y es llevado al hospital de una misión donde es atendido y curado.

Ocurren muchas cosas en el film, pero sin desviarnos de la línea podemos decir que Murphy se repone, sale en busca de un hidroavión de reconocimiento de su barco que se estrelló en alguna parte del río, lo encuentra, lo repara, aprende a volarlo, busca al submarino y lo encuentra. Entonces vuelve, fabrica unas bombas molotv gigantes y vuelve a donde está el submarino para hundirlo. Pero no lo logra (es muy difícil acertar a un blanco tirando molotovs desde un avión en pleno vuelo), entonces el capitán del submarino, que como todos los nazis es frío y despiadado, manda un pelotón a la misión, que destruye el hidroavión y de paso mata a unos cuantos nativos. Entonces Murphy toma la grúa flotante del francés y avanza hacia el submarino. Pero en ese momento se escucha por radio la voz de Churchill anunciando que Alemania se rindió y que la guerra se acabó. Murphy tira la radio al suelo y sigue avanzando. El mismo capitán alemán, al ver que se acerca tan amenazadoramente, le avisa que la guerra terminó; pero Murphy sigue adelante. El capitán ordena entonces lanzarle un torpedo, que Murphy logra esquivar y que va a terminar en la playa, sin detonar. Los alemanes están aterrados porque se dan cuenta de que Murphy está loco, entonces se sumergen en el Orinoco y encallan. Entonces Murphy vuelve a la playa, engancha el torpedo con la grúa y vuelve al río a buscar al submarino. Una burbuja solitaria le indica el lugar preciso en que se encuentra sumergido, y lanza sobre el submarino el torpedo, matando a toda la tripulación del submarino. A Murphy no le va tan bien, pero eso es lo que pasa con los héroes: siempre mueren.

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Recordé el poema de Michaux cuando el francés le anuncia que la guerra acaba de terminar y Murphy grita: “¡Pero mi guerra no!”. Murphy, sin rendirse al mal, sabe que el mal es el mundo, y que no se puede ganar.