El discurso de odio no existe sin un enemigo enfrente. Por lo tanto, su gestación comienza en la creación de ese enemigo, condición necesaria para la supervivencia de los líderes populistas. A partir de necesidades insatisfechas o de promesas no cumplidas que siembran hartazgo, descontento y resentimiento en la sociedad estos líderes se erigen como los “justicieros” que atenderán las demandas no atendidas y le darán su merecido a los que hacen sufrir al “pueblo”. Ellos son quienes deciden quién es “pueblo” y quién no. Estos últimos son, por fin, el enemigo necesario. La sociedad se fractura, hay un marcado “ellos” y “nosotros”. La gente de bien y los malignos. Hay que fogonear permanentemente esta división, impedirle decaer. Allí nace el discurso de odio. Nace desde el poder ejercido por el líder populista. Este puede ser de derecha o de izquierda (términos cada vez más ambiguos). Unos y otros terminan por compartir una misma esencia. Maduro y Bukele, Trump y Putin, Orban y Meloni, Milei y Cristina. Eso les permite, en muchos casos, negociar entre sí. Mientras tanto, no dejarán de echar leña al fuego del odio. Para que ellos cumplan sus fines la sociedad debe permanecer enfrentada, carente de una visión común y convocante. Los mecanismos republicanos y democráticos suelen ser un estorbo, salvo cuando puedan valerse de ellos para boicotearlos desde adentro. Democracia es aceptación y respeto de la diversidad.
“El líder populista es quien define a los protagonistas y antagonistas, teje el relato y propugna una meta política como final deseable a alcanzar”, explica Francisco Collado, profesor de Sociología de la Universidad de Málaga, en un artículo publicado en la revista digital Bloghemia. A su vez Chris Tucker, director ejecutivo de Sentinel Project, ONG canadiense que monitorea el paso de la violencia verbal a la violencia física a partir del discurso de odio en las redes, estima que entre la incitación al odio y la desinformación hay un vínculo estrecho. “Los discursos de odio cargan el arma, dice, y la desinformación aprieta el gatillo. Esa es la relación que hemos llegado a comprender a lo largo de los años”. Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler, lo sabía bien y se valía de ello. Mencionaba once requisitos para una política de odio, y los llamaba “principios”, así como hoy se habla de “principio de revelación”: 1) simplificar las ideas y definir al enemigo de manera sencilla; 2) calificar con adjetivos denigrantes al opositor y generalizar (“todos los políticos”, “todos los gays”, “todos los zurdos”, etc.); 3) en caso de ser acusado, trasponer la acusación al otro (“también lo hiciste e incluso peor”); 4) exagerar y desfigurar cualquier error del otro y hacerlo parecer de una gravedad inexistente; 5) eliminar cualquier elaboración de ideas y bajar el mensaje al idioma más vulgar posible para captar a quienes no piensan por cuenta propia; 6) repetir una y otra vez, de distintos modos, lo que se quiere transmitir insistiendo en el mismo concepto; 7) generar una catarata de acusaciones que ametrallen al opositor y no le den tiempo a responder y demostrar la falsedad; 7) usar como Caballo de Troya un dato verdadero y rellenarlo de mentiras que simulen ser información real; 8) usar los medios afines (entonces eran la radio y el cine, hoy serían las redes y los programas televisivos ya cooptados); 9) silenciar, omitir y no reconocer ningún dato positivo para el opositor; 10) usar la historia y mitos populares, desvirtuándolos, para incentivar el odio en la sociedad; 11) hacer creer que toda la población comparte las ideas difundidas, salvo los enemigos, que merecen por lo tanto todo el desprecio y el rencor.
Como se ve, nada nuevo bajo el sol.
*Escritor y periodista.