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Desarrollo integral

La familia, espacio de contención

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Familia. Es el lugar donde aprendemos a compartir y escuchar. | cedoc

Partiendo de la base que no hay persona sin familia y no hay familia sin personas, (ya sea biológica o formada luego en la vida), esta estructura nos da seguridad y sentido de pertenencia: rasgos muy importantes a considerar en el sentimiento de unión y compromiso: marco de referencia sólido donde nos sentimos queridos por quienes somos, donde formamos nuestras identidades y donde podemos ser 100% nosotros mismos.

Este aprendizaje puertas adentro es el que nos empoderará para confrontar al mundo exterior. No se trata sólo de lazos de sangre, sino de un vínculo especial que nos une con personas que amamos, nos apoyan y nos acompañan en cada paso de nuestro camino para salir después al mundo, aunque siempre da gusto volver para retroalimentarse. Y de ahí la magnitud de su influencia.

Somos seres de encuentro y apertura, y necesitamos del otro: salimos de las crisis, codo a codo, con ayuda mutua. Lo que sea la vida adulta dependerá, en gran medida, de lo que haya sido en las etapas anteriores –en los criterios y hábitos adquiridos en la infancia, adolescencia y edad juvenil–. En otras palabras, estos vínculos pueden desplegar u obstaculizar el desarrollo pleno de la persona.

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Y la familia es el lugar donde todos tomamos nuestros primeros pasos como miembros de una sociedad. Aprendemos (o no) a compartir, competir, escuchar, valorar y apreciar lo nuestro y lo ajeno.

Admitido todo lo anterior y ante un análisis final, el apego –esa relación íntima, profunda e importante que generamos los integrantes de la familia; que suele ser estable, relativamente consistente, y permanente durante la mayor parte de nuestras vidas– es fundamental e impactará en la calidad de su vida futura.

Hoy en día, el dolor, la enfermedad, los divorcios, la muerte son temas tabúes: de ellos se habla poco y nada y cuando aparecen, procuramos ocultarlos. Aunque sean ignorados, en algún momento, tendremos que enfrentarlos. No se trata simplemente de educar para enfrentar el dolor, pero sí de proporcionar una educación que permita a cada persona, en el momento adecuado, encontrar un sentido en sus experiencias dolorosas.

El dolor es una experiencia profundamente personal e intransferible que cada uno afrontará desde lo más íntimo de su ser. ¿Hemos reflexionado lo suficiente sobre cómo educamos a nuestros hijos en este aspecto? No pretendo ofrecer respuestas definitivas, sino más bien invitar a una reflexión sobre estas cuestiones fundamentales que impactan directamente en nuestras vidas y en las de quienes nos rodean.

Con el respaldo de ese desarrollo armónico familiar, cada uno podrá desarrollarse integralmente con nuestras posibilidades, oportunidades, aspiraciones y responsabilidades en todos los ámbitos de la vida. Y aun cuando el dolor nos acompañe, en momentos de extrema vulnerabilidad, la presencia de la familia es sumamente nutritiva y un derecho propio que hace a la dignidad humana.

Así como la felicidad compartida es doble felicidad, el dolor compartido es menos dolor y, ante situaciones que nos desestabilicen, será la familia ese lugar de acogida donde podremos volver en los diferentes momentos personales de crisis y dolor. Al contar con la seguridad de nuestras familias (otra vez, ya sea biológica o elegida), con una dinámica familiar positiva, se nos habilita para transitar esas situaciones adversas convirtiéndolas en oportunidades de crecimiento y madurez, transformando el dolor en amor: ese es el sentido del dolor.

El saberse rodeado de personas que amamos y nos aman incondicionalmente da espacio a una transición de cualquier duelo más pacífica y segura.

*Profesora de la Maestría en Intervención en Poblaciones Vulnerables de la Universidad Austral.